Gerard Piqué ya es más empresario que futbolista, yo creo que él ya va a jugar al fútbol como los cuñados con pancita playera, en domingos de pachanga, botellín y flato. Piqué es un hombre de negocios, lo que pasa es que nos cuesta verlo así porque nos viene con zapatilla bocona, con capucha o con la gorra para atrás, como esos influencers de pajilleros que hay por ahí, todos millonarios en ganchitos de queso o algo así. Piqué es un hombre de negocios, y además del negocio más puro de España, que no fabrica ni transporta nada, sólo el propio dinero, primigenio, alado, gracioso, carismático, o sea algo que es como la teología o la aristocracia de los negocios. El empresario currante aún maneja suciamente ladrillos, neumáticos o lo que sea, mientras el empresario del dinero puro sólo maneja la esencia o la tradición del dinero, como un perfumista o un hidalgo.
Nos creemos que todos los futbolistas salvo Pardeza y Butragueño son lelos y que no pueden ser nada más en la vida que lo que ya son, como los culturistas, los surfistas o los poetas de resfriado eterno. A los futbolistas nos los imaginamos como ricos adolescentes zangolotinos, ahí entre el videojuego y las motomamis, entre la pelea con toallas y el coche con aspecto ninja, pero Piqué ha demostrado que puede ser empresario del dinero puro y de las ideas puras, que son las que hacen los grandes negocios. En esos audios de Piqué con Rubiales uno puede apreciar ese gran momento de inspiración, de iluminación, de arrebatamiento, en el que a Piqué se le ha aparecido la idea pura que lleva al dinero puro, como aquel genio al que se le apareció el chupachups. En ese momento no ya empresarial, sino artístico, el genio sólo puede decir “hostia, tío”. Puede sonar a unos porreros a los que se les acaba de ocurrir construir un hotel con forma de caniche, pero en Piqué suena a Arquímedes.
En realidad esto del dinero no es tanto ingenio como voluntad. El dinero está ahí para quien lo quiera coger, sólo hace falta querer como quiere Piqué. A cualquiera se le podría haber ocurrido llevar la Supercopa a Arabia Saudí, o sea donde hay dinero. O los Sanfermines, por qué no. Pero a mí la idea de los sanfermines saudíes se me queda en esta columna, mientras que Piqué llama al señor saudí y al señor del fútbol o de los Sanfermines de aquí y enseguida está la cosa en marcha. Eso es voluntad y vocación, las que no tengo yo. Por eso estoy desperdiciando millones por no hacer un par de llamadas, y por eso el mundo se puede estar perdiendo la tomatina de Abu Dabi, o una Copa Davis en mitad del lago Titicaca, o un combate entre Abascal y Junqueras en Singapur, un poner.
Piqué es empresario y hasta lo más empresario que se puede ser aquí. En España, más castizo y majo que un jugador de fútbol comisionista sólo podría ser un rey comisionista
La gente, con esto de las comisiones y los comisionistas, que a mí me parece un oficio sagrado como el de oráculo, enseguida habla de favores, de enchufe, de los tratos de cubateo de la sobremesa española, que han dado tantos negocios, tantos pelotazos y tantas alcaldías. Enseguida el personal aplebeyado y envidioso empieza a decir que lo de Piqué empresario es lo más parecido a ese Luis Medina empresario, o sea empresarios de su flequillo, de su planta y de su chorboagenda, que decía el Príncipe de Bel-Air. Pero no, no se trata de los contactos de club de campo ni de puticlub, se trata de voluntad, que es algo más que posibilidad y que ambición. Por eso estas comisiones no sólo son legales, sino heroicas, requieren la voluntad del héroe y son una tarea de héroe. Y hasta crean hermandad casi homérica entre los héroes, esos héroes que se conocen y se reconocen por haberse propuesto llevar la Supercopa a Arabia Saudí o el AVE a La Meca, que a uno le sigue pareciendo como llevar la Giralda. Miren cómo Piqué ya estaba pensando en el rey emérito, al que imaginaba por esas tierras en su trono de oro y cráneos de rey rapero o rey comisionista. Aunque yo creo que el rey comisionista es Piqué.
Piqué no es sólo un empresario, sino que es el empresario modelo, el que querrían ser todos los empresarios españoles, no un empresario del yeso ni de los frigoríficos sino un empresario del dinero puro, ideal, esférico y elástico como las partículas teóricas de la física y el esférico del fútbol. Es el empresario demiúrgico, capaz de crear el dinero de la nada, sólo con su voluntad y su conocimiento. Ya digo que nos cuesta reconocer en Piqué este empresario majestuoso porque con lo del hombre de negocios enseguida pensamos en Florentino con su hormigonera de dinero y tal, o en el constructor con concejal pegado, colorado y chorreante como una fuente de gambas, pero no en un futbolista con móvil de cazar Pokémon y verbo de influencer seborreico, más un Rubiales que no parece un concejal sino el utillero que ha parecido siempre. Sin embargo, Piqué es más empresario que futbolista, salvo en eso de que aún le cuesta reconocer que él busca dinero, que quiere dinero porque es lo mismo que la gloria, o si no a ver por qué no se ha llevado la Supercopa a Ruanda.
Piqué es más empresario que futbolista o quizá ya sólo es empresario. Piqué sigue viviendo futbolísticamente del uniforme de mariscal de campo que tuvo una vez en la defensa y que ahora ya parece de un abuelo mariscal de campo, mientras en los negocios saca millones (o sea, gloria) como el que saca pelusa del sofá viendo el fútbol papafritero de los domingos. Piqué es empresario y hasta lo más empresario que se puede ser aquí. En España, más castizo y majo que un jugador de fútbol comisionista sólo podría ser un rey comisionista.
Gerard Piqué ya es más empresario que futbolista, yo creo que él ya va a jugar al fútbol como los cuñados con pancita playera, en domingos de pachanga, botellín y flato. Piqué es un hombre de negocios, lo que pasa es que nos cuesta verlo así porque nos viene con zapatilla bocona, con capucha o con la gorra para atrás, como esos influencers de pajilleros que hay por ahí, todos millonarios en ganchitos de queso o algo así. Piqué es un hombre de negocios, y además del negocio más puro de España, que no fabrica ni transporta nada, sólo el propio dinero, primigenio, alado, gracioso, carismático, o sea algo que es como la teología o la aristocracia de los negocios. El empresario currante aún maneja suciamente ladrillos, neumáticos o lo que sea, mientras el empresario del dinero puro sólo maneja la esencia o la tradición del dinero, como un perfumista o un hidalgo.
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