En el mayo de las novias y las ferias, una vicepresidenta del Gobierno se manifestaba con los sindicatos, más de boda o de romería que de reivindicación. Debe de ser complicado reclamar las históricas reclamaciones y luchar la histórica lucha cuando el Gobierno está ya de tu lado como si estuvieran el señor guardia y el señor cura, por eso Yolanda Díaz tiene que hablar de “fiesta” como si fuera una fallera en vez de una comunista.
En realidad hace mucho que el Primero de Mayo ya no huele a obreraje, a humo ni a brea, sólo huele a otro convite en este mayo de bodorrios, pícnics y comuniones. Yolanda Díaz, en el mayo florido, parece que hace la comunión obrerista, con ramos y regalitos de nácar. Las niñas de comunión son como pequeñas novias hindúes de un Jesús de comodita o de parihuela, ahí encebollado de barbas y túnicas, un poco igual que estos sindicalistas de procesión que buscan obreros igual que esposas ingenuas.
El 1º de Mayo, ahora, no puede ser protesta ni reivindicación, sólo puede ser fiesta, y lo que queda de queja se va a la historia, esas cosas como de sindicalista de máquina de vapor que enseguida te saca al capitalista, la desmotadora y tal. El sindicalismo, más que de los afiliados, saca su fuerza de la historia, esa locomotora antigua en la que siguen montados con cara de Buster Keaton. Y en la historia sigue gobernando el dinero del señor con sombrero que tiene la fábrica de loza o la tienda de telas, o incluso Rajoy con reloj de bolsillo.
Una vicepresidenta o un ministro se manifiestan y es como si sólo fueran compañeros mineros, todo flacura y tizne hasta el casco con farol. Y tiene todo el sentido del mundo, porque la izquierda no puede ser a la vez el contrapoder y el poder, la revolución y la involución, el progreso y el conservadurismo. La única manera de salvar estas contradicciones en las que viven es negar que tienen el poder cuando lo tienen y que gobiernan cuando están en el Gobierno. El Gobierno forma parte de la fiesta pero nunca del problema.
La izquierda no puede ser a la vez el contrapoder y el poder, la revolución y la involución, el progreso y el conservadurismo. La única manera de salvar estas contradicciones en las que viven es negar que tienen el poder cuando lo tienen"
Yolanda Díaz se manifiesta contra las feas locomotoras, contra las feas panzas abarquilladas con cadenón de reloj como el cadenón de una colegiata, contra el señorito Iván y contra Rajoy, que sigue gobernando un imperio oculto de policías, estanqueros, jueces, ferrallistas, plumillas rancios y fabricantes de rosarios. Pero, sobre todo, Yolanda está de fiesta porque, a pesar de todo, el indefenso Gobierno, casi en la clandestinidad, en catacumbas de imprentas y poetas, está consiguiendo poco a poco rascar dinero y rascar leyes para que el trabajador, todavía en su tizne y en su vagoneta, pueda ir saliendo de ahí. Bueno, la verdad es que tampoco debe salir demasiado, que una izquierda sin pobres se quedaría sin clientes bastante antes que una derecha sin ricos. Por eso, más que soluciones, escuela y prosperidad, les van dando migas, esperanza y el enemigo vistoso de la derechona, que llega así como en barco fluvial de paletas.
Hace mucho que el Primero de Mayo parece una boda triste, como las bodas por lo civil que cantaba Sabina, o esas bodas de novias sin novio, con novio huido o imaginado, como las niñas de comunión o los sindicalistas sin obreros. La épica de la lucha no se puede perder aunque los luchadores estén ya agarbanzados en la comodonería o incluso en el mismo Gobierno, o estén solos en su altar de cisco y herrería, así que si no hay guerra habrá fiesta, con bufanda, banderola y pito, que salen como si fueran al fútbol.
La verdad es que, más que revoluciones de carbonilla, más que nuevas legislaciones líricas y más que decretazos sonando a calderilla como una bolsa de atracador del Oeste, uno piensa que el trabajador ya avanzaría bastante si se cumplieran las normas que ya tenemos. Pero mandar inspectores de trabajo no es tan vistoso como mandar a un señor con megáfono, que va como en el tanque de su voz.
En el mayo de las sonrisas lujuriosas, las guirnaldas de ronchón, los muslos con liga de falsa virgen y el descoque pospandémico y prenuclear, los sindicatos piden más salario cuando hay más inflación o piden paz cuando hay guerra, que tampoco es que se quiebren mucho la cabeza pidiendo cosas. En todo caso, nada que competa a este leve Gobierno de cafetín que se diría que tiene bastante con luchar con pasquines y morral de anarquista contra el Poder. Pero, a pesar de todo, hay motivos para la fiesta. La reforma laboral puede ser casi la misma que la del PP, la leve alegría del salario mínimo te la puede arruinar el quedarte sin trabajo (las alegrías del pobre siempre son leves), la inflación ahoga y el PIB se gripa, y si sobrevivimos es por el dinero de Europa, que nos sigue soltando propinas de camarero o de gitanillo... Pero sí, hay motivos para la fiesta. Sobre todo para la fiesta de los que se manifestaban. No hay nada que se parezca más a este Primero de Mayo del Gobierno de Progreso que aquella Fiesta del Trabajo del franquismo, llena de jefecillos arremangados y bigotillos encerados del Régimen.
En el mayo de las novias y las ferias, una vicepresidenta del Gobierno se manifestaba con los sindicatos, más de boda o de romería que de reivindicación. Debe de ser complicado reclamar las históricas reclamaciones y luchar la histórica lucha cuando el Gobierno está ya de tu lado como si estuvieran el señor guardia y el señor cura, por eso Yolanda Díaz tiene que hablar de “fiesta” como si fuera una fallera en vez de una comunista.
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