La coronación de Ayuso en el PP de Madrid nos ha pasado un poco de largo, como la carroza de la guapa del pueblo, con sus viandas del pueblo y sus racimos de uva en el regazo y en los ojos, y que nos adelanta con esa rapidez que tienen las bandas de música excepto por el gran bombo final, que lastra a la banda como un ancla. A veces ese bombo es lo único que alcanzamos a ver de la cabalgata, de la fiesta y de la guapa, como una popa de barco que mira un soñador, y quizá lo que alcanzamos a ver del gran sueño de Ayuso es sólo una especie de bombo de la banda de música de Feijóo. El congreso ha tenido poca emoción (la guapa del pueblo siempre tiene poca emoción, sólo está ella en el puesto, como el alcalde o el cura), y tampoco tiene mucha emoción esto de ver que a Ayuso le han dado el bombo, o sea una guerra cultural y una caña pandillera que suena a bombo, tras el clarinete o la gaita de Feijóo. Ayuso, con el bombo, está más cerca de ser coche escoba municipal que reina de la cosecha.

Ayuso ya manda en el PP de Madrid, algo que no ha causado ni ruido ni interés, como si simplemente hubiera ido a misa de once con esa cosa de muñeca con mantilla que tiene ella. Más le ha llamado la atención a uno que Ayuso se haya reactivado de pronto en ese papel nacional de poli malo o sólo poli cachondón, de Alfonso Guerra o de Monchito de Feijóo. Feijóo no quiere guerra cultural, que quiere decir en realidad guerra ideológica, guerra intelectual o simplemente guerra. Feijóo sólo quiere dedicarse a galleguizar España y galleguizar al PP en un sincretismo hecho de sentido común comodón, relativismo irritante, aburrimiento de contable y aburrimiento de coros y danzas. No estoy diciendo que el PP de Feijóo renuncie a la pelea de la ideología y de las ideas, sino que simplemente no quiere ser él el que pelee. De eso se va a encargar Ayuso, que pasa así de tener personalidad a tener sólo una encomienda, de la espontaneidad de la ayusada a cargar con ese pesado bombo con culo de barco fluvial.

Feijóo, padre con libretita y con periódico, sólo nos leerá facturas y nos pondrá delante lo duro de la vida, con mucho golpe del dorso de la mano contra papel, esos papeles rígidos y definitivos, como mapas, que manejan los padres ante los hijos. No es que todo en él tenga que ser tranquilo, sino que tendrá que ser evidente, como esas frases de padre, en plan “nadie da duros a cuatro pesetas”. No es que Feijóo se encargue de la economía y Ayuso de la ideología, sino que Feijóo se encargará de dar discursos de meteorólogo y a Ayuso le tocará partirse la cara de guapa contra Sánchez, contra los indepes, contra la izquierda de viñeta, contra la derechaza de bandera con tortilla de patatas y contra quien sea. Con Casado, Ayuso era naturalidad; con Feijóo, puede terminar en la tacañona que, simplemente, tiene el papel de tacañona. Quiero decir que antes Ayuso decía lo que decía porque estaba sola para decirlo, y ahora lo dirá porque la han dejado sola para decirlo, que no es lo mismo.

Quiero decir que antes Ayuso decía lo que decía porque estaba sola para decirlo, y ahora lo dirá porque la han dejado sola para decirlo, que no es lo mismo

Ayuso dando caña, con su cuero y su pitón de moto, como una heroína de cómic en Hell’s Kitchen, es cierto que tiene sus ventajas. Por ejemplo, Ayuso no va a meter la pata con el lío de las nacionalidades como Feijóo / Bendodo, un error típicamente casadista, por querer quedar bien incluso donde nunca vas a quedar bien (Feijóo, como mucha derecha todavía, creo que no ha terminado de asimilar la tontería de este empeño). Pero Ayuso dando caña va a tener sus ventajas sobre todo para Feijóo, liberado ya no de los salpicones y cuajarones de la sangre política sino del agobio de mojarse más allá de lo evidente, o sea liberado de cualquier discurso valiente, resbaladizo, arriesgado o simplemente humano. Ya ven que Feijóo se fue a Cataluña para convertirlos en gallegos, casi a competir con Illa en traje y disposición de tendero del Oeste. Antes, Feijóo evitaba los discursos problemáticos, y ahora los delegará, que no sé qué es peor.

Ayuso va a parecer una punk, va a ser la punki de Feijóo, que a uno le parece una degeneración de esa cosa de novia macarra de España, de Sandy encuerada de Grease, a la que jugaba con acierto. De repente, lo que nos queda con esa división de papeles que parece que se ha pactado es como una Ayuso pasada por doña Rogelia y luego por chinchetas, todo por necesidades o inseguridades del nuevo jefe, o sea una caricaturización que pronto veremos que sobreactuará y exagerará. Ya le parece a uno que está sobreactuando, con eso de defender al Emérito como se defiende el tricornio de charol (o el zapatito de charol, que quizá son la misma morriña), cuando es evidente que eso es justo lo que les gusta a esos indepes y comunistas que ella pronuncia, también sobreactuando, con cosa judeomasónica o así.

Ayuso ya manda en el PP de Madrid, como quería, pero a cambio, cree uno, ya no es casi nada en el PP de Feijóo, poco más que la punki de la escalera. Ahora, Ayuso dirá algo y no pensaremos que es una ayusada, sino que el PP de Feijóo juega la carta de la ayusada como el que juega el as de bastos, mientras la verdad es que sigue pensando y vistiendo un poco como Illa, allí en su tienda de La casa de la pradera. En realidad lo que pasa es que el PP de Feijóo y Moreno Bonilla no puede ser a la vez el PP de Ayuso. Eso lo sabe todo el mundo, como sabe que la guapa del pueblo no puede estar a la vez en una carroza de sirena y tocando ese pesado y único bombo con gran culo de galeón, al final del partido como al final del desfile. Y si lo intenta se va a baldar, se va a quemar, se va a perder o se la va a llevar el coche escoba municipal entre barreduras, matasuegras y narices de esponja.

La coronación de Ayuso en el PP de Madrid nos ha pasado un poco de largo, como la carroza de la guapa del pueblo, con sus viandas del pueblo y sus racimos de uva en el regazo y en los ojos, y que nos adelanta con esa rapidez que tienen las bandas de música excepto por el gran bombo final, que lastra a la banda como un ancla. A veces ese bombo es lo único que alcanzamos a ver de la cabalgata, de la fiesta y de la guapa, como una popa de barco que mira un soñador, y quizá lo que alcanzamos a ver del gran sueño de Ayuso es sólo una especie de bombo de la banda de música de Feijóo. El congreso ha tenido poca emoción (la guapa del pueblo siempre tiene poca emoción, sólo está ella en el puesto, como el alcalde o el cura), y tampoco tiene mucha emoción esto de ver que a Ayuso le han dado el bombo, o sea una guerra cultural y una caña pandillera que suena a bombo, tras el clarinete o la gaita de Feijóo. Ayuso, con el bombo, está más cerca de ser coche escoba municipal que reina de la cosecha.

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