Desde siempre, por falta de petróleo y de gas, riquezas naturales esenciales que permiten a un Estado no sufrir incómodas represalias, Marruecos puso por delante su imagen de “país árabe moderado” y su predisposición a ser un centinela más de Occidente.
A cambio de un alineamiento impecable con las tesis de los diferentes “ejes del bien” y de su predisposición a hacer de gendarme contra las migraciones que amenazan la rica Europa, el régimen alauita se beneficiaba de la complacencia norteamericana, que no es poco en tiempos difíciles; de una sustanciosa compensación económica venida de Bruselas y de una no menos generosa complicidad diplomática y política cuando los intereses del régimen están en juego.
Para agradecer al “chico bueno” del vasto mundo arabomusulmán, Occidente miraba hacia otro lado cuando Rabat conculcaba derechos fundamentales y perseguía políticos, periodistas y activistas. La Unión Europea que embarga hoy bienes rusos “en nombre de la libertad” nunca tuvo reparo en que la familia real marroquí acumulara riquezas inimaginables en una sociedad con un tejido social muy escaso, unas desigualdades flagrantes y una pobreza escandalosa. Lo importante para Bruselas, y sigue siéndolo, no es el bienestar de la maltratada población marroquí, sino la estabilidad de una vieja monarquía incapaz de regenerarse y que sobrevive únicamente gracias a su potente brazo policial.
La UE nunca tuvo reparo en que la familia real marroquí acumulara riquezas inimaginables en una sociedad con un tejido social muy escaso, unas desigualdades flagrantes y una pobreza escandalosa
La supervivencia del régimen, a toda costa
Pero todo esto pareció poco para algún mandamás alauita cuando llegó a la conclusión de que el potencial de Marruecos estaba infravalorado y que se podía y debía pedir aún más a ese Occidente siempre dispuesto a conceder. Y más ahora, con la pandemia del Covid-19 que ha arruinado vidas y economías y que amenaza con provocar algún sobresalto en una sociedad inquieta y dispuesta para el enaltecimiento popular.
La pandemia amenaza con provocar algún sobresalto en una sociedad inquieta y dispuesta para el enaltecimiento popular
Había pues que reaccionar para mantener a toda costa la supervivencia del régimen. Y rápidamente. Primero reforzándose diplomáticamente y luego ganar la batalla de la carrera armamentista frente a la sobrearmada Argelia, el gran enemigo del este. Con dos blancos a la vista: Estados Unidos y la Unión Europea.
A cambio del reconocimiento presidencial americano de la marroquinidad del Sahara Occidental, Marruecos aceptó normalizar sus relaciones diplomáticas con Israel (Acuerdos de Abraham); firmó acuerdos de seguridad, inauditos hace unos años, con su nuevo socio y accedió a formar parte de una alianza militar en Oriente Próximo cuyo primer objetivo es Irán, y luego Argelia, si las cosas se tuercen con un recrudecimiento de los combates en el Sahara occidental.
Un precio carísimo pagado por el Palacio Real ya que la inmensa mayoría de la población marroquí está en contra de la normalización con la “entidad sionista” y no considera al lejano país de los mulás como un enemigo. Rabat no tiene ningún litigio territorial, diplomático, comercial o de cualquier otro tipo con Teherán.
El Palacio Real escogió a España, seguramente por ser el punto más débil de Europa con su frontera común
Con la Unión Europea, Rabat maniobró de otra manera. El Palacio Real escogió a España, seguramente por ser el punto más débil de Europa con su frontera común con el reino de Mohamed VI; por la personalidad de su presidente del Gobierno, tachado de “sin escrúpulos” hace unos años por un influyente periódico español; pero también porque una nueva visión, pro-marroquí, de Madrid sobre el conflicto del Sahara Occidental podría influir sobre el resto de los Estados de la Unión.
Objetivo España
Pero antes de explicitar la ofensiva marroquí hacia España, es imprescindible conocer la particular idiosincrasia marroquí, sin la cual no se entenderían las relaciones hispano-marroquíes, fruto de un pasado común convulso. Los marroquíes, es decir las élites, las del Majzén y las de la sociedad en general, siempre se han mostrado soberbias y desdeñosas con el vecino del norte. La nomenclatura marroquí nunca asimiló que una pequeña potencia agonizante que había sido expulsada de América Latina se hubiera apoderado de una pequeña franja del norte de su país, desde 1912 hasta 1956, para instalar un protectorado con el propósito de “civilizar” al viejo “Imperio Jerifiano”.
Las élites marroquíes siempre se han mostrado soberbias y desdeñosas con el vecino del norte. Nunca asimilaron que una pequeña potencia agonizante que había sido expulsada de América Latina se hubiera apoderado de una pequeña franja del norte de su país
Los marroquíes digerían Francia porque era una poderosa y arrolladora potencia colonizadora. Algo que no era España. Hasta en el lenguaje popular marroquí, la imagen que quedó del español de Marruecos es la de un “Bu Rukaa”, un vulgar “trapero”. A esto hay que añadirle otro hecho transcendental. Después de la independencia de Marruecos en 1956, el nuevo Estado adoptó como lengua oficial el árabe literal, pero adjuntó en casi todos los documentos y actos administrativos el francés, la lengua vehicular de las élites. El castellano desapareció simplemente del mapa. Hoy en día, el Boletín Oficial del Reino de Marruecos que era trilingüe durante el protectorado, es bilingüe: árabe y francés. Aunque este último idioma nunca obtuvo un estatus oficial.
