De Junqueras ya no sabíamos nada, había salido de la cárcel con su flauta y su casita de pájaros talladas, indultado pero heroico, blandito pero matón, y se nos había perdido entre huertos de tomates y cerámica popular, o algo así. Tampoco de Puigdemont sabíamos mucho, sólo que seguía en su torreón de hiedra y suspiros, triste, solo y tejiendo mantitas de melancolía, como una señora con gato y canario. A Pere Aragonès nunca le hemos prestado demasiado atención porque es como un suplente de quinto grado, como el cocinero que ha terminado mandando en un barco devastado por una epidemia. Además, después del juicio al procés, la Generalitat es como la casa de Bernarda Alba, todo luto, autocompasión y amargura de cortar cebollas. Sólo por Cataluña siguen consumiendo ese culebrón y ese ricino, mientras Madriz se entretiene con Rufián, el de la amenaza eterna y respingona pero impotente. Menos mal que ha llegado Pegasus, porque de los indepes ya se estaban olvidando hasta los suyos.
Te puede interesar
Lo más visto
- 1 Telefónica no cedió a la presión de Sánchez para defender la causa de Begoña Gómez
- 2 'El Ministerio del Tiempo' cumple diez años: todos sus secretos
- 3 La cocaína navega por el Guadalquivir
- 4 Trump se la juega a Jordania: “Es una declaración de guerra”
- 5 La larga lista de falsos infiltrados que ETA asesinó
- 6 Las siete casas que acorralan a Ábalos un año después del inicio del 'caso Koldo'
- 7 Junts ordena silencio tras el primer comunicado del verificador
- 8 Raúl Verdú, PLD: "Somos mejores que SpaceX en algunas cosas"
- 9 Avance de 'Sueños de libertad' este lunes 24 de febrero