En octubre de 2017 la democracia española atravesó su momento más crítico desde el golpe militar del 23F. Aprovechando la imprevisión y desconcierto del Gobierno, los separatistas tendieron una trampa que podría haber resultado mortal. Cientos de miles de catalanes colaboraron como figurantes de un acto ilegal creyendo que participaban en una hermosa demostración de democracia popular. Los más fanáticos de ellos, parapetados en colegios y edificios públicos, seguían instrucciones de insurgencia difundidas en las semanas anteriores. Los 17.000 policías autonómicos, dirigidos por un mando taimado e infame, se pusieron de perfil. La defensa del Estado de Derecho quedó en manos de la Policía y la Guardia Civil. Su profesionalidad evitó que los líderes separatistas obtuvieran lo que estaban buscando: imágenes de muertos en las calles de Cataluña.
El separatismo había preparado el escenario y atraído la atención de toda la prensa internacional. Se disponía a ofrecer al mundo la prueba definitiva de su relato: una España dictatorial impedía con violencia que los catalanes ejercieran la democracia. La culta y desarrollada Cataluña, convertida en una especie de Ulster o Palestina: ésa era la “ensoñación” de una clase política que ha pagado un precio muy pequeño por su temeridad, y que sigue en el poder esperando tiempos más propicios para sus objetivos.
Aquellos días aciagos de 2017 los agentes desplazados a Cataluña soportaron todo tipo de agresiones, insultos y desprecios. Muchos empresarios de hostelería, afines al nacionalismo o acobardados por el mismo, se habían negado a darles cobijo. En una demostración de impotencia, el Gobierno alquiló varios barcos para alojarlos, uno de los cuales se haría tristemente famoso por estar pintado con personajes de Warner Brothers: el Pato Lucas, el Coyote… y Piolín. El separatismo no desaprovechó la oportunidad (¡una más!) brindada por el Gobierno para hacer escarnio de nuestros policías.
No hubo muertos, pero las horas posteriores al “referéndum” los medios y las redes sociales se llenaron de informaciones, imágenes y eslóganes favorables al separatismo. El Gobierno español siguió aturdido, incapaz de articular una respuesta. El 3 de octubre se declaró una “huelga patriótica” que paralizó Cataluña (con la participación entre otros de UGT y CCOO). Para los que no vivieron aquellos días en Cataluña, es difícil comprender la angustia y el desamparo que sentimos los catalanes leales a España. Sólo el discurso del Rey la noche del 3 de octubre nos devolvió la confianza en las instituciones.
El discurso del Rey y la movilización del constitucionalismo fue clave en el fracaso del golpe de Estado
El día siguiente al discurso del Rey, el constitucionalismo reaccionaba en la calle, organizando una manifestación en Pineda de Mar frente a un hotel en el que la policía había sido escracheada. El ayuntamiento de la localidad, gobernado por el PSC, había amenazado al gerente del hotel con retirarle la licencia si no expulsaba a los agentes. Los que allí estuvimos nos quedamos afónicos gritando “¡no estáis solos!”, grito que repetiríamos en la gran manifestación organizada por Societat Civil Catalana el 8 de octubre en Barcelona.
El discurso del Rey y la movilización del constitucionalismo fue clave en el fracaso del golpe de Estado. Pero todavía habría que esperar hasta el 22 de octubre para que el Gobierno se decidiera a aplicar el artículo 155 de la Constitución. Una medida limitada y descafeinada por las presiones de un PSOE que ya planeaba la moción de censura.
En efecto, Pedro Sánchez ya había tomado la decisión de gobernar con Podemos, apoyándose en los separatistas. Eran los planes de un mentiroso profesional, cruel e inmoral, que se sentía libre para perseguir sus ambiciones tras haber construido un PSOE a su medida. Un personaje que en el pecado lleva la penitencia, pues siendo soberbio se ve obligado constantemente a humillarse para seguir en el poder. Lo hizo cuando le dio el pésame a Bildu en el Congreso por la muerte en prisión de un etarra, y lo ha vuelto a hacer al llamar “piolines” a quienes se jugaron el tipo en Cataluña.
Lo que Sánchez no comprende todavía, mientras lucha por sobrevivir a toda costa, es que se ha convertido ya para la Historia en una caricatura, un malvado de dibujos animados, un gato Silvestre, tenaz, malo y estúpido.
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