De Junqueras ya no sabíamos nada, había salido de la cárcel con su flauta y su casita de pájaros talladas, indultado pero heroico, blandito pero matón, y se nos había perdido entre huertos de tomates y cerámica popular, o algo así. Tampoco de Puigdemont sabíamos mucho, sólo que seguía en su torreón de hiedra y suspiros, triste, solo y tejiendo mantitas de melancolía, como una señora con gato y canario. A Pere Aragonès nunca le hemos prestado demasiado atención porque es como un suplente de quinto grado, como el cocinero que ha terminado mandando en un barco devastado por una epidemia. Además, después del juicio al procés, la Generalitat es como la casa de Bernarda Alba, todo luto, autocompasión y amargura de cortar cebollas. Sólo por Cataluña siguen consumiendo ese culebrón y ese ricino, mientras Madriz se entretiene con Rufián, el de la amenaza eterna y respingona pero impotente. Menos mal que ha llegado Pegasus, porque de los indepes ya se estaban olvidando hasta los suyos.
Junqueras, que es a lo que yo iba, ha dicho algo. Me refiero a que ese algo ha llegado a ser noticia, no se ha quedado haciendo tolón-tolón por los campos y los campanarios de pastor de la patria, o por los orinales y palanganas de mártir con escudilla. Junqueras ha salido en los titulares, como si volviera a salir la Cantudo en el Pronto. Ha hecho un poco de guasa con eso del espionaje que no sirvió para encontrar ni una urna del 1-O, pero esa guasa la hemos hecho todos y a mí lo que me interesa es ver a Junqueras, de nuevo, saliendo a respirar actualidad aparatosamente, como un gran cetáceo colonizado de percebes. Junqueras vuelve con su cosa de monologuista fondón de otra época, vuelve a la moda como a veces vuelve el hula hoop o el tupé, y esto a uno le parece lo máximo que ha conseguido Pegasus, más software de resucitación que software de espionaje.
Pegasus les ha devuelto a los indepes la vida, el peligro, el macarrismo, una oportunidad para un revival como de ochenterismo, igual que las películas de quinquis
Con Pegasus no se encontraron las urnas ni se evitó la huida de Puigdemont disfrazado de bebé con gafas en cochecito, o algo así que yo me imagino, pero ahí están los indepes de nuevo, animando la cosa, que ya sólo nos quedaba Rufián con su mirada de asesino de moscas, aburriéndonos mucho porque nunca asesina nada, ni siquiera las moscas a las que mira, muy quieto, muy concentrado, con lupa de miopía. Hasta con Aragonès, al que habíamos olvidado o dejado ahí, limpiando para nada cada día la mesa de negociación, como una Penélope con amoroso plumerito de Gracita Morales; hasta con Aragonès, decía, hemos estado pendientes de si se saludaba o no con Sánchez, como dos tenistas. Sí, Aragonès, con su cosa de Rompetechos de entierro, abriendo las noticias por encima de Putin, las gasolineras y el desbragamiento de mascarillas, eso es un milagro que sólo Pegasus podía hacer. Y Puigdemont, el pobre Puigdemont, que para sacarlo en las noticias había que sacarlo primero de una maleta, como un muñeco de ventrílocuo o un acordeón de payaso; hasta a Puigdemont lo hemos recuperado con su morriña, su drama, su épica y su exilio de rey portugués que no le importa a nadie.
Del procés sólo queda Pegasus, que suena a último navío o arca, a desesperado artefacto de dominación mundial, a palabra mágica o a invocación, como aquel conjuro del dragón de Excalibur. Pegasus les ha devuelto a los indepes la vida, el peligro, el macarrismo, una oportunidad para un revival como de ochenterismo, igual que las películas de quinquis. En realidad yo creo que ahora mismo nadie usaría Pegasus con ellos, quiero decir para oír a Puigdemont hablar con sus gatos, o a Junqueras con sus santos de abadía cervecera, o a Aragonès con su tía abuela, quizá también con gatos ahí paseando por encima de su ganchillo como por encima de un piano. Pegasus es el pasado y los sitúa en esa gloria y en esa esperanza que todavía tenían en el pasado. El independentismo ha sido derrotado aquí por la ley y en Europa por la historia, y ya sólo es lo que quiera Sánchez, no hace falta ni espionaje. El independentismo depende más de Sánchez que al revés, sólo que Pegasus les ha dado ahora la fuerza que a Aragonès se le había perdido en el plumero, a Junqueras en un rosario de fraile y a Rufián en esa mirada asesina de buscar a gente con caquita en la nariz para no asesinarlos al final ni nada.
Junqueras se cachondea del CNI, Puigdemont los manda a la mierda, Aragonès vuelve a pedir justiprecio por las ofensas y Rufián explota cabezas con la mente, con su mirada de mentalista intensito, claro, sin llegar a explotarlas nunca en realidad. Pero, sobre todo, volvemos a hablar de ellos, que ya estaban por detrás de Bildu en el corazoncito de Sánchez, por detrás de Corinna en el interés de la gente y hasta por detrás de Pablo Iglesias en las columnas con guasa. A Junqueras lo confundíamos con un ánfora de aceite, con su sombra de iglesia; a Puigdemont lo confundíamos con una cigüeña coja, a Aragonès lo confundíamos con el profesor de clarinete y a Rufián lo confundíamos con un quinqui de musical, entre sacarnos la navaja y sacarnos a bailar. Hasta que llegó Pegasus. Del procés sólo queda Pegasus, y eso significa que ahora sabemos, mejor que nunca, que más allá del pasado y la melancolía sólo están la escoba, el bordado, el arpa y la pela.
De Junqueras ya no sabíamos nada, había salido de la cárcel con su flauta y su casita de pájaros talladas, indultado pero heroico, blandito pero matón, y se nos había perdido entre huertos de tomates y cerámica popular, o algo así. Tampoco de Puigdemont sabíamos mucho, sólo que seguía en su torreón de hiedra y suspiros, triste, solo y tejiendo mantitas de melancolía, como una señora con gato y canario. A Pere Aragonès nunca le hemos prestado demasiado atención porque es como un suplente de quinto grado, como el cocinero que ha terminado mandando en un barco devastado por una epidemia. Además, después del juicio al procés, la Generalitat es como la casa de Bernarda Alba, todo luto, autocompasión y amargura de cortar cebollas. Sólo por Cataluña siguen consumiendo ese culebrón y ese ricino, mientras Madriz se entretiene con Rufián, el de la amenaza eterna y respingona pero impotente. Menos mal que ha llegado Pegasus, porque de los indepes ya se estaban olvidando hasta los suyos.
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