El Senado tenía algo de plaza de toros desmontable esperando el primer cara a cara de Sánchez y Feijóo. Era como un duelo llevado artificialmente a una colina o a una pagoda, lejos del familiar escenario del Congreso, al que vemos ya como un café con sus muebles y sus riñas de café. El Senado es feo, es como un tanatorio, y además Sánchez siempre parece que va allí a dar el pésame, apresurada y envaradamente, antes de volver a su Moncloa a quitarse la peste pegajosa a crisantemo de pueblo. Feijóo también parecía un invitado a galletas de velatorio, es lo que tienen estos raudos descabezamientos de partido, que dejan al nuevo líder de convidado en el entierro ajeno, en su propia fiesta y hasta en su primer combate por la vida. No hay que esperar mucho de los primeros enfrentamientos ni de los primeros encamamientos, pero al menos pudimos ver que Feijóo va a ser tranquilo y letal, y que, frente al nuevo adversario, Sánchez no va usar otra táctica que seguir siendo él, con flor o lágrima de guapo.

“Yo no he venido a insultarle”, empezó Feijóo como un caballero con guante desenguantado. Luego, claro, lo que pasa es que ese caballero viene con dos pistolas de duelo como dos violines, ahí en su caja de anticuario, o sea que no va a insultar pero sí a disparar plomo. El plomo de Feijóo son los números, lo primero que hizo fue arrojar números que parecían flechas fenicias, millones recaudados, millones que se podrían devolver a las familias, millones que Sánchez no sabe usar o no sabe dónde meter. Yo no sé si empezar forrado y cantarín de números, como un cuponero, es bueno en los debates de esta política nuestra, sentimental y mágica. Además, la gente no suele tener escala para los millones, para los impuestos, para la deuda, así manejado todo en un lote, que de repente la caballerosidad de Feijóo quizá sólo sonaba a subasta de arte, petulante y ajena. Pero Feijóo seguramente estaba más preocupado por marcar un nuevo estilo, su recitativo de números, su lista de propuestas como una tabla de multiplicar, que por si esos números llegaban realmente a conmover a alguien, a los votantes o a los plumillas.

Feijóo no había venido a insultar a Sánchez, cosa que es, en realidad, otra manera de que todo siga girando alrededor del insulto. A uno le parece que esto es un triunfo de Sánchez, que ha logrado que todo parezca insulto y crispación hasta para el jefe de la oposición, que se ve en la obligación de presentarse con una cuadrícula de números como si fuera un bateador. El insulto no es lo contrario de la idea, ni el número es lo contrario del insulto, pero ya digo que se trataba de distinguirse en un estilo, este estilo de padre con facturas y con las cosas de comer de ese día, que parecía que Feijóo quería poner sus propuestas en la mesa del Consejo de ministros con la urgencia del hambre de dos huevos fritos o de los garbanzos de Fraga. Se puede pensar que Feijóo ha renunciado a cualquier batalla conceptual, a cualquier reproche basado en la idea, y que sólo le queda eso, el número y la barra de pan de a millón. Pero no, en realidad Feijóo empieza con el número y luego remata con la retranca. Y yo creo que ése va a ser su estilo.

Yo diría que el cara a cara no fue espectacular ni decepcionante mi mortal, sólo significativo. Hemos visto que Sánchez sigue siendo Sánchez y que Feijóo no va a usar la seriedad para aburrir, sino para horadar

Feijóo parece que ha encontrado un camino intermedio entre las frías cuentas de ditero o de enterrador y los demonios que se llevaban a Casado o a Rivera, que tampoco le parecían a uno tantos demonios, sólo verdades en voz alta que escandalizaban a los que preferían el crimen susurrante y privado. Pero ya digo que Feijóo, aun con su nuevo estilo, ha comprado lo de la crispación, lo del insulto, como una especie de fuente alrededor de la que se baila el minué de la política parlamentaria. Feijóo ha decidido usar, mejor, unos latigazos de retranca y de realidad que él coloca detrás de los números y de los garbanzos, con lo que parecen algo secundario pero consecuente, retórico pero material. Cosas como “a insultos siempre me ganará usted”, “gobernar no es resistir”, “podría dejar de estar a la altura de las minorías y no de las mayorías” o “olvídese del efecto Feijóo y céntrese en el efecto inflación”, no parecían ya meras embestidas sino una especie de corolario poético que salía de esos números y garbanzos de antes y de las respuestas engreídas de Sánchez.

Sánchez, por su parte, no puede evitar ser Sánchez, que es su único saber y su única posibilidad, y volvió a acusar al PP de “estorbar, estorbar y estorbar”, así tres veces, repetido o atrancado, con énfasis y cansinismo de latiguillo de madre. A los números y garbanzos de Feijóo contraponía el CGPJ o el aleteo lejano y membranoso de Vox, o sea que sigue tirando de repertorio, como un Luis Miguel un poco acabado ya. Aún no tiene una táctica contra Feijóo, es como si siguiera discutiendo con el padre de Casado sobre Casado, o con el hijo de Rajoy sobre Rajoy. Pero quizá Sánchez no pueda cambiar de táctica. Quiero decir que ir a los números aburridos y a la mesa con el huevo frito sería irse al terreno de Feijóo, cuando Sánchez se maneja mejor con los sueños, los sentimientos, las abstracciones, las generalizaciones y los reproches. Quizá, por eso mismo, el estilo de Feijóo puede funcionar.

El Senado, que parece una oficina del catastro recién fregada, esperaba un duelo épico, cosa que no pega en el catastro. Yo diría que el cara a cara no fue espectacular ni decepcionante mi mortal, sólo significativo. Hemos visto que Sánchez sigue siendo Sánchez y que Feijóo no va a usar la seriedad para aburrir, sino para horadar. Lo mismo un día, entre garbanzadas y retranca, incluso se atreve con la ideología. Puede que Sánchez, entonces, ni se acuerde ya de la crispación, desactivado o adormecido de números y de caballerosidad de chimenea, confortable y malévola.

El Senado tenía algo de plaza de toros desmontable esperando el primer cara a cara de Sánchez y Feijóo. Era como un duelo llevado artificialmente a una colina o a una pagoda, lejos del familiar escenario del Congreso, al que vemos ya como un café con sus muebles y sus riñas de café. El Senado es feo, es como un tanatorio, y además Sánchez siempre parece que va allí a dar el pésame, apresurada y envaradamente, antes de volver a su Moncloa a quitarse la peste pegajosa a crisantemo de pueblo. Feijóo también parecía un invitado a galletas de velatorio, es lo que tienen estos raudos descabezamientos de partido, que dejan al nuevo líder de convidado en el entierro ajeno, en su propia fiesta y hasta en su primer combate por la vida. No hay que esperar mucho de los primeros enfrentamientos ni de los primeros encamamientos, pero al menos pudimos ver que Feijóo va a ser tranquilo y letal, y que, frente al nuevo adversario, Sánchez no va usar otra táctica que seguir siendo él, con flor o lágrima de guapo.

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