La invasión militar de Ucrania por Rusia ha impactado a Occidente y más directamente a Europa y nos retrotrae a un pasado que ya creíamos superado gracias al crecimiento económico, el bienestar social y la cooperación entre países, con fronteras ya definidas tras siglos de conflictos territoriales, de disputa por los recursos, también de lucha nacionalista y por los derechos individuales y sociales. Pero, ¿cuáles son las razones de la invasión rusa?, ¿qué persigue el Kremlin, o Putin?, y ¿cuál es el previsible desenlace del conflicto.

Al fondo de esta invasión subyace la reconstrucción de una nueva identidad rusa tras el desmoronamiento soviético, fusionando la mitología eslava y la idea de la Gran Rusia zarista de los tres estados eslavos (con Bielorrusia y Ucrania) respetada por Occidente, con elementos de orgullo patriótico rescatables de la bochornosa era soviética, como la victoria sobre la Alemania nazi (aunque sepultando la cruenta represión stalinista de los años 30), el intervencionismo estatal o el deporte, y otros religiosos de la Iglesia ortodoxa rusa, para impulsar la nueva y poderosa, gracias a un capitalismo instrumental, Gran Rusia respetada por un Occidente del que debe defenderse, e insuflar esta identidad nacionalista orgullosa de su pasado en la población rusa, en la que sustenta su poder autocrático.

Pero Ucrania no comparte esta visión ni este ideario, ni admite que se lo impongan, y ha optado por Occidente, de ahí el conflicto con las regiones de población prorrusa y con Rusia que cristalizó tras la revuelta del Euromaidán en Kiev en 2013 a causa de una disputa en la adhesión a la UE, lo que provocó el levantamiento de rebeldes prorrusos en Donetsk, Luganks, zonas en conflicto desde entonces, y Crimea proclamando su independencia con el apoyo de milicias rusas.

Ucrania constituye una auténtica línea roja para el Kremlin por sus territorios vinculados al imaginario ruso (la rus de Kiev medieval, la gran Rusia zarista, la URSS), de población rusófila y rusófona o de interés estratégico (control de los mares de Azov y Negro) frente a Occidente y la OTAN.

Putin ha visto ahora una oportunidad para dar un giro a la situación en Ucrania: le consta el éxito de sus intervenciones anteriores en Chechenia, Georgia, Siria y Crimea

Putin ha visto ahora una oportunidad para dar un giro a la situación en Ucrania: le consta el éxito de sus intervenciones anteriores en Chechenia, Georgia, Siria y Crimea, ha observado el repliegue occidental de la OTAN en Afganistán, considera débil y dividido a Occidente, a Europa dependiente del gas ruso, ha establecido relaciones de amistad con China, una potencia económica y militar emergente a la que también suministra su petróleo, ha logrado la recuperación económica de Rusia gracias a la producción y exportación de materias primas, ha dedicado un 11% de su PIB (US $60.000 M) al reforzamiento de su poder militar, y algo muy importante, posee un gran arsenal nuclear para disuadir cualquier intento de intervención occidental, que dispone de un poder militar convencional superior.

De modo que prepara su ofensiva y despliega su ejército en la frontera ucraniana exigiendo garantías de seguridad frente a la expansión de la OTAN en Ucrania, y con la excusa de auxiliar a la población prorrusa hostigada por Kiev en Donetsk y Luganks, constata que Occidente no intervendrá, descuenta sus advertencias, y ordena la invasión el 22 de febrero, una operación especial para corregir la deriva prooccidental de Ucrania y asegurar una franja al este y sur del río Dniéper, una actuación osada por la que además se reafirmará como potencia militar en Europa junto a la emergente China, frente a EEUU y ante la UE.

Ampliamente desplegado, el agresor se ha encontrado con una decidida y efectiva resistencia de armas ligeras, misiles portátiles de defensa y drones ligeros que ha logrado ralentizar su avance, sabotear sus líneas de abastecimiento y eludir el control rápido de las ciudades fronterizas y costeras objetivo que el agresor ahora somete a asedio y fuego pesado para presionar y desplazar a la defensa hacia el interior, rendir su ejército y finalmente deponer al gobierno de Kiev o administrar y declarar la independencia de los territorios controlados, que posteriormente se anexionarían a la Federación Rusa.

La condena internacional al agresor o las severas sanciones económicas occidentales han impactado pero no han conseguido detener la agresión, aunque debilitan su financiación y pudieran provocar, quizá a largo plazo, su retraimiento, y mientras, Occidente sigue presionando con su diplomacia, acoge a los refugiados que huyen de la guerra y gradúa su apoyo con armas ligeras de autodefensa, aunque evita una intervención directa para no escalar el conflicto.

La operación relámpago que tal vez pretendía el Kremlin se está transformando en una guerra de desgaste donde la motivación, la experiencia, la guerra irregular, las dificultades logísticas de aprovisionamiento del invasor y la necesidad de recursos económicos para sostenerlo, podrían provocar que accediera a un acuerdo de seguridad mutua y neutralidad con Kiev que salve la intervención, retirándose antes de colapsar su economía, volviendo al protocolo de Minsk, con estatutos de autonomía para el Donbás, quizá también para Crimea, pero esto no parece previsible en este momento.

La extensión de la invasión y la intensidad de los bombardeos más allá del Donbás permite presumir que el Kremlin pretende estrangular lenta pero inexorablemente a Kiev

El ejército ruso está haciendo uso de su superioridad aérea y su armamento tecnológicamente avanzado y su artillería de manera intensiva presionando sobre la defensa, arrasando incluso poblaciones objetivo, lo que puede llevar a Kiev a aceptar las reclamaciones de independencia de Moscú sobre Crimea y el Donbás, quien amenaza incluso con hacerse con más territorios.
Aunque la destrucción ya es mucha podría aún detenerse. ¿Sería posible un entendimiento razonable? La extensión de la invasión y la intensidad de los bombardeos más allá del Donbás permite presumir que el Kremlin pretende estrangular lenta pero inexorablemente a Kiev con la presión de sus bombas, pero la firme resistencia augura que la lucha puede ser larga, por lo que si se equilibran las Fuerzas en los diferentes frentes, las posiciones se podrían aproximar y alcanzar un acuerdo.

Este pulso se traslada a Occidente que puede incrementar las medidas de aislamiento financiero y comercial y su apoyo en armas de defensa más efectivas para frenar al agresor, medidas que de prolongarse sin alcanzar un acuerdo, darían comienzo a un nuevo episodio de guerra fría económica hasta conseguir la restitución del derecho internacional.

El zarpazo ruso esta vez está yendo muy lejos, dejando una incertidumbre sobre el alcance de la deriva autoritaria, nacionalista e imperialista del régimen ruso que oscurece el futuro de la paz, la libertad y la democracia en Europa. ¿Dejará Occidente que Rusia destruya o fragmente extensamente Ucrania, un país europeo?. El Kremlin debe saber que no, que no podrá ir más allá de una línea; tampoco le interesa estancarse en el frente, por lo que su salida más previsible será alcanzar un acuerdo en cuestión de semanas más que de meses.
La cooperación económica entre los países o la búsqueda del bienestar que persiguen las democracias occidentales no extienden por sí solas los derechos y libertades ni preservan la paz, es necesaria además la disuasión de la fuerza.

En un mundo multipolar será necesario revitalizar y fortalecer las instituciones del Derecho internacional para prevenir, mediar y resolver los conflictos pacíficamente, autorizar medidas para proteger a la población civil y exigir responsabilidades por los crímenes de guerra.


Benito Salcedo Muñoz es General de División GC