Pedro Sánchez, héroe de la guerra de las tiritas y las plazoletas, se ha quedado un poco el heroísmo de Zelenski, como si se hubiera quedado su cazadora de aviador o su chaqueta del equipo universitario, igual que esas animadoras enamoradas que se dejan devorar por la prenda prestada, grande, hombruna, con monograma como de colonia, explotando de amor el chicle. Zelenski ha dejado algo allí en el Congreso, como si en medio de la ceremonia, del posado y de la repetición de nuestra política hubiera entrado por fin la realidad, ruda y aparatosamente, como un soldado a caballo en una iglesia. La realidad no es lo de Sánchez, pero él se ha quedado con la cazadora o el olor a tabaco que ha dejado Zelenski y ahora nuestro presidente mira desde su escaño como desde una torreta. Sigue poniéndose duro con la oposición y dulce o pomposo con Bildu, pero parece haber adoptado formas castrenses, igual para la batalla que para el baile, que lo suyo con Bildu es un baile de cadetes.

Zelenski ha inspirado a Sánchez, se nota. Yo creo que de alguna manera lo intenta imitar, como los chiquillos que imitábamos al vaquero de la película con rifles de escoba, entre geranios de repente arizonianos y gallinas de repente aguileñas. Sánchez estaba hundido la semana pasada, empantanado como un pocero de los apocalipsis, suplicando ayuda y una raíz a la que agarrarse. Ya dije que me pareció que por primera vez era consciente de que sus trucos ya no funcionaban, de que nadie se creía a un tentetieso vestido de 007 o de profesor de tenis como líder en mitad del fin del mundo. Pero llegó Zelenski, con camiseta de la mili, con ojeras de ceniza, con diana en la espalda, con voluntad inquebrantable, con esa masculinidad de los que no bailan, para animar a nuestro presidente a resistir y a afeitarse con cuchillo.

Zelenski ha inspirado a Sánchez, se nota. Yo creo que de alguna manera lo intenta imitar, como los chiquillos que imitábamos al vaquero de la película con rifles de escoba

Después del discurso de Zelenski, Sánchez aún hablaba con contoneo, con soniquete y con ojos de babilonio que marea, muy juncal entre las espigas alegóricas o coreográficas de la tribuna del Congreso. Pero Zelenski seguía serio, inmóvil, majestuoso y verde, como los leones de Ponzano, y yo creo que ya al final de su intervención Sánchez se fue mimetizando, se fue haciendo más rígido, más marcial, más de cañonería o de grifería. Hasta hoy, que me he dado cuenta de que Sánchez se ha levantado un poco Zelenski como nosotros de chiquillos nos levantábamos un poco Terence Hill o Bruce Lee, con guantazo de colacao en vez de guantazo de whisky o kungfú de las macetas en vez de kungfú del loto.

Sánchez, en esta sesión de control, ya no cantaba con bandurria ni bailaba a lo Travolta ante su sillón azul de sirena de cabalgata. La contestación a Bildu no ha sido melosa sino solemne, y la regañina a Gamarra no ha sido quejumbrosa sino sargentona. Sánchez viene a hacer lo mismo, o sea hablar a los de Bildu como a estadistas y hablar a la oposición como a gamberros, pero no lo hace igual después de ver a Zelenski, que es como si hubiera visto una de Clint Eastwood. Ahora Sánchez usa un tono plano, sostenido, entre el tamboril, la retreta y la metralleta, y a Gamarra ya no le vacila sino que parece que la manda al calabozo. Ahora Sánchez no se contonea tanto, si se mueve lo hace como un marinero de cubierta con banderín de señales, y si tiene que bailar con Mertxe Aizpurua baila con gusto, pero ahora parece que baila con la hija del coronel, disimulando el morbo con el reglamento y el envaramiento. Eso sí, Yolanda Díaz sigue dando caña de paisano, como una moza de cántaro, y dejó a María José García-Pelayo con las horquillas del pelo flojas.

Zelenski ha impresionado a Sánchez, o eso me parece, que yo diría que desde el otro día nuestro presidente quiere ser marcial pero paternal, circunspecto pero humano, avizor pero imperturbable, resolutivo pero parco y crudo como un apio. Sí, es así aunque a Sánchez aún le queda como si fuera de marinerito o de corneta de banda de Domingo de Ramos. Algo tenía que hacer, en fin. A Sánchez antes lo aplaudían por venir de Europa con la limosna del camarero (sublimada en millones, pero limosna), o porque quedaban cien días para la inmunidad de grupo y lo anunciaba como con un reloj para bizcochos. Ahora todos aplauden a Zelenski, héroe no de los colchones ni de los saloncitos de té sino de la guerra y de la historia. Llegó Zelenski y se llevó los aplausos de Sánchez y también su colada de Superman, sus calzoncillos apretados y su capa de alguacilillo cósmico. Pero Sánchez se ha quedado con su cazadora o su olor, y desde ahí planeará su resistencia como la animadora planea sus cosas dentro de la chaqueta grande y ajena, explotando de lujuria o de venganza el chicle, una y otra vez.

Pedro Sánchez, héroe de la guerra de las tiritas y las plazoletas, se ha quedado un poco el heroísmo de Zelenski, como si se hubiera quedado su cazadora de aviador o su chaqueta del equipo universitario, igual que esas animadoras enamoradas que se dejan devorar por la prenda prestada, grande, hombruna, con monograma como de colonia, explotando de amor el chicle. Zelenski ha dejado algo allí en el Congreso, como si en medio de la ceremonia, del posado y de la repetición de nuestra política hubiera entrado por fin la realidad, ruda y aparatosamente, como un soldado a caballo en una iglesia. La realidad no es lo de Sánchez, pero él se ha quedado con la cazadora o el olor a tabaco que ha dejado Zelenski y ahora nuestro presidente mira desde su escaño como desde una torreta. Sigue poniéndose duro con la oposición y dulce o pomposo con Bildu, pero parece haber adoptado formas castrenses, igual para la batalla que para el baile, que lo suyo con Bildu es un baile de cadetes.

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