Isabel Díaz Ayuso anda en guerra malasañera contra el nuevo currículo de Bachillerato, que es como un tacataca ideológico que les pone el Gobierno a los jóvenes. Uno se imagina a Ayuso como una institutriz con cartabón llamando al orden en medio de una fiesta de pijamas sanchista, entre la piñata y el botellón. Hay quien piensa en la educación como en una estatua griega que hay que salvar de los bárbaros, hay quien piensa en la educación como instrumento de transformación social y de justicia, hay quien piensa las dos cosas a la vez, y hay quien sonríe cínicamente porque ya se ha dado cuenta de que la educación es y no es todo esto. Y es que la educación no es un arte con musa en camisón, sino que se parece más a una fábrica que fabrica lo que se propone fabricar. La educación puede fabricar granjeros o lampistas, ingenieros o filósofos, vendedores o curas, influencers o poetas muertos de hambre surrealista. Y hay quien cree que, puestos a fabricar algo, mejor fabricar votantes.
Ayuso ha cogido el currículo de Bachillerato y unas tijeras de hermana puritana o de chapista y se ha puesto a quitar y añadir cosas (los Austrias sí y la perspectiva de género no, la unidad de España sí y las identidades regionales no) porque se trata de que a esa estatua griega de la pureza académica, que es inquietante como una muñeca desnuda, hay que taparla con nuestros pudores y añadirle nuestros anhelos hasta que quede vestida de Nancy hippie, de Nancy monja o de la Nancy que más nos guste. Con la educación, la izquierda fabrica izquierda, la Iglesia fabrica monaguillos, la derecha fabrica jefecillos, las dictaduras fabrican patriotas, los académicos fabrican académicos, y seguramente Ayuso también quiere fabricar madrileños o españoles de caña libertaria y Copa Davis. No es lo mismo fabricar una cosa que la otra, así que lo que tenemos que tener en cuenta, ya que nadie va a fabricar otra vez el Peloponeso ni la Bauhaus ni los logaritmos, es qué sociedad quiere fabricarnos cada uno, porque lo seguro es que saldrá algo fabril, algo vendible, algo cacharrero, que no será del todo la estatua griega ni tampoco del todo la biblioteca de Alejandría incendiada.
Duele decirlo, pero la educación no es de los pedagogos, ni de los científicos, ni de los humanistas, sino de los políticos
Duele decirlo, como duele el empeño de los profesores de latín por sus latines muertos, un poco como el de los patriotas por sus patriotas muertos; duele decirlo, en fin, pero la educación no es de los pedagogos, ni de los científicos, ni de los humanistas con bigote bordón, sino de los políticos. Y no es mala idea. Si la educación dependiera de los pedagogos, sólo saldrían cantajuegos; con los científicos sólo saldrían ingenieros de presas y físicos con camisetas de Star Wars; con los de letras sólo tendríamos hermeneutas de Borges y Virgilios coñazos incluso sirviéndonos el café; con los economistas sólo tendríamos filósofos de la pobreza y con los filósofos sólo tendríamos economistas de la nada. Uno ve que los intelectuales se reúnen para rezar a la musa con verdín, y piden por la filosofía, por las lenguas muertas, por la historia napoleónica, por el conocimiento así como sustanciado en un friso, y no es que esté mal, claro, pero a uno le parece que eso dejaría un país como tumbado en un sillón de Gloria Fuertes. El político creo que está más cerca de la realidad, es el que puede dejar un poco para el albañil y un poco para la gente que aspira a ser rotonda o estación de Renfe. Claro que también puede dejar a toda la sociedad hecha un melonar.
Ayuso puede que quiera fabricarse sus madrileños goyescos, austrinos, taurinos, con sus camareros con deshoras y sus ingenieros civiles, pero otros quieren fabricarse el español posmoderno, el izquierdista líquido, el del conocimiento sentimental y el de las identidades prismáticas, una especie de melonar empático que vote progresía como consecuencia natural de esa historia culminante que le han contado, desgajada y aplanada. Quien más y quien menos ha querido meter contenido ideológico como contenido científico y contenido doctrinal como cultura cívica, que unos enseguida te meten la república de colorines y otros enseguida te meten al cura de luto. Uno, personalmente, sólo incluiría en los libros escolares conocimiento científico y académico, más una asignatura de simple civismo constitucional, y lo demás que lo vayan enseñando los padres o los curas, y sobre todo los libros, los muchos libros, no sólo el que nos ponga el Estado como una Biblia de autoescuela.
La educación es una fábrica de ladrillos y hasta Ayuso tiene su modelo de estudiante o ladrillo. Lo de Sánchez es diferente, solo quiere fabricar votantes
Seguramente el Bachillerato sólo debería fabricar universitarios, no conferenciantes ni santones. Pero la educación es una fábrica de ladrillos y hasta Ayuso tiene su modelo de estudiante o ladrillo, que yo creo que está entre el currante de botellín y el niño de San Ildefonso. Lo de Pedro Sánchez es diferente, quiere fabricar sólo votantes. Quiero decir que con sus estudiantes plurisuspendidos, ignorantes no sólo de datos sino de dónde están y de dónde vienen, con sólo la historia de su tribu contada en pieles e incluso con la ciencia como algo que se vive a flor de piel, como una menstruación; con eso, a mí, la verdad, sólo me sale un votante melón. No hay ahí ni estatua griega ni ascensor social ni igualdad de oportunidades, sólo un asistente de mitin.
A los políticos nunca les interesará un pueblo culto, pero eso, en realidad, ya no depende de ellos: todo el conocimiento humano está en Internet, zumbando como un frigorífico con hambre de madrugada. Por eso mismo, mucho peor que no enseñar conocimientos es denigrar el propio concepto de aprendizaje. Una cosa es fabricar ladrillos más o menos de tu gusto, cosa que hacen todos, y otra dejar de fabricar ladrillos y sólo dar melones, ya con la dentellada de burro. Uno, la verdad, prefiere que manden los políticos y no esos académicos que parecen cartagineses de biblioteca, porque eso significa que aún decide el pueblo. Al menos, de momento, aún hay opción fuera del melonar, siquiera ahí entre autónomos cristificados, ingenieros mecánicos y opositores a Correos, ya todos castizos y fachosos para la ortodoxia, como toreros.
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