Elías Bendodo, con su cosa de macero de ayuntamiento, de señor con las llaves y la cubertería y los faroles del ayuntamiento, de sacristán de ayuntamiento, sólo ha ido detrás de Feijóo, que es el que ha formado otra vez el lío de las naciones y las nacionalidades, que es el lío de España. Fue Feijóo el que habló de Cataluña como “nacionalidad”, allí mismo, donde esas palabras tienen eco de baptisterio o búnker, y, claro, Bendodo, a la hora de recoger y envitrinar los aperos, alfombras y hallazgos del día, concluyó que un Estado que contiene varias nacionalidades debe ser, lógicamente, plurinacional. En realidad nadie sabe qué es una “nacionalidad”, una palabra a medias para una nación a medias, una palabra vacía para una nación vacía, algo que sólo manifiesta el deseo de los padres de la Constitución de dejar palabras y naciones vacías. Las cosas vacías, claro, están hechas para llenarse. En este caso, el nacionalismo las llenó de su nacionalismo, que es lo que se derrama cuando se agita esa palabra siempre salpicante, la pronuncie Feijóo o Iceta.
A Bendodo, algo desconcertado y todavía titilante de candadillos y pátinas, como un criado confundido con un ladrón, salió Feijóo pronto a corregirlo, pero el presidente del PP tendría que haberse corregido a sí mismo. Feijóo todavía está haciéndose su España a base de agrandar su pueblo, como el que quiere agrandar una herradura, y aún falla en la escala, en la polisemia, en los matices. En Galicia lo mismo la palabra nacionalidad está llena sólo de lluvia y grano, como sus bellos pueblos de palafitos y capachos, pero en Cataluña esa palabra está llena de soberbia, de justificaciones, de acusaciones, de privilegios y de injusticia. La Constitución puede ser sabia y ambigua, como la sibila, y tiene acertijos, atrapadedos y laberintos en los que hasta los doctores temen meterse. Feijóo se ha metido en el peor de ellos, la hermenéutica sentimental e interesada de los pueblos, de las naciones o de sus jefazos.
Parece una solución como del PSC, hacernos todos un poco más nacionalistas para que el nacionalismo se vaya moderando, que no está tan lejos de pedirnos hacernos un poco más fascistas para que el fascismo se vaya moderando
Las naciones no tienen alma, sólo tienen sacerdotes en un negocio de almas, así que uno cree que lo más sano y científico es no usar su lenguaje, que ya tiene las trampas hechas, como el escolasticismo latinizado de los curas. Pero Feijóo parece que ha decidido que su PP sí puede aprovecharse de una especie de nacionalismo o regionalismo blandito, ambiguo, gregoriano, a imagen de su regionalismo galleguí, o sea que cree que puede galleguizar Cataluña o el País Vasco como se galleguiza un potaje o una conversación. Esto no lo digo yo, eso de “galleguizar España” lo ha llegado a decir el propio Feijóo: “Galleguizar España para superar las incertidumbres de nuestro Estado de las Autonomías”, afirmó tras el golpe catalán. Parece una solución como del PSC, hacernos todos un poco más nacionalistas para que el nacionalismo se vaya moderando, que no está tan lejos de pedirnos hacernos un poco más fascistas para que el fascismo se vaya moderando. Pero a lo mejor la culpa es de Bendodo, que acompaña a Feijóo con un farol toledano.
Nuestra Constitución, santa y ambigua como una aparición mariana, ya digo, no dejó en ese concepto de las “nacionalidades” sino la justificación de las diferencias y los privilegios de los nacionalistas, que entonces aún estaban por definir. Pero los nacionalismos no han visto en esta palabra la acotación constitucional de esos privilegios, sino al contrario, el reconocimiento de esa realidad sentimental y extrajurídica suya, esa nación más o menos añorada e implícita; una nación que no puede tener más límite que su propia y sola voluntad, por encima incluso de mayorías y leyes que consideran ajenas y extranjeras. El nacionalismo ya cree un derecho desobedecer las leyes comunes o discriminar a los no nacionalistas, y a ello se aplica rigurosamente con todo el poder institucional, así que pretender ir ahora a Cataluña a venderles la “nacionalidad” como un botijito de recuerdo de ellos mismos, eso que ha hecho Feijóo, no sólo es tonto sino obsceno.
Feijóo, con su botijo o máquina de galleguizar, aún usa la “nacionalidad” como justo término constitucional, y no se da cuenta de que podría decir lo mismo de “plurinacionalidad”, que es lo que hace el PSOE y lo que ha hecho también Bendodo, claro, pasando a tinta lo dicho o inspirado por Feijóo, como un evangelista. Si se pueden defender las “nacionalidades” como algo plenamente constitucional, se puede defender igual la “plurinacionalidad” de España, consecuencia lógica de que se admitan varias nacionalidades. Defender una y enfurruñarse por otra, que es lo que ha hecho Feijóo, es una tontería. Pero, sobre todo, supone estancarse o rendirse, porque acepta la aciaga superstición de la identidad, siquiera aguada con su intención galleguizante.
La “nacionalidad” fue un intento de apaciguar gramáticamente a los nacionalismos (también cierto nacionalismo esencialista español) poniéndole más letras a un concepto que en realidad parecían reconocer: la nación mitológica, sentimental y hasta sangrienta. Pero no parece haber funcionado. Como nadie rebatía a los nacionalistas en sus supersticiones ni en sus atropellos, ni hacía pedagogía de la ciudadanía por encima de la tribu, la palabra ha pasado de eufemismo a sinónimo. Por eso hay lugares en los que ya no se puede usar inocentemente sin alimentar la incivilidad, el abuso y el totalitarismo nacionalistas. Feijóo lo que hace es proponer la tribu bailona donde triunfa la tribu guerrera y proponer el botijo pintado donde triunfa la hoguera. Lo suyo sería dejar de proponer tribus y cerámica para empezar a aplicar igualdad y ciudadanía, pero quizá Feijóo sólo puede pensar en tribus y en cerámica, que es de lo que ha hecho su negocio, que ahora quiere exportar en forma de máquina de galleguizar, como una yogurtera de hórreos. O sea, que Feijóo no puede dejar de pensar, en el fondo, como los nacionalistas. Pero a lo mejor la culpa es de Bendodo, que va por detrás de Feijóo con lanza o con soplillo.
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