Macarena Olona, Macarena de Salobreña o de donde haga falta, no deja de fabricarse últimamente unas identidades flamencas, toreras, aceituneras, bodegueras, guitarreras, sacromonteñas, claveleñas y acretonadas. Yo creo que, más que presentarse a las elecciones andaluzas, va a montar un tablao o un espectáculo de carromato en Japón, en Ámsterdam o en el metro de Londres, donde yo me la imagino cantando con gafas de Martirio un flamenquito de sobre, enyesado y jotero, de paya malaje. Esta gente de Vox está tan obsesionada con las identidades (casi tanto como la izquierda) que sin el traje identitario se siente desnuda, como se sentiría desnuda una miss regional. Hasta que no se visten de fallera, de maragato, de mayoral, de Curro Jiménez españolazo, de Marisol flamenca o de torero de paquete con voluta, simplemente no saben qué ser, dónde ponerse ni de qué hablar. Bueno, y ni vistiéndose. Macarena de Salobreña, la verdad, lo que parece es el nombre de una torera de Wisconsin.
Macarena de Salobreña, y olé, va a debutar con picadores en Andalucía como un torero con gafas, como un torero de Wisconsin que se despidió en el Congreso como se despediría un granjero de Wisconsin que se va a Sevilla, allí en una de sus solitarias paradas de autobús entre espantapájaros de maizal. Es lo único que se les ocurre a ella y a su equipo, comprarse enseguida el kit de andaluza, el pisapapeles de la Giralda, el traje de flamenca de muñeca de alcoba, la pose de cartel de peña: en la mano el abanico de desaire, en el culo el caballo rampante como un caballito de mar, y en la cabeza la roja flor carnívora, como un beso de morena con raíz hasta el alma. Ya glosamos aquí el paseo de Olona por la feria de Sevilla, con cola de todo el puente de Triana, pero quizá la flamenca le quedó falsa como una Barbie flamenca, y hacía falta algo más después del jaleo del empadronamiento, convertido por unos y otros en prueba de sangre.
En lo del empadronamiento o desempadronamiento estábamos cuando el jefe de prensa de Olona, Álvaro Zancajo, se sintió en la necesidad de probar la andalucidad de la candidata. “La belleza de Macarena Olona es andaluza. La exterior y la interior. Parece pintada por Julio Romero de Torres”, decía en un tuit con fotos de Macarena Olona y pinturas del cordobés, sus mujeres de lata de aceite y sus cuadros con pátina de bodega o de cisquera. El origen, es que necesitan el origen, y si la ropa podía parecer prestada o robada, otra cosa es toda la tradición de mujeres andaluzas con cántaro, guitarra o crótalos que vienen por los óleos o con óleos desde todos los siglos y lugares, desde Fenicia a Wisconsin. Una especie de racialidad egipciaca más allá de las fronteras y el tiempo, puramente genética o estética o mitológica, una cosa como de rollo ario del tono cobrizo. Y es que no pueden evitar ponerse espeluznantes ni buscando piropos.
Macarena de Graná no estaba mal, pero le faltaba tragedia
Los andaluces están hermanados por la morenez igual que los toreros están hermanados por el arte, sean de Camas o de Wisconsin, o algo así podríamos concluir. Todo esto parece que tienen que armar los de Vox antes de presentarse a unas elecciones, o sea ponerse a hacer una teoría de la pestaña embrujadora, de los pies con arco fenicio y de los ojos almendrados, una teoría de la pureza andaluza igual que la tienen de la pureza española. Su teoría de la carne morena, como la que quería comerse el tigre de Lola Flores, ya estaba, pero aún les hacía falta el gentilicio o toponímico, algo imprescindible para cantaores, toreros y faraones de la raza, como lo es el nombre porno para los actores porno, más auténticos cuanto más inventados. Macarena de Graná no estaba mal, pero le faltaba tragedia. Pero uno dice Macarena de Salobreña, después de todo el jaleo, y ya lo ves en los carteles, como Francisco Alegre.
Del empadronamiento de Olona le ha salido a Vox una figura o toda una saga, que ya es mucho para un empadronamiento cunero, algo a lo que yo creo que la política española no le ha sabido sacar partido (imaginen a Rubalcaba como Alfredito de Cái). Una vez que la Junta Electoral ha aclarado que esa formalidad administrativa, manejada por primos del ayuntamiento, alcaldes de feria de la tapa y municipalillos de carrera de sacos, no puede convertirse en prueba de pureza por encima del derecho al sufragio pasivo; una vez solventado esto, a mí lo que me interesa es que Vox ha completado su álbum de cromos de lo andaluz, su muñeca de recortable de lo andaluz, su señora Potato de lo andaluz, y ya tenemos lo de siempre, la identidad que sustituye a la política.
Macarena de Salobreña les ha quedado un poco torero de Wisconsin, ya digo, torero agambado que se ha puesto bigote mexicano para parecer más español sin caer en lo poco torero que es eso. O les ha quedado quizá, también, un poco meritoria de café cantante, que Olona diría que se abanicaba con su nuevo nombre de tronío mientras llamaba perejil al ministro Bolaños como si le cantara al perejil de un señor calvo de la primera fila (en realidad la comparación buena de Bolaños es con Pérez Gil, aquel caracol amigo de la gallina Caponata, pero eso ya es otro artículo). Con Macarena de Salobreña, en fin, tenemos nuestro torero de Wisconsin, nuestra flamenca de Londres, nuestra aceitunera de Alicante, nuestra fallera de Graná, que son muchas identidades y no son ninguna. A Vox le pasa mucho esto, que lo mismo van de legionario por arriba y de torero por abajo y sólo parecen sirenas barbudas o centauros con lentejuelas.
En realidad no importa si Macarena es de Salobreña o es de Santurce. Las identidades son todas inventadas, normalmente por los que pretenden aprovecharlas. Desconfíen cuando sólo hay identidad, y más si se usa para el miedo, es cuando son realmente peligrosas. Por ahí están Vox, los nacionalistas y la ultraizquierda, siempre como de carnaval o pinacoteca o mercadillo identitarios. Antes de ser peligrosas, eso sí, las identidades suelen resultar ridículas, y por ahí se les pilla. Piensen en Macarena de Salobreña con gafas de Martirio, o en todos esos santos varones que parecen viriles sirenas, como toreros de Wisconsin con mostacho.
Macarena Olona, Macarena de Salobreña o de donde haga falta, no deja de fabricarse últimamente unas identidades flamencas, toreras, aceituneras, bodegueras, guitarreras, sacromonteñas, claveleñas y acretonadas. Yo creo que, más que presentarse a las elecciones andaluzas, va a montar un tablao o un espectáculo de carromato en Japón, en Ámsterdam o en el metro de Londres, donde yo me la imagino cantando con gafas de Martirio un flamenquito de sobre, enyesado y jotero, de paya malaje. Esta gente de Vox está tan obsesionada con las identidades (casi tanto como la izquierda) que sin el traje identitario se siente desnuda, como se sentiría desnuda una miss regional. Hasta que no se visten de fallera, de maragato, de mayoral, de Curro Jiménez españolazo, de Marisol flamenca o de torero de paquete con voluta, simplemente no saben qué ser, dónde ponerse ni de qué hablar. Bueno, y ni vistiéndose. Macarena de Salobreña, la verdad, lo que parece es el nombre de una torera de Wisconsin.
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