Con una corona de cajetilla de tabaco tachada en las pancartas (la monarquía viene a ser sentimentalmente ya como la Tabacalera), se han manifestado en Madrid unos 300 republicanos o antijuancarlistas. Había más gente en Sanxenxo cada vez que salía don Juan Carlos a mojarse los pies en la palangana de la ría, como un lord de safari o mi abuelo José, que era pescador pero también aristócrata de la palangana. En la protesta contaba uno casi más siglas que asistentes, quizá porque el Emérito, que ya sólo parece su gota sin rey y su gorra sin velero, no merece ni ira, o porque la izquierda bulliciosa son sólo sus bots. Los republicanos insisten en quejarse de un rey malo, sin darse cuenta de que así avalan a un rey bueno, que se quede en su baraja, en su vajilla de caza y en su cama, alta como una ermita. Pero los mirones de Sanxenxo y los republicanos olvidados por la historia miran a los reyes igual, como a sus cuadros, así que cuando don Juan Carlos se vea con su hijo, Felipe VI parecerá más rey que nunca, como en un tapiz de una rendición mora.
Don Juan Carlos, ya rey oriental y esportivo, como uno de estos jeques futboleros que vienen para comprar un equipo o darle a la pelota remangándose los faldones de clérigo; don Juan Carlos, decía, ha vuelto a España y lo primero que ha hecho ha sido irse de regata o de spa o de mariscada, que hay un momento y un nivel en los que el deporte, el ocio y el lujo son lo mismo. Uno pensaba que el Emérito volvería como en una ceremonia goda de contrición o vasallaje, pidiendo perdón otra vez con cara de bebé elefante ante el cadáver de aquel otro elefante, dando siquiera explicaciones, y sometiéndose en todo caso a Felipe VI con pose de tapiz, de rendición de Granada o de Cartago, como he dicho. Pero no, antes ha ido a sus cosas levemente esportivas, monárquicamente esportivas, o puramente monárquicas, que quizá es una manera de ir a buscar hinchada, de recolectar súbditos por playas llenas de súbditos como de caracolas.
Uno pensaba que el Emérito volvería con cara de bebé elefante
El Emérito no ha querido presentarse ante su hijo ni ante su país como un rey / padre pródigo, sino como un campeón de petanca de Abu Dabi o un ídolo de señoras maduras, como si fuera el Puma. Va a reunirse con Felipe VI después de los vítores de Sanxenxo, de los piropos de Sanxenxo, de ese jugueteo de diva con la prensa en un Sanxenxo como un Mónaco con centollos, o sea que al final se va a presentar en la Zarzuela más bien como si fuera el padre de Julio Iglesias, festero, papichulo, fresco y popular. Parece claro que don Juan Carlos no muestra remordimiento, arrepentimiento ni vergüenza, sino al contrario, ganas de alardear con un coro marinero de habaneras detrás cantando a su inviolabilidad y a sus centolladas. La sensación es que el Emérito sólo ha pisado España para volver a su partidita, a su tertulia y a su carroza de mover la mano de china, tranquilo y satisfecho, y se diría que quiere que Felipe VI y toda España lo tengan muy claro.
Don Juan Carlos, ya un poco rey arábigo, ostentoso y aflecado, como esos emires que se bajan del avión privado como de un globo de los Montgolfier, cree uno que se fue a Sanxenxo para recibir la absolución que no le dan en otro sitio, que no le va a dar el rey Felipe; un perdón como de Virgen marinera a falta de un perdón de la historia, del pueblo y de la propia Corona, a la que ha convertido en corona de tabacalera o de cama alta de rey holgón. Yo creo que don Juan Carlos quiere volver a España, quiere volver a la Zarzuela, pero quiere hacerlo como ha vuelto a Sanxenxo, como si no hubiera pasado nada salvo una borrasca que dejó aparcados su velero y su carroza, volver como un rey con barco de rey y frente alta de cenefa de rey. Yo creo que así no lo van a dejar, ni su hijo ni España.
El Emérito, que ya sólo es un mascarón de proa desconchado, es cierto que ya no tiene causas pendientes aquí, pero sin su inviolabilidad eso no sería así. No es un ciudadano que sido declarado inocente, sino alguien que abusó de su posición sabiendo que no lo podían tocar allí en su globo o en su galeón y, efectivamente, no han podido tocarlo. Don Juan Carlos ha vuelto como si no hubiera pasado nada, o mejor, como si hubiera ganado por Abu Dabi una copa de las de Piqué y Rubiales, un poco lata y un poco tongo. Don Juan Carlos podría haber vuelto de otra manera, aún podría volver de otra manera, pero no así, como un indiano de casino o como Jesús Gil resucitado.
Creo que Felipe VI, que piensa un poco en tapices, como debe pensar un monarca, sabe que no puede dejar al viejo rey posar de esta manera junto a él. Sólo así quedará como buen rey, cosa que uno no sabe si fastidia o satisface a nuestros republicanos de Tabacalera. Seguro que el rey Felipe también es consciente de que, en España, los únicos peores que los monárquicos son los republicanos, y por ahí se va salvando. Pero eso no durará siempre, así que mejor ser ese rey en la sobria baraja constitucional que ese rey con padre de Julio Iglesias.
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