Macarena Olona iba de andaluza de Berlanga y Yolanda Díaz iba de sindicalista de caseta, tipo tan castizo como el rancio de caseta, y es que en la feria de Sevilla todo el mundo va de algo, de lo que es o de lo que no es, y el pasatiempo es distinguirlo. A la feria de Sevilla, Far West de toreros, catedral de papel, Sevilla como de unos japoneses sevillanos, también han ido los políticos a ronear, que es a lo que va uno a la feria. La verdad de la feria es que se come peor, se bebe peor, se conversa peor, se liga peor, se suda peor y se escucha peor música que en cualquier otro lugar y fecha, pero hay que ir para ver y para dejarse ver y hay que estar para ser. La feria es como la ópera italiana de Andalucía, con María del Monte en vez de Donizetti, que no sé qué es peor. Así que llegan los políticos de los Madriles como feriantes de AVE, con la flor equivocada de chulapo o de tanguista y el arsa malaje, a vender su política como la gitana nos vende el clavel chuchurrido o, últimamente, electrocutado.
Macarena Olona iba de gitana de botella de aceite y Yolanda Díaz iba como de portuguesa de lejana simpatía folclórica, en esa feria que es como un tablero pintado de retratista, de ésos con agujero para la cabeza. Olona está ahora en parecer andaluza, más andaluza que nadie, andaluza que nació donde le dio la gana, que eso se cuenta de los de Bilbao y también de los de Cádiz, al menos desde que lo dijo Antonio Burgos, me parece. Olona es el colmo del empeño flamenquil, como una flamenca plantada en su maceta de flamenca, como una flamenca fractal, con Olonas flamencas arborescentes repitiéndose hasta el infinito en sus dedos, en sus zarcillos, en sus flecos y en su gran flor con cimiento de faro de Alejandría. Olona no puede sino pensar en esencialismos (Vox es esencialismo más miedo) y cree que para que la voten en Andalucía tiene que ser una alegoría andaluza, una maja andaluza, tiene que ser la andaluza de Merimée o la andaluza del Corral de la Pacheca, que son inventos foráneos en realidad.
Yolanda Díaz es como el falso tímido que no baila sevillanas hasta que lo arranca de la silla de enea una morenaza, o como el gorrón de feria que rechaza siempre y únicamente el primer langostino
Vox piensa en clichés y se viste con clichés, con lo que al final Olona lo que parece es Ava Gardner disfrazada de falsa española descalza, en una juerga de banderilleros, guitarristas y fígaros. Olona no puede ser una ciudadana que se presenta a unas elecciones donde le da la gana, tiene que ser la campeona de las andaluzas como una campeona de jabalina, y se tiene que vestir de flamenca desde que ya se sospechaba su candidatura, digamos que como resumen o estampa de todo su programa. Hará, por supuesto, una campaña basada en purismos y pregones, que para eso se ha presentado desde el principio, ya digo, vestida de cartel de pregón. Eso sí, me parece que en el País Vasco o en Cataluña sus candidatos no van de traje regional, con lo que no sé si hay algún complejo o prejuicio con una Andalucía que se diría que creen que vota con postales, como si fuera para un sorteo de la tele de cretona de antes.
Macarena Olona, con su raíz de flamenca/geranio levantando el albero de la feria, y Yolanda Díaz, con su cosa de reina Letizia de la izquierda, coincidieron a ambos lados de la portada, según contaba Antonio Salvador en su crónica. Allí quedaron las dos con la prensa y allí se plantaron separadas, icónicas, simétricas y ornamentales, como dos esfinges o dos faroles. Yolanda Díaz es otra esencialista, esencialista de la clase o de las identidades, o sea que es como si fuera también siempre vestida de flamenca del feminismo, del obrerismo, del buenismo y otros ismos que no me caben aquí, con una gran cola apianada del folclorismo (otro ismo) de todo eso.
Yolanda Díaz yo creo que fue a la feria de malas ganas, como voy yo o como va la china que te vende las antenas luminosas o lo que sea que vendan ahora en la feria esas chinas de una China gitana. Pero es que Díaz está de malas ganas en todos los sitios, en la feria, en el Gobierno, en la política, en su propio proyecto... Pero al final está, que es lo que importa, aunque parezca una crucerista despistada en las casetas, en el Consejo de Ministros o en las entrevistas televisivas. Yolanda Díaz parece que nunca va a arrancar ese proyecto suyo, con lo que uno está más seguro que nunca de que sí lo hará. Es algo así como el falso tímido que no baila sevillanas hasta que lo arranca de la silla de enea una morenaza, o como el gorrón de feria que rechaza siempre y únicamente el primer langostino o la primera loncha de jamón, haciendo escandalosos gestos como de apostasía. La feria de Sevilla quizá es el mejor sitio para estos rehúses, que siempre provocan que te fuercen a hacer lo que querías desde el principio. Casi más sevillana que la Macarena Olona agradaora es la Yolanda Díaz que se deja querer sólo cuando suenan las palmas de la cuarta, la de los complicados amarrijos y revueltas.
La feria, ya saben, cada uno la cuenta como le va. A mí, que soy un malaje de feria (otro tipo tan castizo como el rancio con rizos en la nuca y nudo gordo o el sindicalista de dedos torpes y gamba fina), sólo me da pereza. Bueno, y un poco de melancolía, como de otra Navidad que sólo tenemos los andaluces, y que viene con caballitos de la niñez, tortillas familiares de patata y arena, como plazas de toros, y breves amores de juventud con sabor a aceituna, que a uno le parecían entonces como amores de Arabia. Pero a la feria hay que ir, o uno no es nadie.
A la feria de Sevilla fueron Macarena Olona y Yolanda Díaz, folclóricas emparejadas y enemistadas como Las Grecas o Azúcar Moreno; fueron Alberto Garzón, que parecía escocés, y María Jesús Montero, que siempre ha llevado una tómbola puesta. Fue Juanma Moreno, que quizá tiene que pasear poderío para no parecer el azafato de Tío Pepe que sigue pareciendo, y fue Inés Arrimadas, guapa ya sin cartel, catalana y jerezana con marchitos suspiros de España, que hasta bailó sevillanas con Carlos Herrera, que es uno de ésos que bailan quietos, como desde un mirador o un balcón saetero de la mujer, y parecen guardias de tráfico enamorados. Unos iban de ellos mismos y otros iban de lo que querían ser o de lo que querían aparentar. Es lo que pasa en la feria de Sevilla, tendedero mojado de bombillas, chales, flores y sueño donde todos parecen chinas de globo o políticos de roneo.
Macarena Olona iba de andaluza de Berlanga y Yolanda Díaz iba de sindicalista de caseta, tipo tan castizo como el rancio de caseta, y es que en la feria de Sevilla todo el mundo va de algo, de lo que es o de lo que no es, y el pasatiempo es distinguirlo. A la feria de Sevilla, Far West de toreros, catedral de papel, Sevilla como de unos japoneses sevillanos, también han ido los políticos a ronear, que es a lo que va uno a la feria. La verdad de la feria es que se come peor, se bebe peor, se conversa peor, se liga peor, se suda peor y se escucha peor música que en cualquier otro lugar y fecha, pero hay que ir para ver y para dejarse ver y hay que estar para ser. La feria es como la ópera italiana de Andalucía, con María del Monte en vez de Donizetti, que no sé qué es peor. Así que llegan los políticos de los Madriles como feriantes de AVE, con la flor equivocada de chulapo o de tanguista y el arsa malaje, a vender su política como la gitana nos vende el clavel chuchurrido o, últimamente, electrocutado.
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