El Sáhara era un zapato lleno de arena para España, para Europa, para la geopolítica, y a lo mejor Sánchez lo que ha hecho ha sido vaciar ese zapato para seguir con sus andares de guapo de orillita, de hamaquero guapo. Sánchez se ha quedado solo después de darle la vuelta a toda nuestra barcarola sentimental con el Sáhara, que duraba 50 años y pesaba no como un zapato sino como una barca de arena. El Sáhara aún nos llena de culpa y de churumbeles, o de una culpa de churumbeles, de haber dejado por allí churumbeles abandonados, como un feriante. A Sánchez no le ha importado nada esa culpa, esa responsabilidad, y se ha rendido a Marruecos. Hay gente que está esperando descubrir en esta extraña decisión de Sánchez una jugada maestra, el nuevo orden mundial, la redistribución de influencias y gasoductos de una nueva era. Yo creo que Sánchez da ahora lo que sea para quitarse problemas y Marruecos lo era, más que Podemos y más que esas asociaciones de jaima y pollo bereber.
Por la geopolítica se han visto cosas más raras que eso de pasar de acoger al líder del Polisario, metiéndolo aquí con peluca de E.T. o pañuelo de doña Rogelia, a servirle a Mohamed VI el Sáhara en bandeja, así como un criado con sombrerito de mono de zoco. Esta nueva posición de Sánchez en África gusta a Estados Unidos, a Alemania, a Francia, a la UE, aunque, eso sí, disgusta a Argelia, que es como disgustar al butanero. Esa teoría de que Argelia también ganaría, en una operación que al final la convertiría en ese butanero de Europa, va alcanzando en los comentarios del personal ese nivel de genialidad que tenían aquellas genialidades de Rajoy, ustedes se acordarán, y que sólo eran casualidad, despiste, pereza o regüeldo. Pero Biden ignora a Sánchez o lo confunde con el camarero latino de los canapés, así que no me termina de cuadrar, como tampoco me cuadran la sorpresa y el mosqueo de Argelia.
A Sánchez el jaleo lo aturde, el jaleo le preocupa, lo que no quiere es más jaleo, ni los votos que se le están yendo con el jaleo
Lo de la geopolítica está muy bien, pero la geopolítica es complicada y movediza y uno confía más en el carácter de Sánchez, que se ha demostrado inquebrantable, científico y unidireccional en su propio interés. Más que imaginar a toda África, toda Europa y toda América moviéndose alrededor de Sánchez, bailarín de lambada de la diplomacia y la tectónica, yo veo al presidente aliviado de un marrón, sin más. Sánchez tiene ahora a los transportistas como Mad Max, a los agricultores con bieldo novecentista, a los pescadores echándole el toldo al mar, a las industrias como un frigorífico descongelado, a las amas de casa persiguiendo merluzas voladoras, o a las gasolineras que parecen ya atendidas por un sumiller con su nariz de pincel... Lo último que necesita Sánchez es que a todo eso se unan más asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla, con Vox detrás hablando de menas y machetes como del Mau Mau.
No es la geopolítica, ni salvar el mundo, ni siquiera salvar la factura de la luz. A Sánchez, ya lo hemos visto, no le importan las crisis mientras pueda manejarlas con morritos y chisterazos. Si pudo pasarse toda la histórica pandemia bordando en el balcón, una crisis energética o una guerra de reajuste de potencias le deben de sonar, desde ese mirador suyo, como a campanazos entre estorninos, casi a nana del amanecer, a nana del perezoso mañanero. A Sánchez no le importan las crisis, sino el jaleo, y ahora hay mucho jaleo. Antes, la gente aplaudía con los guantes de fregar, sonando un poco a foca, pero ahora se levantan como ejércitos de terracota los camperos, los autónomos, los tenderos; ahora la leche es como ajenjo y hasta las lechugas parecen un objeto que arde en su simplicidad y en su necesidad. Sólo hay una cosa que Sánchez teme más que el jaleo: la responsabilidad. Por eso, si no puede solucionar esta crisis, al menos evitará que se sume otra. Ahí está toda la geopolítica de Sánchez.
Sánchez se ha quedado solo, dicen, pero siempre estuvo solo, ahí en su colchón de nenúfar de la Moncloa. Podemos, como los indepes, han sido tontos útiles y hasta baratos, que nada hay más barato que lo que se paga con el dinero de otros, en este caso el público. Yolanda Díaz, con una mascarilla de flores, esperando a los periodistas o a su postulación como se espera la polinización, se ha enfrentado al presidente con lo del Sáhara y hasta eso parecía folclórico, como un abanicazo de esa mascarilla. Los ministros podemitas se encaran con un solo entrecomillado, o se guardan el aplauso en la manga, como un pañuelito de abuela, pero no dimiten, no rompen la coalición. Estar en desacuerdo y aun así permanecer dóciles no es una señal de la debilidad del Gobierno, sino del total dominio de Sánchez. Sánchez está solo en la cumbre y Podemos está solo en su decadencia, en esos banquitos azules y esos ministerios azules que son un puro blues. Sólo los saharauis están más solos, únicamente con esas asociaciones misioneras, pañueleras y ventosas que aún recogen a los churumbeles.
El Sáhara, estábamos hablando del Sáhara pero a nadie le preocupa en realidad. Entregar el Sáhara al sátrapa abotijado de ganchillo y babuchas de oro o abandonarlo en manos del pordioserismo ambulante del Frente Polisario quizá no es muy diferente en cuanto a crueldad. Pero esto no le preocupa a Sánchez, a quien no le ha preocupado tampoco quedar como traidor o malbaratador en un acuerdo sin humanidad, sin etiqueta, sin garantías y sin coste para Marruecos. A Sánchez el jaleo lo aturde, el jaleo le preocupa, lo que no quiere es más jaleo, ni los votos que se le están yendo con el jaleo, en grandes capachos de gente con capacho. Luego, si acompaña la geopolítica o acompaña otra vez el fin del mundo, tampoco es algo que vaya a hacer que Sánchez se mueva del bordado ni del balcón. Esta nueva posición de Sánchez en el mapa es sólo otra posición de Sánchez en el colchón.
El Sáhara era un zapato lleno de arena para España, para Europa, para la geopolítica, y a lo mejor Sánchez lo que ha hecho ha sido vaciar ese zapato para seguir con sus andares de guapo de orillita, de hamaquero guapo. Sánchez se ha quedado solo después de darle la vuelta a toda nuestra barcarola sentimental con el Sáhara, que duraba 50 años y pesaba no como un zapato sino como una barca de arena. El Sáhara aún nos llena de culpa y de churumbeles, o de una culpa de churumbeles, de haber dejado por allí churumbeles abandonados, como un feriante. A Sánchez no le ha importado nada esa culpa, esa responsabilidad, y se ha rendido a Marruecos. Hay gente que está esperando descubrir en esta extraña decisión de Sánchez una jugada maestra, el nuevo orden mundial, la redistribución de influencias y gasoductos de una nueva era. Yo creo que Sánchez da ahora lo que sea para quitarse problemas y Marruecos lo era, más que Podemos y más que esas asociaciones de jaima y pollo bereber.
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