Pedro Sánchez, héroe de la guerra de las tiritas y las plazoletas, se ha quedado un poco el heroísmo de Zelenski, como si se hubiera quedado su cazadora de aviador o su chaqueta del equipo universitario, igual que esas animadoras enamoradas que se dejan devorar por la prenda prestada, grande, hombruna, con monograma como de colonia, explotando de amor el chicle. Zelenski ha dejado algo allí en el Congreso, como si en medio de la ceremonia, del posado y de la repetición de nuestra política hubiera entrado por fin la realidad, ruda y aparatosamente, como un soldado a caballo en una iglesia. La realidad no es lo de Sánchez, pero él se ha quedado con la cazadora o el olor a tabaco que ha dejado Zelenski y ahora nuestro presidente mira desde su escaño como desde una torreta. Sigue poniéndose duro con la oposición y dulce o pomposo con Bildu, pero parece haber adoptado formas castrenses, igual para la batalla que para el baile, que lo suyo con Bildu es un baile de cadetes.
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