Este persistente desprecio es el que explica porque Rabat ha tratado mal a España, contrariamente a lo que hace con otros países con los que tiene o tuvo abiertos varios conflictos
Este persistente desprecio es el que explica porque Rabat ha tratado mal a España, contrariamente a lo que hace con otros países con los que tiene o tuvo abiertos varios conflictos, como por ejemplo Francia y Alemania. Hasta con Argelia, considerado un acérrimo y peligroso enemigo, Marruecos guarda una cierta postura y no se aventura en la senda de exigencias que no son baladíes.
Probablemente porque Argelia responde a Marruecos con la misma animosidad y los mismos embistes. Algo que los gobiernos españoles no hacen, seguramente por razones de pragmatismo diplomático pero que es entendido allende el Mediterráneo como una manifestación de impotencia.
Los ataques de Marruecos
Aquí van unos ejemplos. La muerte a tiros de dos jóvenes melillenses a manos de guardacostas marroquíes en 2016 se quedó en nada porque la Audiencia Nacional, y seguramente el gobierno de Mariano Rajoy, lo quisieron así. El cierre unilateral de la vieja y única aduana terrestre hispano-marroquí de Beni Ensar (Melilla), fue respondido por un estrepitoso silencio desde Madrid. Como si no fuera un acto hostil hacia un país que Rabat considera oficialmente como un “país amigo”. La Moncloa y el ministerio de Asuntos exteriores español no tuvieron el valor de responder a las violentas diatribas lanzadas contra el gobierno español por la embajadora de Mohamed VI, Karima Benaich -que sin embargo alardea de su nacionalidad española- desde su despacho de Madrid. No hubo la más mínima llamada de atención. Como si las amenazas directas de Benaich no hubieran existido.
Los repetidos asaltos de subsaharianos a las fronteras de Ceuta y Melilla y la escabrosa y organizada embestida, otra vez contra Ceuta, de menores marroquíes que Rabat no tuvo ningún reparo en utilizar para ajustar cuentas con Madrid
Los repetidos asaltos de subsaharianos a las fronteras de Ceuta y Melilla y la escabrosa y organizada embestida, otra vez contra Ceuta, de menores marroquíes -algunos murieron por ahogamiento o accidente- que Rabat no tuvo ningún reparo en utilizar para ajustar cuentas con Madrid después de la hospitalización del líder del Frente Polisario Brahim Ghali, tuvo como respuesta, probablemente por presiones de España, una leve condena del Parlamento Europeo.
En fin, el cese de la ministra de exteriores, Arancha González Laya, y sus posteriores problemas judiciales, saludados por la prensa alauita como un gran logro de la influencia de Rabat en la península, convencieron al Palacio Real de que Pedro Sánchez y su núcleo duro estaban maduros para seguir la senda trazada por Donald Trump; dinamitar un viejo consenso de 46 años; tirar por la borda el derecho internacional; y dar el gran salto al reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara Occidental.
Una gran victoria
Aunque Sánchez escribió en su carta al rey de Marruecos que consideraba la propuesta de autonomía marroquí de 2007 como la “más seria, realista y creíble” para resolver definitivamente el conflicto del Sáhara Occidental, Rabat lo interpretó como el reconocimiento explícito de su presencia en el territorio cuyo administrador legal es España. Una gran victoria sobre la antigua potencia protectora “trapera”, dirían pérfidamente algunos analistas cercanos a los servicios de inteligencia.
Es probable que en los próximos meses Marruecos no lance esas efímeras asociaciones patrioteras para bloquear, como lo hizo hace una década, la frontera
Y ahora ¿qué? Las fronteras de Ceuta y Melilla van a abrirse. Es probable que en los próximos meses Marruecos no lance esas efímeras asociaciones patrioteras para bloquear, como lo hizo hace una década, la frontera. No va tampoco, al menos por un tiempo, a cerrar a cal y canto la frontera. Estos días, Rabat emprendió la caza al inmigrante subsahariano en los alrededores de las dos ciudades autónomas.
¿Hasta cuánto durará esta luna de miel? Nadie lo sabe. Pero una cosa es segura: el rey Mohamed VI está convencido ahora que la recuperación de Ceuta y Melilla, así como el resto de esos inútiles polvos de imperio que son las islas, islotes y rocas del Mediterráneo, es una cuestión de tiempo. Marruecos, dicen algunos, los recuperará en el momento adecuado.
Ali Lmrabet es un periodista marroquí afincado en España. Colabora actualmente con Middle East Eye y Politics Opinions Today.
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