El PP mira al futuro. Quiere mirar al futuro, necesita mirar al futuro. El Congreso que se celebrará en Sevilla este fin de semana encumbrará a Núñez Feijóo, dejando atrás una etapa accidentada, amarga y convulsa de la que casi nadie quiere acordarse. Feijóo es futuro.
Pablo Casado aún le da vueltas a la teoría del golpe de mano, algo que, a su modo de ver, se fue fraguando mucho antes de su encontronazo final con Isabel Díaz Ayuso, un golpe que tenía su autor intelectual en tierras gallegas. Todavía no se ha dado cuenta de que la semilla de la revuelta la había sembrado su número dos, con su particular estilo de entender el mando. García Egea quería un partido que no le pusiera pegas al presidente, aunque perdiera las elecciones, y confundió el silencio con la aprobación. El furibundo ataque a la presidenta de la Comunidad de Madrid, la forma tosca y oscura en la que se llevó a cabo no fue la causa, sino la oportunidad que vieron muchos para iniciar una revolución que se extendió desde Andalucía a Cataluña, alcanzando hasta la misma planta séptima de la sede de Génova, y que encontró, eso sí, en Feijóo al líder natural y de consenso que requería la situación de emergencia de un PP desnortado.
En la confección de las listas primó la lealtad. Casado no ha sido el líder que necesitaba el centro derecha. Feijóo tendrá que competir con Sánchez desde fuera del Congreso y con un Grupo hecho a la medida de su antecesor
¿Qué dirá Casado en su despedida ante el Congreso? El todavía presidente del PP suele escribir en solitario sus discursos, que no remata hasta el último momento. Por eso nadie, ni siquiera Teo, su hasta ahora fiel Teo, sabe qué va a decir en Sevilla. Sin embargo, miembros de su equipo creen que estará a la altura, que no aprovechará los focos para ajustar cuentas, que mirará, él también, hacia el futuro, aunque todavía no tenga una explicación plausible para lo que ocurrió entre el 16 y el 23 de febrero. "Hará un buen discurso, querrá salvar su legado argumentando que él lo ha dado todo por el partido y por España, pero sin rencor y sin ira", me comenta uno de sus otrora escuderos.
"En tiempos de desolación nunca hacer mudanza", dijo San Ignacio de Loyola. Pues bien, al PP le ha tocado hacer mudanza cuando España vive en plena desolación. El Congreso del PP se celebra cuando Ucrania lleva más de un mes sufriendo los horrores de la invasión rusa; con Europa viviendo en convulsión ante lo que podría ser el principio de una nueva guerra continental y tal vez más destructiva que las anteriores; con las calles de España incendiadas por la indignación: el campo, los pescadores, los camioneros,... todos clamando contra el Gobierno por su inacción, por su torpeza. Y mientras, los precios siguen disparados y no se ve el final de un largo túnel que ensombreció el país hace más de dos años con la pandemia.
En momentos así es cuando hace falta la política, la Política con mayúsculas. Se habla de grandes acuerdos, pactos de Estado, pacto de rentas... pero el presidente del Gobierno sigue jugando su particular partida táctica, supeditándolo todo a lo que le pueda convenir electoralmente. Lo que ha ocurrido con el cambio de posición sobre el Sahara es el ejemplo más claro de su forma de actuar.
Nadie elige el momento o las circunstancias que le han tocado vivir. Feijóo probablemente hubiera elegido otras para asumir la tarea de convertirse en la alternativa a Pedro Sánchez. No sólo porque el presidente puede apretar el botón de adelanto electoral cuando quiera, aprovechando el desconcierto en el que todavía se encuentran los votantes del PP, sino porque él tendrá que ejercer como líder de la oposición desde fuera del Congreso. Eso, pensarán ustedes, ya le ocurrió a Pedro Sánchez cuando ganó contra pronóstico las primarias a Susana Díaz. Es verdad, pero la situación no era ni de lejos parecida.
El presidente tendrá una ocasión de oro para reforzar su posición como única alternativa a sí mismo en el Debate sobre el estado de la Nación, cuya fecha aún no ha concretado pero que será antes del verano y antes de que de comienzo la Cumbre de la OTAN, que se celebrará en Madrid los días 29 y 30 de junio. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, confirmó en febrero en el Congreso que habría Debate sobre el estado de la Nación antes de que terminara el actual periodo de sesiones, que concluye el 30 de junio. Este sería, por cierto, el primero que se produce desde febrero de 2015, siendo presidente Mariano Rajoy.
Sería un momento idóneo para que Feijóo se midiera con el presidente, una ocasión fantástica para aparecer ante los ciudadanos como una alternativa. Pero eso no es posible.
En principio, y no parece que haya más opciones, será la portavoz del PP, Cuca Gamarra, quien asuma la responsabilidad de enfrentarse a Sánchez... y a Santiago Abascal, que se ve como líder de la oposición in pectore. Gamarra fue mantenida en el puesto en virtud del pacto al que llegaron Casado y Feijóo en la tensa noche del 23-F. Nadie en el partido cuestiona sus capacidades, pero algunos creen que el reto le viene grande.
Cuando se produjo la salida, también accidentada, de Cayetana Álvarez de Toledo, en agosto de 2020, Casado y su equipo ya habían "peinado" un mes antes el Grupo Parlamentario (89 escaños, 88 sin Cayetana). Se buscó a una mujer. Sólo aparecieron dos candidatas. Pero una de ellas, Isabel García Tejerina, acabaría dejando su escaño (se marchó a mediados de julio de 2020). Así que sólo quedó una: Gamarra.
El Grupo Parlamentario, confiesa un diputado, "no es el mejor que ha tenido el PP". Otro es aún más crítico: "Las listas se hicieron para que nadie pudiera brillar más que Casado, que fue quien las confeccionó con ayuda de Teo".
Las cosas son como son y la realidad es que, en el reducido grupo que conforma la bancada popular, no hay mucho donde elegir.
Feijóo quiere rodearse de un equipo potente, formado por personas con experiencia y solvencia. De eso no cabe duda. Pero en el Congreso no puede hacer nada. Le espera una dura travesía del desierto. A no ser que Gamarra dé la sorpresa, cosa improbable.
Casado ha dilapidado una oportunidad histórica. Pudo confeccionar el partido a su antojo y, en frente, ha tenido un Gobierno de coalición que hacía aguas por todos lados. Incluso durante unos meses las encuestas le sonrieron y el PP estuvo por encima del PSOE. Pero no supo manejar la situación. Se equivocó de enemigo y de aliados. Ha sido un buen parlamentario, pero no un líder. Lo que deja atrás es un legado de cenizas.
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