Feijóo, ya santo sevillano de Santa Cena con farol y mesa camilla, ya padre de cuando seas padre comerás huevos, ya líder de este nuevo PP de la liga gallegoandaluza, que suena a entente naval o a futbito; Feijóo, decía, quiere dejar las cosas claras desde el principio, matizando qué clase de moderado es, o, mejor, qué clase de moderado no es. Cuca Gamarra, que estrenaba cargo, doctrina y diarquía delante de pertinentes azules bizantinos, se encargaba de acotar que “no hay que confundir la moderación con la sumisión ni la vocación de entendimiento con el entreguismo al Gobierno”. Parece una obviedad, excepto para Sánchez, que ya sabemos que cualquier negativa a sus deseos engorda al virus dentro de la célula, engorda a Abascal dentro de sus enguatados de maruja y engorda a Putin dentro de su bañera de sangre. Pero esa obviedad no nos aclara qué moderación es la de Feijóo, que lo mismo él la confunde con el bienquedismo, el bonachonismo, la borrosidad o el festival de la dulzaina.
El jueves van a verse Sánchez y Feijóo, no para llegar a nada sino para que Feijóo se presente ante el público y para que Sánchez le haga al nuevo líder del PP el electrocardiograma de la moderación, allí en esos sofás de la Moncloa que son como de sanatorio de pago, entre el confort y la blanca enfermera con camisa de fuerza. Lo que se le ha olvidado a Cuca Gamarra, que sigue ejerciendo más de busto parlante que de busto pensante, es que ellos no definen qué es moderación, como no definen qué es nada. El PP de Feijóo ha decidido volver a los garbanzos de Fraga o a la niña de Rajoy, que juntos parecen hacer un chiste de Paco Gandía, y no quiere saber nada de eso de la guerra cultural, que le debe de sonar a regata de Oxford de Cayetana, con pícnic y chaqueta con monograma. A lo mejor es lo más atinado, que con la cultura se come poco, pero una de las consecuencias es que eso te impide impugnar el diccionario de la política, que es de izquierdas. O sea que Feijóo va a la Moncloa para que le digan si es moderado o no, y lo que explique Cuca Gamarra sobre una base de postulados garbanceros no le importa a nadie.
Lo que es moderación o lo que es democracia ya lo han establecido Sánchez e incluso Pablo Iglesias, como doctos burros gramáticos
Esas cosas, lo que es moderación o lo que es democracia, ya lo han establecido Sánchez e incluso Pablo Iglesias, como doctos burros gramáticos. Moderación es hablar bajito en el Congreso, como en la sala de espera del dentista o del tanatorio, aunque luego se nieguen todos los fundamentos del Estado de derecho o se asalten las instituciones hasta que los jueces o los fiscales o incluso los estadísticos huyen con las enaguas arremangadas, como bailarinas de cancán. Igual que la democracia puede ser un adoquín en la cabeza, como si fuera un ready-made irónico, pero un torero es enseguida fascismo (en Sevilla, Ayuso iba con una camiseta de Manolete, como si el matador fuera Madonna, qué más pruebas quieren). El PP no puede decidir nada de esto, entre otras cosas gracias a la gente que estaba dándole a la olla de garbanzos con la cuchara de palo, con ritmo de Tanxugueiras o de reloj de péndulo, en vez de rebatir todas estas falacias y morcillas.
Feijóo no es que sea o no moderado, es que él no lo decide. Él ya es un facha, como si fuera con capote de paseo, y el matiz estará en establecer su nivel de fachosidad, no de moderación. Por mucho certificado que le pueda extender Sánchez, o el progrerío, siempre será una especie de salvoconducto de segunda clase o un diploma de guardería, de ésos que se dan para premiar los esfuerzos en una tarea imposible, como atarse los cordones. Esto resulta aún más irónico en alguien como Feijóo, que se ha presentado, antes que nada, como adulto, y que ahora parece que va a intentar ganarse la piruleta de Sánchez con un garabato que está entre flor y elefante.
La moderación, menos todavía si es una etiqueta jamonera que te pone Sánchez o su enfermera con guantes de goma, o Iglesias desde su burbuja de influencer de quinquis, no es un objetivo. La buena política es un objetivo, la prosperidad es un objetivo, la fortaleza democrática es un objetivo, la pedagogía cívica es un objetivo. La verdad es que ni Gamarra ni Feijóo tendrían que decir nada sobre la moderación, como no tendrían que decir nada sobre la templanza o la castidad. Pero quizá Feijóo no quiere guerra cultural porque se ha rendido a la episteme izquierdista, sentimental e infantil aunque él venga con su adultez como de pelos del muñeco Macario en las piernas. Quizá Feijóo está más cerca de lo que creemos del ideal de moderación de Sánchez, o sea conservar las buenas formas y el buen rollo incluso a costa de los principios (incluidos los principios democráticos), y alejarse del torero español para agradar a cada una de las tribus montañesas.
El otro día, en su congreso o entronización de reina de la vendimia, se citaba a la gente haciendo estampas típicas de cada región, como si Feijóo fuera Beatriz Carvajal. Y ya mencionamos la cuantificación que hizo de la vasquidad de su hijo, como si la sangre tuviera graduación de licor. Así se enfrenta Feijóo a Vox, con pureza de raza, así se enfrenta Feijóo a los nacionalismos periféricos, con su botijo de Rh, y así se enfrenta Feijóo a Sánchez y a Podemos, con su festival de las naciones. Cuca Gamarra quiso definir la moderación de Feijóo, pero quizá su moderación sólo está en la voluntad de que se le llame moderado mientras hace estas cosas, sustituir la ciudadanía por los hematíes y la igualdad por una lonja de las regiones. Todo sea por ganar, que, dicen, siempre será mejor la España de la berza gallega que la España sanchista. Si acaso hay mucha diferencia, claro.
Feijóo, ya santo sevillano de Santa Cena con farol y mesa camilla, ya padre de cuando seas padre comerás huevos, ya líder de este nuevo PP de la liga gallegoandaluza, que suena a entente naval o a futbito; Feijóo, decía, quiere dejar las cosas claras desde el principio, matizando qué clase de moderado es, o, mejor, qué clase de moderado no es. Cuca Gamarra, que estrenaba cargo, doctrina y diarquía delante de pertinentes azules bizantinos, se encargaba de acotar que “no hay que confundir la moderación con la sumisión ni la vocación de entendimiento con el entreguismo al Gobierno”. Parece una obviedad, excepto para Sánchez, que ya sabemos que cualquier negativa a sus deseos engorda al virus dentro de la célula, engorda a Abascal dentro de sus enguatados de maruja y engorda a Putin dentro de su bañera de sangre. Pero esa obviedad no nos aclara qué moderación es la de Feijóo, que lo mismo él la confunde con el bienquedismo, el bonachonismo, la borrosidad o el festival de la dulzaina.
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