Feijóo no va a vender finalmente Génova 13, con arboladura mítica y anublada de barco pirata. Casado y Egea, supersticiosos como marineros, creían que allí había fantasmas o gafes, que les habían echado una maldición en los cimientos, como en una pirámide, pero resulta que los fantasmas, los gafes o la maldición eran ellos. No había yuyu con aquella sede, especie de cajonera acastillada, entre oficina, catedral y caja fuerte, donde hubo pillos, despistados, mangantes, santurrones, sosos y, sobre todo, jefazos que eran un poco todo eso a la vez. El edificio sigue ahí, altivo como una cañonera, con su balconcillo de verbena mariana y su gaviota estrellada, mientras el PP gana en las encuestas y tiene a Sánchez rebuscando en el fondo de armario y haciéndoles vudú con alfileres y sonajeros. Casado y Egea creían en fantasmas de torreón, o en que la gente cree en ellos, y querían arreglar el partido con agua bendita y exorcismos. Feijóo no cree en fantasmas ni en hogueras, sino en el pragmatismo y la ambigüedad, y no quiere elevar o derribar altares, sino ganar a Sánchez.

Génova 13, visto así como peña con leyenda y nubarrón, como un castillo de los Cárpatos, era una cosa de campesinos con ajos y de grafismo medieval de La Sexta (Ferreras da el tiempo, ciertamente, con gráficos de monje barométrico, como el higrómetro de fraile que es él, también en política). Casado y Egea entendían el poder de lo simbólico, y quitarse esa sombra de Génova, que era como la sombra ramosa de Nosferatu, ya les parecía mucho. Lo que pasa es que Casado y Egea tiraban por lo simbólico seguramente porque no sabían muy bien qué más hacer. A lo práctico, al voto y al éxito como el pan o la colada de cada día, sólo llegaban Feijóo y Ayuso, que ganaban elecciones mientras en Génova se dedicaban a la cristología de Casado y a teorías bizantinas sobre el centro (el pragmatismo sólo lo usaban para purgas e inquisiciones, que es otra forma de teología). Vender Génova quizá les daba la razón a esos campesinos con crucifijo de estacas al cuello y a Ferreras con truenos y chaquetas de monstruo de Frankenstein, pero en el castillo maldito apenas se les ocurría otra cosa que cambiar el decorado y cazar brujas.

Vender Génova quizá les daba la razón a esos campesinos con crucifijo de estacas al cuello y a Ferreras con truenos y chaquetas de monstruo de Frankenstein

Feijóo no tiene miedo a los fantasmas, ni al de Bárcenas accionando trituradoras por la noche ni al de Rajoy, que es un fantasma de alcoba, un fantasma de Dickens, con gorrito de dormir y cadenas de reloj de péndulo. A Rajoy, Feijóo lo ha asimilado o superado, no tanto por él mismo (Feijóo sigue teniendo mucho de Rajoy pero sin tantos tics de Rajoy, es como un Rajoy estilizado en mayordomo de Rajoy) sino porque ha encontrado en Ayuso una reina y un complemento mejores que Soraya. Soraya también tenía ojos de locuela, pero nunca tuvo el tirón y la magia que tiene Ayuso, que es política instintiva, no metódica; de paseíllo, no de pasillo. En cuanto a Bárcenas, Feijóo no es que lo haya enterrado en la leyenda o en el tigre de la trena, sino que se ha dado cuenta de que de aquel PP no queda nada, es como un PP de Hernández-Mancha o así. El único que seguía dándole al tema era Ferreras con hacha y hachón de guardián de mazmorra. Y, claro, Casado / Egea, que de alguna manera le compraban a La Sexta el castillo con maldición, la biblioteca con fantasma y la abadía con asesinatos. Feijóo no va a hacerlo más.

Génova 13 no se vende, no es una lápida que mira a Colón como a una luna de lobos, no tiene cuadros embrujados que te siguen con ojos de bicho embalsamado, no tiene fantasmas haciendo fotocopias, que es lo que parece que hacen todos los fantasmas, que siempre se aparecen entre flashazos y luminiscencias, como si fueran acomodadores o peces abisales. Un político no puede ir por ahí creyendo en monstruos del armario, en alfombras que te tragan o en licantropías de un secretario general o de un contable membranoso. Ni puede tener miedo de las lechuzas, de las damas de negro, de los percheros o de los espejos, que es verdad que Teodoro García Egea, cargante y telarañoso, tenía algo de sirviente de algún vampiro dieciochesco. Yo creo que en aquella Génova vendible o huidiza estaban desesperados por un nuevo comienzo, por un nuevo día, frágiles como niños con terrores nocturnos, que quieren cambiar de dormitorio o quieren quitarse de la vista el perro disecado que les han puesto en el pasillo. Hubieran vendido no sólo Génova 13, sino la gaviota como el cuervo de Poe, y hasta el bigote arrancado de Aznar, escalofriante como la cabeza arrancada de un muñeco de ventrílocuo, si hubieran creído que eso les servía para algo, que les daba, si no votos, al menos confianza cuando el reloj daba la medianoche con el sonido de la cojera de la muerte.

Génova 13 no se vende, “los edificios no tienen la culpa de nada”, ha dicho Bendodo como el adulto que abre el armario que sólo tiene abrigos y zapatos de charol (el PP sigue siendo acharolado por dentro). Casado y Egea buscaban fantasmas, gafes o maldiciones, pero eran ellos, con el vaho del puro miedo en las ventanas y en las gafas. El PP que antes era todo miedo, arañas en el pelo y casas con ojos, bocas y garras, ahora parece una máquina de ganar, algo antigua pero evocadora, como los trenes de vapor de los pintores futuristas. Feijóo no cree en fantasmas, deja las supersticiones, deja la teología y aún no sabemos si dejará la ideología. El riesgo de todo este pragmatismo, claro, es que cambie los santiguos de vieja por meras cuentas de la vieja.

Feijóo no va a vender finalmente Génova 13, con arboladura mítica y anublada de barco pirata. Casado y Egea, supersticiosos como marineros, creían que allí había fantasmas o gafes, que les habían echado una maldición en los cimientos, como en una pirámide, pero resulta que los fantasmas, los gafes o la maldición eran ellos. No había yuyu con aquella sede, especie de cajonera acastillada, entre oficina, catedral y caja fuerte, donde hubo pillos, despistados, mangantes, santurrones, sosos y, sobre todo, jefazos que eran un poco todo eso a la vez. El edificio sigue ahí, altivo como una cañonera, con su balconcillo de verbena mariana y su gaviota estrellada, mientras el PP gana en las encuestas y tiene a Sánchez rebuscando en el fondo de armario y haciéndoles vudú con alfileres y sonajeros. Casado y Egea creían en fantasmas de torreón, o en que la gente cree en ellos, y querían arreglar el partido con agua bendita y exorcismos. Feijóo no cree en fantasmas ni en hogueras, sino en el pragmatismo y la ambigüedad, y no quiere elevar o derribar altares, sino ganar a Sánchez.

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