La reelección de Enmanuel Macron con un 58,5% de los votos es una buena noticia para los europeístas y para la sociedad francesa. Abre una puerta de esperanza para debatir sobre el futuro político del país con perspectiva de largo alcance. No será un camino sencillo, porque el presidente afronta cuatro grandes desafíos que necesitan una respuesta acompasada y fondos.
El primer reto es la cohesión interna. En este momento, Francia es un país deshilachado tras dos años de pandemia y numerosos problemas económicos. El desempleo no es la primera preocupación social, pero sí hay otros asuntos urgentes. El empleo y el salario se han precarizado. El coste de la vida se ha disparado con problemas severos en la vivienda, en la cesta de la compra o en el transporte. La reforma de las pensiones está en el debate público.
El descontento social y económico se refleja en las opciones políticas, que en la primera vuelta han legitimado candidatos con un discurso radicalizado. Alrededor del 52% votó por Marine Len Pen, Jean Luc Melénchon o Éric Zemmour en la primera vuelta. El electorado tiene derecho a expresar su descontento y envía mensajes en forma electoral. Veremos qué tirón mantienen estas formaciones en las elecciones legislativas del 12 de junio, sobre todo, tras la disolución práctica del Partido Socialista francés o Los Republicanos.
Ahora es el momento de impulsar las políticas fiscales que homogeneicen el sistema tributario comunitario, permitan captar recursos propios y financiar los gigantescos desafíos pendientes
La segunda carpeta es la de los asuntos europeos. Macron aspira a suceder a Angela Merkel como líder europeo de referencia, como la voz preferente en la construcción de una Europa unida, fuerte y con carácter geopolítico. En el Consejo Europeo, se debate ahora el proyecto político, tras la concatenación de crisis política (agresión rusa, Brexit), económica (fondos Next Generation) o sanitaria y la falta de liderazgo transformacional. El reto de Macron empieza en la profundización de la unidad hamiltoniana del sueño europeo. No basta con acudir a los mercados para mutualizar la deuda y emitir bonos europeos. Ahora es el momento de impulsar las políticas fiscales que homogeneicen el sistema tributario comunitario, permitan captar recursos propios y financiar los gigantescos desafíos pendientes. Destaco uno: las políticas de cambio climático, las energías verdes y la transición ecológica. No habrá autonomía estratégica -de naturaleza militar- sin una verdadera autonomía energética desconectada de Rusia y otros países inestables.
El tercer eje comprende las políticas globales. La agresión de Rusia apunta a crisis permanente en el flanco oriental de la Unión Europea y la OTAN. Es probable que se convierta en un conflicto congelado durante meses y habrá que negociar condiciones, acuerdos, alianzas. Ninguneado por Putin, quizás ahora Macron prefiera presentarse como líder europeo con soporte transatlántico, no como un candidato en la carrera electoral.
En otro orden, en Francia, las voces desglobalizadoras tienen presencia en la vida pública y política. Las migraciones, las fronteras, la agricultura o la economía se securitiza, esto es, se debate desde una dimensión de seguridad y defensa, con poco espacio para otras medidas. Francia aspira a ocupar un lugar preminente en el concierto internacional, pero el resto de los países promueven una enmienda al sistema. Gestionar estas contradicciones puede explicar parte de su impopularidad o el crecimiento de casi ocho puntos de Marine Le Pen.
Tendrá que dotar de significado político a la multitud de símbolos que manejará en el nuevo mandato y, seguro, perseguirá un lugar en la historia
El último asunto no es menor. Es el reto del legado. Por su trayectoria y perfil psicológico, el presidente Macron aspira a marcar una era, reimpulsar la República en el nuevo escenario global y recuperar la grandeza. Querrá hacer valer su liderazgo jupiterino. Tendrá que dotar de significado político a la multitud de símbolos que manejará en el nuevo mandato y, seguro, perseguirá un lugar en la historia. Es pronto para anticipar qué avenida de gloria aspira a recorrer, pero no se conformará con un perfil bajo. Haber sido reelecto, el primero desde Jacques Chirac en 2002 que lo consigue, aún con una abstención elevada, un resultado menor del esperado y con poca confianza social, es el primer paso para la gestión de su legado.
En suma, la Presidencia de Macron que ahora comienza será fundamental para la Europa que viene, para revitalizar las relaciones transatlánticas y para poner el foco en la región del Indopacífico, cuya relevancia crece rápidamente. Esperemos que acierte en las decisiones estratégicas. Francia, Europa y el mundo le esperan.
Juan Luis Manfredi es catedrático Príncipe de Asturias en Georgetown University.
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