Adriana Lastra ya tiene planes para el lunes tras las elecciones andaluzas, ese día que será como de resaca de torrijas de Juan Marín, grandes, pesadas y chorreantes como babuchas mojadas, y que él enseña como si fuera la abuela de Caperucita. Los políticos van haciendo sus planes pequeños e íntimos, por si se quedan sin Junta, sin esperanza, sin partido o sin vicepresidencia tanqueta. Esta campaña, al final, ha estado llena de cosas pequeñas e íntimas, esas torrijas de Marín como en su cestita de Yogui, o esas masturbaciones de cosquillitas de Teresa Rodríguez, opuestas a esas otras masturbaciones de pecado mortal, ceguera de legañas y tío con gabardina que se imagina Macarena Olona, que habla como un cura de Agustín González. Este lunes, lo mismo alguno vuelve a sus fogones o a la etiqueta de aceite de oliva de la que salió. Adriana Lastra, que es a lo que iba, lo que tiene planeado el lunes es salir a la calle, montarla en la calle, porque una cosa es la democracia y otra permitir que el PSOE acabe friendo monas en Andalucía.
La democracia es una cosa, pero que pierda el PSOE, por ahí ellos (ellas) no van a pasar, al menos sin presentar batalla
A Adriana Lastra la echa uno de menos en el Congreso, porque entre tanta falacia modosita y tanta chulería de atomizador ella era allí la falacia iracunda y la chulería encuerada, sin ningún complejo. Quedan muy pocos políticos así de puros, que son como los boxeadores chatos o las enfermeras bordes, un icono además de una profesión. El problema del PSOE es Pedro Sánchez, pero el presidente ya ni siquiera puede repartir dinero como él creía, cuando volvió de Europa como un torero que vuelve de la gira americana, rico de oro y gallináceas igual que un adelantado de los Reyes Católicos. A Sánchez ya no le compran el beso firmado, ni la telenovela turca de su colchón, y aquel dinero ya nadie sabe dónde fue o dónde irá, que parece desaparecido como la credibilidad del presidente. Lo que queda es repartir miedo, y es aquí donde interviene Lastra con jeringa y guante de látex.
En la Andalucía modosita de Moreno Bonilla, ni chicha ni limoná, ni éxito ni fracaso, suena Lastra con ese ruido pavoroso de los carritos de hospital y las puertas entreabiertas. Lastra es magnífica porque no suena tanto a espuela del malo como a electroshock por nuestro bien. Sí, Juan Espadas puede parecer un cortador de jamón de Sánchez y, además, un socialista andaluz de toda la vida, hasta con consejería de segunda en gobiernos de Chaves y Griñán; ese personaje agradecido, discreto, mediocre y confortable que daba tanto el cortijo socialista, o sea el del político guardacasas. Pero es que los derechos de la mujer están en riesgo con la derecha, gritaba Lastra el otro día, perfilada en rojo como en una espantosa urgencia de ambulancia o de incendio.
Lastra usa la versión feminista de que va a volver el obrero con alpargatas, o sea que va a volver el hombre del coñac Soberano o algo así. Luego, claro, uno mira a Moreno Bonilla y a Juan Marín, que tampoco es que parezca que vienen de marcar ganado (creo que esto es un chiste de Friends) y la cosa se desinfla bastante. La derecha ya ha gobernado en Andalucía y no han vuelto el señorito, el pater familias ni esas fuerzas vivas con cura, boticario y botijo con anís en la mesa camilla. En realidad sólo Macarena Olona podría dar ese tipo gaucho, claro que sería mujer Soberano en todo caso, que lo mismo a ella le sigue pareciendo una cosa muy andaluza, muy de Romero de Torres o muy de Bertín Osborne. Vox, con su miedo al moro, a la suegra y a las pajillas, es lo único que le queda a Lastra, lo único que le queda a Sánchez. Si no fuera por Vox, ahora sólo tendrían enfrente el peligro de la torrija.
Adriana Lastra nos advierte del peligro de la derecha o del peligro de la torrija, que no es ninguna tontería, que por algo recordaba también en su mitin que “hace cuatro años, cuando se supo el resultado electoral, hubo una convulsión en Andalucía”. Y tanto que hubo una convulsión, como que veían caer a la gente de los sillones igual que de las azoteas. Pero la convulsión no era en Andalucía, era sólo en el PSOE y en su parentela, aunque ellos siempre lo han confundido. Y siguió Lastra: “Me emocionaba ver a las mujeres salir por cientos a las calles a decirle a la derecha que no iban a permitir un paso atrás”. “Hay que votar en masa al PSOE, para no tener que salir el lunes”, remataba.
La democracia es una cosa, pero que pierda el PSOE, por ahí ellos (ellas) no van a pasar, al menos sin presentar batalla. A lo mejor duele o queda feo, como una inyección en la barriga o una lavativa, pero el PSOE tendría que salir a la calle, así, convulsionando y convulsionante, revolucionario o incendiario, sedicioso o golpista incluso, aunque todo por nuestro bien. O por el suyo, que más duele caer de los sillones. Lo que tienen enfrente Lastra y Sánchez sólo es el peligro de la torrija. Macarena Olona, cascabelera y puritana, a quien las pajas adolescentes hacen llorar como a san Luis (lo decía el cura de Amarcord), está más cerca de volver a su caja de cerillas antigua que de llegar a su vicepresidencia de sidecar germanoide. Incluso fantaseando (lo digo más por Lastra que por la derecha) con que vuelvan al poder los curas con hostias de mano abierta y enharinada, como bizcotelas, y las monjas con bigote de sargento, el PSOE siempre podría desactivar a Olona apoyando a Moreno Bonilla, que no es hombre de Soberano sino de torrija con moscatelito, como la tía abuela. Si no lo apoyan, claro, es porque tienen otros planes. Los políticos se hacen sus cuentas, sus tilas o sus maletas, también Sánchez, especialista en apocalipsis. Pero de todos los planes para el lunes, yo diría que el de Lastra, o sea calle y recargar lavativa, es el más seguro.
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