Europa espera el resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. El proyecto europeo está en juego por segunda vez consecutiva en Francia, pero ahora las distancias entre ambos candidatos se acortan.
Marine Le Pen repitió en el debate con Emmanuel Macron del pasado miércoles que ella, a diferencia de hace cinco años, ya no propone abandonar de la UE. Lo que quiere ahora es transformarla. Lamentablemente sabemos lo que significa, porque esa transformación, más bien un impulso desde dentro hacia la destrucción de la institucionalidad democrática, recuerda a lo que hacen los gobiernos populistas de Hungría y Polonia. Es el mismo impulso que llevó a Reino Unido a un Brexit con consecuencias lamentables para británicos y europeos.
Con el Reino Unido se fue una de las columnas vertebrales del proyecto europeo. ¿Podríamos resistir una UE sin Francia? ¿Sobreviviría ese proyecto con una Francia que, sin abandonar la UE, se dedicara a minarla desde dentro?
El programa de defensa de Le Pen establece la necesidad de estrechar las relaciones con Rusia"
La respuesta es no. Para empezar, porque el programa de defensa de Le Pen establece la necesidad de estrechar las relaciones con Rusia. Lo hace de manera ambigua, con una vaguedad que ha utilizado para moderar, en el contexto de la invasión de Ucrania, un lenguaje que en el pasado mostró un claro apoyo e incluso admiración hacia Vladimir Putin; lo hace tejiendo alianzas con el Kremlin, como sugieren, de una u otra forma, la extrema derecha europea y los populismos.
Le Pen sabe que la UE no puede sobrevivir sin Francia, y que Francia no puede sobrevivir sin la UE. Por eso defiende una "Europa de los Estados", fórmula útil para desarrollar su agenda totalitaria aprovechando el marco que Europa les facilita para un doble acceso: a la financiación y al mercado único, con todo lo que ello conlleva en la movilidad de los trabajadores.
Así que hablar de Francia y sus consecuencias no implica solo la amenaza externa que hemos sentido con la invasión, las imágenes de la guerra, de Polonia en 1939, sino también la amenaza al proyecto europeo, a nuestros valores y a nuestra seguridad. Y el peligro se mantendrá, independientemente del resultado electoral.
Por eso la reflexión sobre las presidenciales francesas debe ir más allá. Tenemos que imaginarnos cómo habríamos respondido los 27 a algunas de las últimas crisis, desde la emergencia del Covid-19 a esta invasión de Ucrania, sin un proyecto europeo fuerte. Incluso en los ámbitos en los que no hay competencias comunes, como el sanitario, la UE avanzó en la compra conjunta de material y en investigación, producción y adquisición de vacunas en un tiempo récord. Y la Unión ha sido capaz de dar una respuesta contundente, rápida e insustituible ante la agresión de Putin a Ucrania.
¿Por qué, entonces, hay votantes en Francia y en otros países a favor de opciones que debilitan el proyecto que ha facilitado las soluciones a las grandes crisis de los últimos años?
No siempre se ve, se siente, una Europa social que reconstruya el Estado del bienestar, y que es absolutamente necesaria. La desigualdad es un catalizador del miedo"
La respuesta es que no siempre se ve, se siente, una Europa social que reconstruya el Estado del bienestar, y que es absolutamente necesaria. La desigualdad es un catalizador del miedo. Vivir sin miedo significa vivir con certezas, en el presente y en el futuro de las familias. El aumento de la desigualdad en Europa y la precarización de grandes franjas de la población han estrechado las clases medias en varios diferentes países. Cuanto más se encoge esta franja --cuantos menos ciudadanos comparten certezas-- más se incentiva el miedo, la gasolina de la que los populismos se alimentaron para su auge en el siglo XX y lo siguen haciendo ahora.
Las herramientas han cambiado, pero el método es esencialmente el mismo. Conocer la historia y las estrategias de esos populismos debe ayudarnos hoy a saber reconocer los síntomas a partir de los cuales mueren las democracias desde dentro. Las presidenciales en Francia no son tanto francesas como europeas: el proyecto europeo se somete a referéndum, y el auge de la extrema derecha -sea cual sea el resultado- tendrá un fuerte impacto sobre la política nacional de los países de la Unión. En muchos de ellos hay fuerzas antidemocráticas que amplían progresivamente su base social.
Por eso resulta sorprendente que mientras que en Europa la democracia cristiana, la derecha, el centro liberal y la socialdemocracia esperan que la voluntad de los franceses no lleve el extremismo al poder, el Partido Popular se distancie, llegando incluso algunos de sus líderes a exhibir su satisfacción por haber llevado a la derecha antidemocrática al primer gobierno regional desde el fin de la dictadura, como acaba de suceder en Castilla y León.
Es el momento de hablar de valores, de equidad, de participación. Las elecciones francesas son una prueba para Europa y para la democracia. Por eso, el día después seguirá siendo urgente sentar las bases que reconstruyan la UE como espacio de cooperación, como reitera Emmanuel Macron al contraponerlo "al discurso de división y exclusión que caracteriza al populismo". Sentar las bases que reconstruyan la confianza de los ciudadanos en un proyecto común que achique los espacios del odio, la radicalidad y el miedo.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos.
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