Macron, el personal pide que se vote a Macron, pone como ejemplo a Macron, pero se le olvida que aquí no tenemos a ningún Macron. No hay ningún Macron, y si lo hubiera ya se lo habrían comido los joteros de España, las tribus de cocotero autóctono, el comunismo de Cojo Manteca y el sanchismo de primaveraverano. Aquí no hay Macron, y no porque no tengamos en los partidos castings de guapetes con pin, sino porque no hay centro, y eso es lo primero. No tenemos sistema presidencial, no tenemos elecciones a dos vueltas, no tenemos la herencia de una República que inició la Edad Contemporánea, pero sobre todo no tenemos centro, que siempre cae porque toda la antigua España de baraja se une contra él, como en un escarmiento de viejos feriantes o rancheros. Así que los alineamientos, las simpatías y hasta los cordones sanitarios se mencionan sabiendo que son folclore de aquí, que no podemos ser franceses como no podemos ser bailarinas de Degas.
Suárez se tuvo que inventar el centro, para que no todo fuera comunismo de trinchera
A Macron lo llaman algunos “populista de centro”, sobre todo los populistas de otros lados, pero lo que ocurre es que Macron se tuvo que inventar el centro entre la tradición socialista y la conservadora-gaullista, y parecía una cosa sólo suya, como ahora el proyecto de Yolanda Díaz (aunque Macron ya tenía ideas, no rellena su programa como una comanda de pizzería, preguntando a la gente). También aquí Suárez se tuvo que inventar el centro, para que no todo fuera el comunismo de trinchera, el socialismo de la buena pana y las ruinas egipciacas del franquismo, e igualmente parecía una cosa de un hombre solo, más unos ministros de gafa gorda que eran como las secretarias de Un, dos, tres de Suárez. El centro siempre es una aventura en los países que vienen polarizados o separados por la historia como por una centrifugadora para quesos. Allí también tuvieron a sus pobres girondinos, como aquí tuvimos a nuestros pobres liberales, y la cosa sigue sin cuajar.
En nuestra España de lindes y clanes, de raya de Pizarro por todos sitios como nuestra rayuela, de plazas, teatros, parroquias e historia con dos lados como tendidos de sol y sombra, el centro se tiene por tibio o por veleta, pero ahora resulta que el centro de Macron, aunque sea un centro de monograma, es el que va a salvar a Europa. Piden el voto para Macron los del PSOE, los del PP, y hasta Echenique dice tiernamente que “el objetivo de todos debe ser que la ultraderecha no gane la segunda vuelta”. Aunque la lógica ya flaquea un poco cuando pretenden hacer paralelismos con el PP. El PSOE cree que Francia “pone ante su peor espejo” a Feijóo, por eso de “abrazar a la extrema derecha” mientras en Europa se la cerca con “cordones sanitarios”. Digo que flaquea porque el símil exacto con Francia sería preguntarse por qué el PSOE no ha apoyado la investidura de Mañueco en Castilla y León, para evitar esos abrazos peludotes con la gente de Abascal.
Todos los paralelismos que se hacen con Macron son folclore y berza local, no tienen que ver nada con Francia ni con el futuro de Europa. Ya uno sospechaba de tanto halago o apoyo hacia alguien de centro, aunque sea ese centro ombliguero de Macron, que ya digo que aquí el centro es como el club de ajedrez de la política, refugio de frikis sin novia, de soñadores solitarios con calcetín hasta la rodilla y colección de minerales. El PSOE y el PP quieren ser como Macron, más que nada porque allí Macron gana y sus partidos hermanos, los tradicionales los llaman, casi han desaparecido. Por lo demás, el PSOE clama contra la ultraderecha francesa, que les suena como napoleónica, mientras sabe perfectamente que nada le ha favorecido más en los últimos años aquí que Vox. Así ha sido desde que al partido de Abascal lo pusiera de moda, precisamente para dañar al PP, Susana Díaz, que ahora parece la Dama de Elche. Hasta Sánchez se pedía a Vox para sus debates, recuerden, como si fuera otro dóberman de sus campañas.
Vox es lo mejor que le ha pasado al PSOE, y no lo quieren frenar, sino que siga haciendo verruga de bruja en el PP
El PSOE pide que se vote a Macron para frenar a la ultraderecha francesa, mientras se niega a apoyar al PP para frenar a la ultraderecha hispana, que no es napoleónica sino trabuquera. Pero es que Francia siempre es una postal, incluso en política. Ya sabemos que al PSOE no le interesa frenar a Vox, que es lo único que aún les deja esperanzas de que Sánchez renueve ese colchón con forma de nenúfar de la Moncloa. Pero se trata de sacar mucho la palabra ultraderecha, ya sea con camioneros, con hortelanos o con las elecciones francesas, que no le importan a nadie pero que pueden permitir trasladar aquí esas luchas suyas como carolingias, aunque nos lleguen con un prestigio amortiguado, confuso y perezoso, como de Tour de Francia. Vox es lo mejor que le ha pasado al PSOE, y no lo quieren frenar, sino que siga haciendo de verruga de bruja en el PP. Por su parte, el PP no va a privarse de gobernar por no pactar con Vox, si no hay otro remedio, y menos viendo el Gobierno y las alianzas que ha dejado Sánchez, entre leonera y pajar.
Macron, todo el mundo habla de Macron, pero a nadie le importa Macron, el único experimento de centro que sobrevive por aquí cerca, aunque sea un centro un poco de ilusionista. El centro no es Feijóo bailando la jota en un sitio y la muñeira en otro, ni era Casado haciendo equilibrios entre diputados toreros como bomberos toreros. El centro ya es una ideología, no es una vibración ni un borrón ni un no saber qué hacer. El centro pudo ser UPD, pudo ser Ciudadanos, pero aquí el centro nunca dura, enseguida se lo comen las dos Españas como urracas de alguna leyenda hispánica de doña Urraca. Macron, el personal ahora apoya a Macron, unos porque le envidian y otros porque hasta un francés menudito les sirve de garrote contra el PP. Macron le ganará a Le Pen otra vez, y aquí no pasará nada, seguro. Esto no es Francia, no somos Macron como no somos bailarinas de Degas. Aquí el constitucionalismo volverá a ser facha, como Serrat; la ultraderecha volverá a salir en cada fiesta, como los cabezudos; y el centro volverá al desván, como un ajedrez magnético.
Macron, el personal pide que se vote a Macron, pone como ejemplo a Macron, pero se le olvida que aquí no tenemos a ningún Macron. No hay ningún Macron, y si lo hubiera ya se lo habrían comido los joteros de España, las tribus de cocotero autóctono, el comunismo de Cojo Manteca y el sanchismo de primaveraverano. Aquí no hay Macron, y no porque no tengamos en los partidos castings de guapetes con pin, sino porque no hay centro, y eso es lo primero. No tenemos sistema presidencial, no tenemos elecciones a dos vueltas, no tenemos la herencia de una República que inició la Edad Contemporánea, pero sobre todo no tenemos centro, que siempre cae porque toda la antigua España de baraja se une contra él, como en un escarmiento de viejos feriantes o rancheros. Así que los alineamientos, las simpatías y hasta los cordones sanitarios se mencionan sabiendo que son folclore de aquí, que no podemos ser franceses como no podemos ser bailarinas de Degas.
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