En las elecciones andaluzas se juega el porvenir del centro derecha, es decir, el PP, y la relación de éste con la derecha nacionalista radical que es Vox.
No cabe duda que los resultados del partido de Santiago Abascal van a ser muy satisfactorios para la pretensiones de esa formación política. La prueba es que todos los aspavientos ejecutados por el PSOE y por Podemos amenazando con la llegada de la ultraderecha han resultado en vano y, lejos de movilizar a los votantes de la izquierda, lo único que han conseguido es aumentar progresivamente y de forma continua y sostenida el patrimonio de votos del partido verde. La estrategia de la izquierda se ha mostrado inútil en ese aspecto.
Ahora bien, esa presión sobre Vox, que ya digo que es inútil, sí produce efectos en el Partido Popular que, salvo en contados casos, no ha asumido todavía públicamente con valentía que no es aceptable ni equilibrado que el Partido Socialista lleve tres años pactando el Gobierno con la ultraizquierda de Podemos y la legislatura con los independentistas de ERC y los proetarras de Bildu y se permita presionar al PP con un pacto con Vox en Castilla y León que todavía ni siquiera ha podido ser calibrado porque el nuevo equipo aún no ha empezado a gobernar.
Si Moreno Bonilla convoca en junio, lo hará prescindiendo del evidente empuje que le podría proporcionar un Núñez Feijóo ya placeado en la vida política nacional
Ahora todos los partidos están pendientes de las elecciones en Andalucía. Según publica hoy este periódico, no está todavía decidido que Macarena Olona vaya a ser la cabeza de lista de Vox en esos comicios. Y tiene sentido la duda no sólo porque el papel de esta diputada en el Congreso es muy relevante sino también y sobre todo porque es una buena cabeza jurídica que ha proporcionado éxitos indudables a su partido en los recursos planteados ante los tribunales de justicia, notablemente ante el Tribunal Constitucional.
Y dado que hasta ahora parece que lo relevante en el caso de Vox no es el nombre del candidato sino la marca que representa, tiene todo el sentido que la cúpula directiva albergue serias dudas sobre qué hacer en el caso de los comicios andaluces.
A Vox probablemente le resulte indiferente que Juan Manuel Moreno Bonilla disuelva el parlamento en junio o en octubre. Sus partidarios tienen decidido el destino de su voto y es poco probable que lo modifiquen en un plazo tan corto.
Pero a quien no le interesa que se convoquen en junio es precisamente al PP por una razón evidente. Este es un partido que acaba de cambiar de líder y el nuevo presidente popular, por más que haya producido un notable avance en la intención de voto según los sondeos publicados, aún no tiene obra de ámbito nacional.
Quiero decir que, aparte de haber conseguido reunificar a su partido, todavía no se le conoce resultado alguno en su incipiente gestión. Estamos en el último tercio del mes de abril y Alberto Núñez Feijóo sigue siendo presidente de la Xunta de Galicia. Hasta el momento ha mantenido un único encuentro personal en su nueva calidad de líder de la oposición con el presidente Pedro Sánchez. No es probable tampoco que vaya a mantener un cara a cara parlamentario con Sánchez entre otras razones porque es más que posible que en estas condiciones de crisis, con los datos macroeconómicos del país disparados, al presidente del Gobierno no le interese convocar para junio un debate sobre el estado de la Nación.
Ésa hubiera sido la oportunidad para Núñez Feijóo de medirse parlamentariamente con Pedro Sánchez si la Mesa de la Cámara le hubiera autorizado a participar en él una vez que se hubiera incorporado como senador autonómico en la Cámara Alta. Pero todos estos no son más que futuribles, a día de hoy ninguno es un hecho. Por lo tanto, el nuevo presidente del PP no pasa de ser una promesa y hasta una esperanza para los suyos. Nada más.
Y aunque eso no es poco, es evidente que no es bastante.
Si Moreno Bonilla convoca en junio, lo hará prescindiendo del evidente empuje que le podría proporcionar un Núñez Feijóo ya placeado en la vida política nacional.
Y eso no les conviene a ninguno de los dos porque una de las cosas que ambos, insisto, ambos, deberán intentar es detener el crecimiento constante del partido de Santiago Abascal en términos de apoyos electorales en Andalucía. Pero eso no se consigue en apenas dos meses.
Se necesita más tiempo para sacar rédito a la actuación política del presidente del PP. De modo que, si pudiera aguantar lo que queda de año, cosa que no es en absoluto fácil, al actual presidente de la Junta de Andalucía lo que de verdad le convendría políticamente es celebrar las próximas elecciones no en junio, ni siquiera en octubre, sino en diciembre. Ésta es la verdad.
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