Telecinco va a estrenar la serie de Zelenski, el actor que hacía de presidente y ahora es un presidente que también tiene que hacer de actor. Zelenski no es como Reagan, un mal vaquero en las películas y un mal vaquero en la Casa Blanca, que dejó toda la madera de barco de sus escritorios arañada de espuelas, como la de un saloon. En realidad Reagan no fue tan mal presidente, pero quedaba perfecto y ridículo haciendo de muñecote de sí mismo en Spitting Image. Reagan no conseguía convencer en su papel de presidente y la gente sólo lo veía como un secundario de Bonanza, con su camisa de cuadros y sus manos de herrero, intentando hacer de presidente. Pero Zelenski consigue que lo veamos como presidente de película haciendo de presidente real, o al revés, que en cualquier caso es un triunfo del actor y del presidente. Por eso no resulta ridículo, sino inspirador. Es como si Morgan Freeman terminara de presidente, pero en ucraniano.
A Zelenski lo ve uno más como Morgan Freeman en un fin del mundo que como Emilio Aragón en un fin del mundo. La verdad es que el de actor no es tan mal origen para llegar a una presidencia, peor es llegar de hijo con caballito de balancín, como George Bush Jr., o de magnate de aperitivos de Homer Simpson, que es lo que parece Trump. Aquí tenemos a Toni Cantó, que no ha llegado a presidente pero sí a icono, que ya es meritorio, y, por supuesto, a Pedro Sánchez, actor de sí mismo, actor de un único personaje, como un actor que hace de Superman, y además actor malísimo, más cerca de un Drácula levemente porno de serie Z que de un héroe con pijama bajo la gabardina.
A nuestra política llegan abogadetes de lindes, sobreros de Empresariales, funcionarios de tamponcillo, maestritos de Piaget y hasta políticos puros, sin más profesión que la de su fe. Hemos tenido pianistas, químicos y electricistas, y familia, muchas sagas, del espadón hasta la democracia, con señoras de González o de Aznar, y rematando en los insuperables ministerios conyugales de los Iglesias, como pabellones del chalé. Al final lo que vemos es que la valía política es independiente de la profesión, del origen y del carácter, ni los empollones tienen por qué triunfar, ni los tecnócratas salvarnos, ni los chusqueros ser todos como Ábalos, ni los sosos ser todos como Rajoy. Hay una especie de alma política, de talento político, que simplemente se revela, y entonces da igual si eres Emilio Aragón, casi mejor que ser Pedro Sánchez.
Nuestro Pedro Sánchez ha llegado a la presidencia con sus Empresariales y como mucho sólo tenía el guion de llevar las cuentas de una ferretería de toda la vida
Zelenski es actor, y al menos eso sirve para algo, o sea para hacernos llegar la guerra un poco homéricamente justo cuando hace falta, porque Occidente no se despierta fácilmente con bombazos lejanos. A Occidente hay que traerle los niños muertitos y la ropa despidiéndose con una sola manga de amputado en los tendederos, o sea poesía del horror, y el valiente que resiste con casco de cacerola y una camiseta del revés, o sea la épica heroica. Zelenski no nos acerca la guerra con truco, sino con énfasis, que es distinto. Putin es el que es puro truco, con sus miradas y palacios de Fu Manchú. Zelenski es un actor que hacía de presidente por accidente, como esas películas de princesas por accidente, siempre tan emotivas y tan digestivas, pero cuando ha tenido que lidiar con la historia se ha hecho con ella, aunque es verdad que ya tenía medio guion hecho. Nuestro Pedro Sánchez ha llegado a la presidencia con sus Empresariales y como mucho sólo tenía el guion de llevar las cuentas de una ferretería toda la vida y ligarse a las clientas que vienen a por alcayatas que no necesitan.
En la serie, Zelenski es un profesor de historia al que le graban una rajada monumental contra la corrupción política. El vídeo se hace viral y termina siendo elegido presidente de manera inverosímil y tierna, como las películas de princesas / patitos feos de instituto. En la serie le anuncian la buena noticia precisamente cuando está en su casa, en camiseta, y así se ha quedado él, en camiseta, entre hervores de fideos y de calcetines, por eso digo que el guion ya lo tenía medio hecho. Pero eso no basta, insisto. Hay quien tiene alma política y quien no la tiene (Casado no la tenía, era un empollón con más horas de flexo que talento), y eso no viene de la profesión ni de la cuna. Zelenski la tiene, y la tendría viniendo de hacer una serie presidencial, de hacer de Milikito o de hacer pan.
La serie la van a poner muchas más cadenas en el mundo (la productora no deja de recibir ofertas, como si hiciera telenovelas turcas). Será, sin duda, digestiva y emotiva, pero esta vez no se trata de una cenicienta de Brooklyn ni de Morgan Freeman haciendo realidad las fantasías de Hollywood. Se trata de un tipo al que una de las máquinas de muerte más decididas del mundo quiere hacer desaparecer, junto con su país, pero que se pasea por la calle en camiseta agujereada como una bandera ametrallada, que ha conseguido que su país resista cuando nadie lo creía posible, y que se ha convertido en un icono más allá del guion y de las tablas, como si uno de estos actores de Superman, con ricito postizo y capita de hule, volara un día de verdad.
En El ala oeste de la Casa Blanca, cumbre de la ficción política cursi, el presidente de los Estados Unidos es nada menos que premio Nobel de economía, ganando a esos otros presidentes de película que son pilotos de guerra o hasta cazadores de vampiros. Hay también un congresista latino idealista, incorruptible, guapo y, sí, piloto de caza. E incluso un republicano ateo y proabortista. Pero son cursiladas que sólo inspiran a cursis como Iván Redondo. Luego, la historia te corona a un cómico en calzoncillo blanco, no a un nobel pomposo y plateado como un águila calva. O te corona a otro señor gallego, como una reposición de La regenta. La serie de uno de Empresariales igual de pomposo y plateado que el águila presidencial americana, ésa serie es la que me parece a mí que no se cree ya nadie.
Telecinco va a estrenar la serie de Zelenski, el actor que hacía de presidente y ahora es un presidente que también tiene que hacer de actor. Zelenski no es como Reagan, un mal vaquero en las películas y un mal vaquero en la Casa Blanca, que dejó toda la madera de barco de sus escritorios arañada de espuelas, como la de un saloon. En realidad Reagan no fue tan mal presidente, pero quedaba perfecto y ridículo haciendo de muñecote de sí mismo en Spitting Image. Reagan no conseguía convencer en su papel de presidente y la gente sólo lo veía como un secundario de Bonanza, con su camisa de cuadros y sus manos de herrero, intentando hacer de presidente. Pero Zelenski consigue que lo veamos como presidente de película haciendo de presidente real, o al revés, que en cualquier caso es un triunfo del actor y del presidente. Por eso no resulta ridículo, sino inspirador. Es como si Morgan Freeman terminara de presidente, pero en ucraniano.
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