Pedro Sánchez se ha hecho el encontradizo con Obama, que es como hacerse el encontradizo con Brad Pitt, o sea algo imposible. Sánchez se dedica últimamente a coleccionar estampitas, a cazar reliquias o a robar auras, entre el fetichismo, la superstición y el hambre, un poco vieja de ermita, un poco vampiro energético, un poco fan de pop coreano y un poco fan de los zapatos de tacón. Primero se quiso rozar con el papa Francisco, a través de ese ministro trotaconventos que es Félix Bolaños, un roce algo confuso o enfermizo, como quien se roza por el antiguo traje de novia de la novia de Dios. Ahora se ha querido rozar por Obama, que es como rozarse por un águila de sable explayada. Del papa, según Bolaños, se llevó la bondad igual que una sandalia de esparto. De Obama se habrá llevado un trozo de grandeza como un rizo de ángel o de musa pastoril. Con todo eso, luego, supongo que Sánchez hace pócimas o disfraces que le convierten en líder mundial, estadista histórico, santo de perejil o siquiera presidente un poco más.

Sánchez sube hasta las oficinas sindicales del Cielo, como un cura rojo, o se mete en las limusinas del Imperio, como una estríper de Las Vegas, para buscar una gracia, una presencia o un prestigio siquiera de resol. No es el hecho de hacer diplomacia o fotocol, sino la desesperación que pone Sánchez en esto, como si persiguiera a Obama para tirarle el sujetador y al papa para que lo case con su prima. En Málaga, donde Obama hacía sus cosas de expresidente del mundo, que son cosas de infanta o de Bill Gates, Sánchez preparó como un cuidadoso cerco para atunes para forzar un encuentro que no estaba previsto ni vislumbrado. Pero de algún modo Sánchez se tenía que acercar a aquella conjunción zapateril, recuerden lo de Leire Pajín. Era un encuentro más astrológico que astronómico y más modisto que político, con una importancia equivalente a llevar la braga roja y el zapato achampanado en Nochevieja. Es como si Sánchez le prestara más atención al horóscopo del amor que a la gobernanza del país, pero es que es justamente así.

Sánchez se perfumó para Obama, persiguió a Obama, ensofó a Obama y se fue luego bañado de Obama como el amante que se va bañado de luz de luna

Sánchez, que parecía haber viajado por desiertos y oráculos hasta la conjunción con Obama, como un pastorcillo hasta la estrella de Belén, movió aviones como pirámides, movió gente como cursos de ríos, movió planetas como biombos, todo para plantarse ante Obama y que lo saludara con su cosa de presidente bateador (todos los presidentes americanos saludan como bateadores). Encuentro “improvisado”, dijeron después, como esos amantes también improvisados que por casualidad esperaban con batín de seda, vino de azucarar saxofones y jazz de descorchar bragas. Sánchez es un picaflor de esos 30 segundos de gloria, de segundonería, de precocidad y de farde. Con Biden también le pasó eso, que lo estuvo acosando y bailando como a una moza de la verbena para medio minuto de paseo y de desprecio y toda una vida ya de fantasía y pavoneo. Sánchez es ese picaflorismo de los 30 segundos, ese don Juan de ascensor, ese amante de anuncio de colonia de Reyes, el travoltín de trampolín y kiss and tell del postureo diplomático. Luego no hace ni diplomacia ni política ni amistad ni ligue, pero va haciendo fama, que es lo que importa.

Sánchez le preparó a Obama un como cerco para atunes y luego, en los sillones blancos del evento, que recordaban a los de la Moncloa, sitio siempre nupcial, parecía que iba a morderle al expresidente americano el cuello palpitante, como a una doncella vampirizable. Sánchez, por supuesto, trató con Obama en un rato todos los grandes temas del mundo, de la vida y del futuro, o sea como en las barbacoas familiares, que son como cónclaves florentinos bajo cúpulas de ladrillo rojo. Pero la conversación no importa, importa cómo los grandes se tratan con los grandes, que la grandeza es compadreo, entre políticos, entre aristócratas o entre poetas de mocos alejandrinos como columnas salomónicas. No hace falta hacer gran política, ni siquiera hacer política, que la grandeza es cuestión de contexto, un poco como el arte, que creo que algo así dijo Maurizio Cattelan. Estar sentado con Obama es ya como estar en la piscina con Obama o en la cama con Obama, se queda uno obamizado como mojado o magnetizado o preñado de Obama, y Sánchez puede pasearse ya con pesantez gloriosa de Virgen recién grávida y recién anunciada, bendito entre todos los demás. Que te hable Obama de tú a tú es como si te preñara el Espíritu Santo o Mick Jagger, o algo así debe de parecerles a estos políticos, que no es que sean supersticiosos, mitómanos o impresionables, sino que suponen supersticiosos, mitómanos e impresionables a los votantes.

Sánchez se perfumó para Obama, persiguió a Obama, ensofó a Obama y se fue luego bañado de Obama como el amante que se va bañado de luz de luna. Sánchez, como un cazatesoros esotérico o ligón, parece que últimamente sólo se dedica a conseguir amuletos, fetiches y sortilegios; sudarios de presidente, bendiciones en chanclas, astillas de gafas del Despacho Oval como astillas de madero sagrado, y algo equivalente a esa colección de raudos vellos púbicos que hacía el marqués de Leguineche, pero en político y en histórico. Sánchez se arrima al papa como para robarle la túnica sagrada y se arrima a Obama como para robarle el delta luminoso de sus billetes y valores masónicos, o al menos su poderoso y rizado mechón de arcángel. Sánchez, simplemente, no deja de buscar el raro milagro, conjuro o truco que lo haga parecer virtuoso y lo haga parecer presidente.

Pedro Sánchez se ha hecho el encontradizo con Obama, que es como hacerse el encontradizo con Brad Pitt, o sea algo imposible. Sánchez se dedica últimamente a coleccionar estampitas, a cazar reliquias o a robar auras, entre el fetichismo, la superstición y el hambre, un poco vieja de ermita, un poco vampiro energético, un poco fan de pop coreano y un poco fan de los zapatos de tacón. Primero se quiso rozar con el papa Francisco, a través de ese ministro trotaconventos que es Félix Bolaños, un roce algo confuso o enfermizo, como quien se roza por el antiguo traje de novia de la novia de Dios. Ahora se ha querido rozar por Obama, que es como rozarse por un águila de sable explayada. Del papa, según Bolaños, se llevó la bondad igual que una sandalia de esparto. De Obama se habrá llevado un trozo de grandeza como un rizo de ángel o de musa pastoril. Con todo eso, luego, supongo que Sánchez hace pócimas o disfraces que le convierten en líder mundial, estadista histórico, santo de perejil o siquiera presidente un poco más.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí