Se han colado hasta los cajones de la Moncloa espías con bandeja de camarero, con gafas de ciego o con alfanje de moro de ópera, que eso sería lo equivalente, hace años, a que hackeen los móviles del Gobierno, los más seguros del país, con nuestros mejores protocolos de seguridad como nuestros más gordos candados de iglesia. En cualquier sitio esto sería una vergüenza y una debilidad, algo que no se airearía a menos que se quisiera invitar a que todos los espías disfrazados de organillero, de mariachi o de Mata Hari, o su equivalente hoy, se pusieran en cola para acceder a nuestros secretos, los más baratos del mundo, como una oferta de sangría para guiris. Aquí, no. Aquí, el Gobierno lo proclama en una rueda de prensa con Félix Bolaños como un monaguillo de viacrucis, y encima se va al juzgado a denunciarlo, indignado, igual que una señora a la que le han robado el loro. Uno creía que de estas cosas se encargaba el contraespionaje, pero eso sería muy silencioso y Sánchez no quiere silencio, sino drama.
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