Yolanda Díaz avanza poco a poco hacia lo que todo el mundo sabe que va a pasar, pero ella lo oculta, duda, tarda, coquetea, ahora se desdice ante el espejo, se deshace todo como se deshace una trenza, ahora da un paso pequeño, como una señorita de baño de cine mudo, con timidez de su pie desnudo ante el mar como ante todo el pecado del mundo, o escoge una palabra entre palabras, como una flor entre flores, no tanto por hacer un ramillete sino por presentarse ella como ramillete, el ramillete vivo que es ella y que ha ido formándose ni pronto ni tarde sino cuando la naturaleza llamó, allí entre el trabajo egipcio de las abejas y las nubes, ramillete que ha sido esperado por muchas primaveras y ha pasado por muchas manos de segador y ha sido escogido tallo a tallo y color a color por las izquierdas únicas y múltiples, como de mimbre trenzado, y por el pueblo paciente y recolector, hasta ser ese ramo de novia campesina o de princesa de paca que es ella. O sólo tiene mucho cuento, vamos.
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