El presidente del Gobierno recuperó este miércoles en el Congreso la fea costumbre de utilizar el ventilador para intentar zafarse de preguntas incómodas, como la que le hizo la portavoz del PP, Cuca Gamarra, sobre la infame destitución de la directora del CNI.
Pedro Sánchez recurrió a las grabaciones del ex comisario Villarejo, con conversaciones que se produjeron hace una década, para echar en cara al PP la utilización de una supuesta "policía patriótica" para hacer trabajos de dudosa legalidad. No contento con este regreso al pasado para eludir su responsabilidad en un asunto del presente, Sánchez se regodeó en la suerte y se apuntó como un éxito de su gestión la mejora de la situación en Cataluña y el hipotético retroceso del independentismo. "Mientras que ustedes enviaban piolines a Cataluña, ahora la selección española puede jugar en Cataluña sin problemas", dijo desde su escaño con satisfacción.
Los sindicatos policiales no tardaron en reaccionar ante esa frívola manipulación. Miles de policías nacionales y guardias civiles fueron trasladados a Cataluña en vísperas del referéndum ilegal del 1 de octubre. Fueron cumpliendo órdenes y para que se cumpliera la Constitución, amenazada con una declaración unilateral de independencia. Ni ellos eligieron ir en un barco decorado con la imagen del pollito amarillo de Looney Tunes, ni, desde luego, las condiciones lamentables en las que tuvieron que alojarse, sometidos siempre a los insultos y vejaciones de los independentistas.
El propio Sánchez, entonces líder del PSOE en la oposición, apoyó a las fuerzas de seguridad y también la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que supuso la suspensión temporal de la autonomía en Cataluña. Entonces él no habló de diálogo, sino de la necesidad de aplicar la ley. Ahora parece arrepentirse de lo que hizo, apoyar al Gobierno de Rajoy en un momento muy difícil para la democracia en España.
La destitución de la directora del CNI es la prueba de la fortaleza de los independentistas, que no se basa en un respaldo ciudadano a una quimérica república catalana, sino en la debilidad de Sánchez
La situación ya no es ni parecida a la que fue durante los meses de septiembre y octubre de 2017, pero la mejoría no es el resultado del acomodo de los independentistas al marco constitucional, sino la consecuencia de dos factores: las concesiones del Gobierno y el agotamiento de la sociedad catalana ante la perspectiva de una república catalana inalcanzable.
La forma en la que se reprimió el 1-O fue un error. Pero aun así, en las elecciones que se celebraron dos meses después, el partido que ganó fue Ciudadanos, mientras que los independentistas no lograron superar la barrera del 50% de los votos. En los comicios de 2021, ya con Sánchez en Moncloa, el PSC empató con con ERC en escaños, pero los independentistas superaron el 50% de los votos por primera vez en la historia. Cinco meses después, el Gobierno de Sánchez aprobó los indultos a los condenados del procés contra el criterio del Tribunal Supremo, que alegó para oponerse a la medida que los indultados no sólo no se habían arrepentido, sino que amenazan con volverlo a hacer.
La destitución de Paz Esteban al frente de los servicios secretos es la demostración más evidente de la debilidad del Gobierno... y de la fortaleza de los independentistas.
Lo que ha ocurrido desde la moción de censura de 2018 (precisamente provocada por la sentencia de la Audiencia Nacional en la que condenó al PP por Gürtel), es que Sánchez necesita el apoyo de los independentistas para gobernar. No ha habido un pacto político que suponga un mejor encaje de Cataluña en España, sino un intercambio de cromos muy pragmático: tú me aseguras la continuidad, y yo te voy dando concesiones. Eso sí, tanto el presidente como sus socios tienen un vínculo que hace duradera su asociación: evitar que el PP, solo o con Vox, vuelva a gobernar España.
Los ventiladores sirven de muy poco. Aligeran el calor de forma momentánea, pero no hacen que baje la temperatura. Y más si, como es el caso, el ventilador está averiado.
La debilidad de Sánchez, su raquítica mayoría parlamentaria, es lo que permite a los independentistas blandir la independencia como una amenaza plausible. El presidente no tiene otra alternativa y Junqueras lo sabe.
Por eso no sería de extrañar que el PSOE accediera a la creación de una comisión de investigación sobre las escuchas, como le exigen tanto los independentistas como Unidas Podemos, pero, eso sí, añadiéndole el ingrediente de las nuevas cintas de Villarejo. ¡Vuelven las cloacas!
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