Los indepes todavía no dicen haber sido invadidos, aparte de por andaluces de Barcelona y motomamis de San Cugat, pero sí pueden sentirse dentro de la guerra y de la intriga afirmando haber sido espiados con catalejo, con zapatófono o con chis. Ese programa israelí, Pegasus, debe de ser muy sofisticado, superando en mucho a nuestro espía bajito disfrazado de lagarterana o a nuestro comisario de libreta gorda, pacharancito y puta de polígono, pero no sé si sirve de algo. Quiero decir que, de haberles espiado el Estado, eso no evitó el 1-O, ni que Puigdemont se escapara envuelto en toallas portuguesas, como un E.T. entre toallas portuguesas. Pero a los indepes, que son Mandela, Gandhi, Rosa Parks y la ballena Willy, todo en uno, como una especie de gallifante o Mr. Potato de la injusticia, sólo les falta ya ser Zelenski. O los últimos de Mariupol, que resisten bajo la ferralla cementerial de una fábrica como un desguace de buques, igual que tras un contenedor o un maniquí de tenista arrojados a la Diagonal.
A los indepes ya no les hace caso nadie porque Putin está demostrando lo que es capaz de hacer el nacionalismo nostálgico, empavado y fracasado. Y porque, ante el fin del mundo de verdad, lo suyo parece el fin del mundo de una cocinera a la que se le ha quemado el pavo sentimental y folclórico de la nación en día de fiesta. O sea, que sólo les queda decir que España es Putin, o que Junqueras es Zelenski con camiseta ratonera oversized, o que les han espiado con el móvil o con un Sputnik de la Brunete aunque no parezca que haya servido para nada, que se diría que sólo pillaron fotopollas pálidas o críticas a Laporta.
En el Parlamento europeo, donde Puigdemont ya era indistinguible de los mochos de los escoberos, los sufridos eurodiputados indepes se han dedicado últimamente a hacer comparaciones putinescas con España, y eso que sólo les ha invadido con presupuesto jabonoso, con indultos festeros y con un rinconcito especial en el corazón de Sánchez (ahí ven que Feijóo no tiene razón en lo del corazón inexistente o vaciado a cuchara de nuestro presidente). Hacen acusaciones putinescas ellos, precisamente, que buscaron el apoyo, la legitimidad y el dinero de Putin para su republiqueta, casi igual de mafiosa, bulbosa y crucífera que la rusa. Pero es que de Junqueras no se acuerda ya nadie, como de Willy, y todo es Zelenski, con su apostura de bombero entre ruinas.
Si uno no puede estar invadido tampoco está del todo mal ser espiado, que es una manera de recordar que ellos eran importantes, peligrosos, resbaladizos, y cada uno merecía un helicóptero, una patrulla y varias mudas de gabardinas. O un software, que es aún mejor, que suena a guerra electrónica, incluso a guerra de submarinos, con un irritante y enfocado ping de sónar dedicado a ellos, como torpedos humanos de la democracia que eran. A ellos, tan escurridizos que se fugaban estando de vinos y tan peligrosos que mondaban patatas en el trullo con muy malas intenciones, no les podían poner al comisario quinielista, ni a la puta con lavativa, ni al Mortadelo con escayola falsa. No, ellos se merecían un programa espía, carísimo, sofisticadísimo, finísimo, que coloca a los indepes, que ya habían vuelto al guiñol escolar y al tertuliano despeinado de TV3, en la élite de las carpetillas de top secret y en el runrún de las salas de guerra.
Los indepes han conseguido más con Pegasus... volver a ser víctimas cuando ya sólo eran majorettes por Waterloo y mimos por Barcelona
Se diría que los indepes han conseguido más con Pegasus, o sea volver a ser víctimas cuando ya sólo eran majorettes por Waterloo y mimos por Barcelona, que lo que habría conseguido el Estado, que parece que ha sido nada, salvo que hayan pillado una ingle entrevista, un ojete maquillado o algo de ese estilo. Lo mismo se han instalado el programa ellos, un “ataque de falsa bandera”, que diría ahora alguien que está al loro de la guerra allí en el torreón de galleta de Puigdemont, lleno de multipantallas y bufandas, como si en vez de un cuartel general fuera una peña de fútbol. O el informe donde se desvela todo este espionaje carísimo e inútil es falso o equivocado. O es que, con Pegasus o sin Pegasus, nuestros espías siguen siendo la lagarterana con trompetilla o el comisario con callos a la madrileña. O sea, que no somos Israel, y a lo mejor no pillamos nada, ni sus movimientos para el 1-O ni sus movimientos por las bodegas; ni el posado con cuero ni la conversación con la niñera, ni siquiera la conversación con la suegra, todo porque a alguien se le olvidó la contraseña o la confundió con la de Tinder. La cosa es rara, desde luego. Alguien tendría que dar explicaciones, pero eso aquí es lo último que se hace, claro, y si además la cosa es secreta, de carpetilla con doble goma y doble tachado, o de charleta en un mesón de Segovia, yo creo que nos podemos ir olvidando de saber qué ha pasado de verdad.
El independentismo ha perdido el foco y ha perdido la guerra, y es lo que está intentando, volver al foco y volver a la guerra, ahora que todo es la guerra, que todo nos suena a guerra, como a las madres les suena todo a llanto del hijo. Les sirve Putin dado la vuelta como un crucifijo dado la vuelta, les sirve Junqueras con camiseta de cocinero italiano, y les sirve un programa espía que instaló nuestra lagarterana de guardia, o que les entró por la curiosidad de ver el vídeo que les ofrecía esa señorita finlandesa encandilada por la erótica de los consellers, un programa que de existir no ha funcionado, y si ha funcionado no valió, y si valió se traspapeló con las quinielas.
Ya que nadie se acuerda de quién fue Rosa Parks, o confunden a Willy con Wally, a los indepes sólo les queda ser Zelenski, ajironado como una bandera de fortín, o ser los últimos de Mariupol, luchando ya como desde el propio ataúd remachado. Lo que pasa es que los indepes no tienen héroes: su líder huyó como un robaperas, sus santones entrullados enseguida cambiaron el martirio por el aire fresco, y sus revolucionarios cobardes pretendían que la revolución se la hicieran el Gobierno y los jueces. Por supuesto, que les hubieran hackeado el Whatsapp o el huevamen rasurado sería más que un escándalo, sería otro fin del mundo.
Los indepes todavía no dicen haber sido invadidos, aparte de por andaluces de Barcelona y motomamis de San Cugat, pero sí pueden sentirse dentro de la guerra y de la intriga afirmando haber sido espiados con catalejo, con zapatófono o con chis. Ese programa israelí, Pegasus, debe de ser muy sofisticado, superando en mucho a nuestro espía bajito disfrazado de lagarterana o a nuestro comisario de libreta gorda, pacharancito y puta de polígono, pero no sé si sirve de algo. Quiero decir que, de haberles espiado el Estado, eso no evitó el 1-O, ni que Puigdemont se escapara envuelto en toallas portuguesas, como un E.T. entre toallas portuguesas. Pero a los indepes, que son Mandela, Gandhi, Rosa Parks y la ballena Willy, todo en uno, como una especie de gallifante o Mr. Potato de la injusticia, sólo les falta ya ser Zelenski. O los últimos de Mariupol, que resisten bajo la ferralla cementerial de una fábrica como un desguace de buques, igual que tras un contenedor o un maniquí de tenista arrojados a la Diagonal.
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