No sabemos cómo acabará la guerra en Ucrania, tampoco cuándo. Pero probablemente hará falta un final negociado y este tardará en llegar y será precario. Por eso, para no perdernos en cálculos y discusiones que a día de hoy son estériles, conviene centrarse en lo que sí sabemos, en los hechos fundamentales. Hechos que, por desgracia, se repiten invariables en todos los conflictos armados por los que la humanidad sigue sangrando. Una y otra vez.
Sabemos que en toda guerra hay víctimas. Y que entre las que más sufren y por más tiempo, están siempre los niños y las niñas. Sabemos también que esta guerra, toda guerra, es fundamentalmente una guerra contra la infancia, una tragedia impuesta a la infancia del presente, pero también a los adultos del futuro.
Toda guerra es fundamentalmente una guerra contra la infancia, una tragedia impuesta a la infancia del presente, pero también a los adultos del futuro
En Ucrania, sabemos que al menos 160 niños han muerto y que cerca de 300 están heridos y que una media de 22 escuelas han sido objeto de ataques violentos desde febrero. Una cifra tremenda no superada por ningún otro conflicto existente en el mundo en estos momentos. Es más, sabemos que un 60% de todos los ataques documentados que se han producido en el mundo, en lo que va de año, a estructuras y personal sanitario han ocurrido en Ucrania, y que un 34% de las muertes que han resultado de esos ataques a “la misión médica” se han producido también en Ucrania. No existen muchas realidades peores en el mundo hoy, ni mediáticas ni olvidadas. Todo esto sabemos.
¿Qué más decir sobre esta guerra y los niños de Ucrania? ¿Que hay cientos de miles que están forzados a permanecer, atrapados, en zonas de combate? ¿Qué hay, literalmente, millones que han tenido que abandonar a la fuerza sus hogares, su país y su vida para tratar de ponerse a salvo? ¿O que la vida que tenían hace apenas cinco semanas ha dejado de existir, tal vez para siempre? Todo lo que se diga no alcanza tan siquiera a empezar a describir la intensidad de su dolor o la profundidad de la pérdida. Y, sin embargo, hay que decirlo y repetirlo, ser de algún modo también su voz. Tomarla prestada. Decir entonces que toda guerra es siempre y sin excepción una guerra contra la infancia. Una agresión bestial contra los indefensos.
Y, sin embargo, nuestra humanidad también aparece y sucede entonces todo aquello que sabemos es bueno y funciona. Los vecinos abren sus puertas y ayudan, con dignidad, suficientemente, sin hacer grandes preguntas. Los políticos recuerdan que hace 20 años, tras otra guerra a las puertas de la Unión Europea, se creó un instrumento legal, trascendente y ambicioso, que permite cuando se aplica que aquellos que huyen de un conflicto reciban ayuda legal, rápida. Y así, más de cuatro millones de ucranios que huyen del horror encuentran, dentro de su desgracia, un camino legal y seguro por el que huir, ser asistidos y protegidos. Y cada país, cada territorio se ve interpelado, ¿por qué, si podemos, no podemos con todos? ¿Por qué unos niños sí y otros no tanto, o tan tarde? ¿Por qué nuestra humanidad, que es cierta, que es intensa, no es siempre universal?
Aquella infancia europea, víctima de la Primera Guerra Mundial y que se parece demasiado a esta también, nos hizo ser quienes somos hoy
También nosotros y nosotras, Save the Children, nos vemos interpelados. Desde hace más de un siglo, cuando otro conflicto armado en el corazón de Europa nos vio nacer. Aquella infancia europea, víctima de la Primera Guerra Mundial y que se parece demasiado a esta también, nos hizo ser quienes somos hoy. Por eso, nuestro compromiso es estar al lado de estos niños y niñas que huyen hoy, durante todo su camino.
Por eso estamos desde el año 2014 en Ucrania, en la zona en disputa con Rusia. En el origen. Y desde febrero, también en Rumanía, Polonia y Lituania. Allí por donde transitan los que huyen hacia terceros países o se quedan. Y también en cada país europeo al que llegan. También en España. Dando asistencia legal a los refugiados, ayudas directas y efectivo, apoyo médico y psicológico, poniendo en contacto a familias que escapan con otras que abren sus brazos. Creando espacios seguros para que la infancia que huye pueda, por horas o días, permitirse de nuevo ser los niños que eran hace cinco semanas. Tratando, en fin, de que esta guerra contra la infancia sea más benévola y menos cruel para los más indefensos. Ojalá, con el paso de los años, esos niños y niñas ucranios solo guarden un vago recuerdo de lo que está siendo la mayor de las pesadillas.
Vicente Raimundo es director de Cooperación Internacional de Save the Children
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