“¿Pero qué me dice usted? Será una broma, ¿no?”. Feijóo ya ejerce de padre en el PP o en los chiringuitos, que ésa es una frase de padre en el chiringuito, ante una paella falsa y ferruginosa como una espada del Cid. La frase la dijo en la SER, pero la prensa del Movimiento quizá es también un negocio de paellas falsas o de gitanos falsos exbufones de palacio, que cantaba Serrat. Àngels Barceló le había presentado a Feijóo algo así como una ensaladilla sospechosa y tornasolada de la casa, eso de que el PP de Castilla y León rechazó la propuesta de pacto que el PSOE le ofreció “si rompían con la ultraderecha”. Y entonces Feijóo, mirando el platillo entrevivo y entresudado, le soltó la frase y recordó los pactos del PSOE. Feijóo aún no sabemos qué quiere hacer con España, una zarzuela de las regiones o qué, pero ya ha plantado la sombrilla de forma diferente. La frase es para ponerla en un tampón e irla dejando por ahí, qué se yo, en la frente de Sánchez, a la vuelta de Marruecos, como si fuera un salvoconducto de Bogart.
“¿Pero qué me dice usted? Será una broma, ¿no?”. Se podría recibir a Sánchez con esta pancarta, al regresar de Marruecos. Sánchez se ha venido de su banquete con nuestra bandera bocabajo o él mismo bocabajo, que quizá eso es indistinguible o indiferente, como si él fuera un rey de corazones de baraja francesa. Quizá Mohamed VI y su protocolo, después de adornar e incluso trenzar primorosamente la propia habitación, como una cesta de cobra, se despistaron con nuestra bandera. O quizá el banquete fue planeado como la cena de los idiotas. A Sánchez no sólo le colocaron una bandera de plaza rendida o infestada, sino que hasta le hicieron posar ante una figurita de Táriq ibn Ziyad, conquistador de la Península, que es como si nosotros hiciéramos posar al rey marroquí ante un Santiago Matamoros. Y aún no sabemos qué ganamos con ese acuerdo que ni siquiera es acuerdo, sólo son ganas de Sánchez. Será una broma, ¿no? Pues no.
Feijóo tiene aquí un lema que parece tremolar entre columnas, entre almenas, entre leones rampantes y escamosos, o entre botellines de empalizada y arroz fermentado en arena
“¿Pero qué me dice usted? Será una broma, ¿no?”. Feijóo tiene aquí un lema que parece tremolar entre columnas, entre almenas, entre leones rampantes y escamosos, o entre botellines de empalizada y arroz fermentado en arena. Sea como sea, es una frase que va diciendo, antes que nada, por delante de nosotros, como el niño que va a pedir el vasito de agua, que uno no tiene intención de que lo tomen por tonto, sea ante una falacia de Sánchez o ante un gambón fosilizado y habitado de otras muchas generaciones de seres, como un trilobite. Feijóo no quiere saber nada de la batalla cultural, que a lo mejor cree que es una cosa de Cayetana vestida como para hacer Las troyanas, pero por lo menos hay aquí algo de batalla por el lenguaje. Casado se hubiera puesto colorado buscando el centro, o hubiera disimulado haciendo papiroflexia con la servilleta, o se hubiera comido incluso el pelo de la sopa, como si fuera la sopa de la suegra, pelo de moño de suegra, con dureza y forma de horquilla del pelo. Pero Feijóo, además de las razones, entiende que es importante desmontar el truco, que es el verdadero negocio, como ese negocio del dominio del lenguaje y los escenarios que posee la suegra.
“¿Pero qué me dice usted? Será una broma, ¿no?”. Lo primero, en la política y en la playa, es que no le tomen a uno el pelo. Ahora quizá vuelve el peligro de la inocencia, porque parece que todo comienza de nuevo, que todo se inaugura otra vez, y hasta la Semana Santa, después de los años del bicho, parece una cosa romana descubierta y desenterrada, con sus estatuas como ánforas de aceite y con sus oros de cenas de Pompeya muy cepillados. Me doy cuenta de que el Domingo de Ramos vuelve a ser como una boda antigua, con la cama recién preparada, que no sabe que terminará en sangre. O sea que la gente ha olvidado un poco la historia, el sentido, la farsa, y se deja convencer otra vez por un pescador profeta o un político profeta que vende el Cielo desde una barca como un auténtico vendedor de camarones. Yo creía que la guerra nos había quitado la inocencia, pero la gente la desea y la añora, quiere sus mil dioses, sus mil cervezas y sus mil mentiras.
“¿Pero qué me dice usted? Será una broma, ¿no?”. A la inflación que inventó Putin, a lo de llamar ultraderecha a todo el que le lleva la contraria, al acuerdo histórico con Marruecos que se ha quedado en tortas y chistes de Sánchez o del butanero, a los planes con chocolate del loro, al tonito de sacristán con el que Sánchez se dirige a Bildu o a ERC, a lo de arrimar el hombro como si lo dijera el tío Regalito de Morena Clara, a las nuevas normalidades y sucesivas recuperaciones que siguen a los apocalipsis como los desayunos con churros siguen a las verbenas; a todo esto y a muchos otros asuntos y astucias que ustedes están pensando, habría que enfrentarlos, antes que nada, con esta frase de padre y de tinto de verano. Esto va a terminar en camisetas, en memes, en gifs, en loops. Yo lo veo hasta en publicidad de avionetas de playa, haciendo con sus pendones sobre los chiringuitos algo así como el anuncio de una justa entre padres y camareros, o entre yernos y suegras, o entre el sanchismo y la realidad.
“¿Pero qué me dice usted? Será una broma, ¿no?”. Feijóo ya ejerce de padre en el PP o en los chiringuitos, que ésa es una frase de padre en el chiringuito, ante una paella falsa y ferruginosa como una espada del Cid. La frase la dijo en la SER, pero la prensa del Movimiento quizá es también un negocio de paellas falsas o de gitanos falsos exbufones de palacio, que cantaba Serrat. Àngels Barceló le había presentado a Feijóo algo así como una ensaladilla sospechosa y tornasolada de la casa, eso de que el PP de Castilla y León rechazó la propuesta de pacto que el PSOE le ofreció “si rompían con la ultraderecha”. Y entonces Feijóo, mirando el platillo entrevivo y entresudado, le soltó la frase y recordó los pactos del PSOE. Feijóo aún no sabemos qué quiere hacer con España, una zarzuela de las regiones o qué, pero ya ha plantado la sombrilla de forma diferente. La frase es para ponerla en un tampón e irla dejando por ahí, qué se yo, en la frente de Sánchez, a la vuelta de Marruecos, como si fuera un salvoconducto de Bogart.
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