La posibilidad, de la que yo dudo, de que Le Pen pueda ganar en la segunda vuelta de las presidenciales en Francia, y la investidura de Mañueco, que lleva consigo la conformación del primer gobierno autonómico PP/Vox, han dado alas a la izquierda para cargar contra Feijóo. Se le acusa de hipocresía y de actuar en sentido contrario a como lo hace Europa respecto a la extrema derecha: mientras otros hacen un cordón sanitario contra sus partidos, él les pone la alfombra roja.

Dado que la economía va a ir de mal en peor y que Sánchez no va a poder exhibir en las próximas elecciones datos que le permitan presumir de gestión, ahora sólo le queda como principal arma electoral convertir al líder del PP en el peón de Santiago Abascal. Ese será un argumento recurrente tanto para el PSOE como para sus socios durante los próximos meses.

Cualquiera que haya hablado más de cinco minutos con Feijóo sabe que Vox no le gusta un pelo. No comparte con ese partido su discurso sobre Europa, ni le seducen sus socios europeos, ni su revisionismo en políticas de igualdad, ni su aspiración de cargarse el estado de las autonomías, ni su rechazo a otras lenguas que no sean el castellano, ni mucho menos sus formas, su pulsión a resucitar las dos Españas.

Feijóo consiguió en Galicia algo que desearía el PP para toda España: la irrelevancia de Vox. Pero las cosas son como son. En Castilla y León el PP no tenía otra forma de gobernar que no fuera pactando con Vox. Eso también podría ocurrir en Andalucía, donde casi con seguridad habrá elecciones el próximo mes de junio.

El líder del PP, hasta ahora, no está entrando al trapo. Elude responder a la pregunta de si califica a Vox como partido de extrema derecha, y, al mismo tiempo, evita hacerse fotos con Abascal. Es un equilibrio difícil pero que, a la luz de las encuestas, no le está dando mal resultado.

La mayoría de los votantes del PP prefiere un pacto con Vox, al igual que la mayoría de los votantes del PSOE se inclina porque su partido pacte con Podemos. En España, la cultura de los grandes pactos no existe

Los sondeos publicados tras su elección como presidente del PP muestran una recuperación meteórica: en poco más de un mes, el partido conservador habría subido en intención de voto unos 30 escaños, e incluso en algunas (GAD-3) supera con cierta holgura al PSOE. En febrero, el PP caía a plomo en los sondeos y era superado por un PSOE que, todo hay que decirlo, nunca ha logrado, ni siquiera en los momentos más críticos del principal partido de la oposición, remontar el 30% en expectativa de voto (dejamos fuera de este comentario a chef Tezanos).

Las razones de esta resurrección electoral son las siguientes:

1º La solución a la crisis ha sido muy rápida y no ha producido una ruptura interna en el partido. Mientras que en el PSOE la salida abrupta de Sánchez en 2016 (pongámoslo como un suceso similar a la defenestración de Casado) llevó a la creación de una gestora y a meses de interinidad en la dirección hasta la convocatoria de primarias, en el PP el cambio de líder se ha hecho en cuatro semanas, casi por unanimidad y con Casado poniéndose al servicio del nuevo presidente.

2º El principal conflicto que llevó al PP a perder el favor de muchos de sus votantes, el enfrentamiento entre Génova y la presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha resuelto con la convocatoria del Congreso madrileño y el apoyo decidido de Díaz Ayuso a Feijóo. Un lío que ha desaparecido.

3º Feijóo es visto, tanto por los votantes de la derecha como por los de la izquierda, como un líder capaz de gobernar. Por primera vez desde que Sánchez llegó a la Moncloa, el jefe de la oposición aparece como el político más valorado en las encuestas.

4º Por último, y no menos importante, un 20% de los votantes de Vox estaría dispuesto a apoyar a Feijóo en las próximas elecciones. Lo cual quiere decir que ya opera, gracias a él, el fenómeno del voto útil, cosa que no ocurría con Casado.

Si viviéramos en Francia y tuviéramos su sistema electoral, Feijóo lo tendría fácil. En la segunda vuelta se llevaría de calle los votos de Vox y podría gobernar con mayoría absoluta. Pero no es así. Aunque no le guste tiene que contemplar la hipótesis de un gobierno en coalición con Vox, que es a lo que apuntan ahora todas las encuestas.

Lo cual no quiere decir que se resigne. El presidente gallego tiene en mente otra posibilidad: que el PP remontara hasta el punto de alcanzar más escaños que la suma de la izquierda. Algo muy difícil porque en una investidura Sánchez no sólo contará con los votos del PSOE y UP, sino de todos los independentistas. Claro que no es lo mismo que el PP tenga 150 escaños y Vox 40 que si sucediera lo que ahora reflejan los sondeos: PP con 120 y Vox con casi 60 escaños. En todo caso, esos márgenes implican que Feijóo no está condenado a gobernar con Vox y, si juega bien sus cartas, sobre todo como alternativa económica a la coalición que ahora gobierna, puede poner a Abascal entre la espada y la pared de apoyarle, sin entrar en el gabinete, o facilitar, de nuevo, otro gobierno Frankenstéin.

Lo que está fuera de la realidad, algo en lo que algunos insisten machaconamente, es la posibilidad de un pacto de gobierno entre el PP y el PSOE. Por desgracia, en España, como en otros países, se ha roto lo que Jared Diamond (Crisis) llama "la cultura del acuerdo", la esencia de la democracia, que es "la búsqueda de equilibrios y la toma de decisiones con amplios consensos".

La polarización es un hecho. Los dos grandes partidos la han alimentado durante mucho tiempo y ahora esa polarización condiciona su política de pactos. La mayoría de los votantes del PP prefieren pactar con Vox que con el PSOE, al igual que a la inmensa mayoría de votantes del PSOE le gusta más pactar con Podemos que con el PP.

Recordemos que lo que le devolvió a la secretaría general del PSOE a Sánchez fue su "no es no" a permitir con su abstención un gobierno de Rajoy. Feijóo cometería un error de libro si alimentara la idea de que es posible un gobierno de coalición con el PSOE. Perseguir sueños imposibles no es realista y siempre lleva a la melancolía.