Moreno Bonilla ya no es ese como sobrino de Javier Arenas, el heredero zangolotino de ese estanquito de la derecha que parecía el PP en una Andalucía que era socialista de una manera casi geológica. Ya no es el último indio sorayista que sobrevivió por los pelos, ni el presidente modosito que llegó de carambola gracias a ese Juan Marín que ahora ya sólo es un veraneante con túper de torrijas. Moreno Bonilla ha superado a Arenas, ha superado el complejo de estanquito con banderas de los toros y mecheros de yesca de la derecha en Andalucía, y ha superado incluso a Ayuso, la de los nardos en la cadera y la muñequera de chinchetas. Moreno Bonilla, o Juanma Moreno, con poco más que hablar con una vaca petrarquista y mantener funcionando las oficinas, ha humillado al PSOE de los faraones, ha desintegrado a Ciudadanos, ha devuelto a la ultraizquierda a la marginación y ha desactivado a Vox. Su mayoría absoluta parece de otro tiempo o de otros sitios, como el trono celta de Feijóo. Moreno es un monstruo, o, claro, el monstruo es Sánchez.
En un día o quizá todo un tiempo de huida y venganza, de aprensión y calentón, de agobio y harapos, uno lo que no se cree es que el andaluz haya votado gestión. Moreno ha sido aplicado, pero no ha hecho revoluciones ni ha convertido Andalucía en California o en Finlandia, que por cierto era lo que decía Chaves que iba a hacer, empezando por la cartelería y quedándose en ella, como si fuera el Pocero. El andaluz ha perdido el miedo a la derecha, que ya no viene con señoritos como centauros y curas con colleja y método Ogino, pero tampoco ve uno a Moreno, que parece el tímido del guateque, con su serena palidez y esa paz de ánimo de no tener demasiadas expectativas; tampoco ve uno a Moreno, decía, para este destrozo.
Moreno no es mal político, pero el monstruo arrollador e imparable, el causante de todas estas explosiones de vísceras en los partidos, como en España, ha sido Sánchez
Moreno Bonilla, con su medio perfil, su media lengua y su medio capotazo, ha dejado a Juan Espadas convertido en material para que Susana Díaz haga chistes; ha dejado hecha una flamenca de lechuga a esa Macarena Olona que venía como una princesa Xena de Graná, y ha mandado a toda la ultraizquierda, de la más posmoderna a la más agropecuaria, a compartir una ruló. Lo de Cs se esperaba, pero esta masacre a manos de un Moreno Bonilla que no se ha transformado en mujer pantera como Ayuso, sino que sigue siendo el de siempre; este destrozo provocado por un PP andaluz centrado en mantener la casita arreglada y poco más; ese partido de repente elevado a la altura del PP gallego y superando a la república independiente de Ayuso; todo esto, en fin, le parece a uno mucho para decir que ha sido por la moderación, poderosísima en su sosería por lo visto, que de ser eso cierto habría conseguido mayoría absoluta Gabilondo.
Uno cree que el voto útil no era sólo para que Moreno gobernara en chanclas, ni para evitar que Olona se colara todos los días en las noticias de Canal Sur con casco de camuflaje, escopeta de patos y puro en la boca, como Telly Savalas. Si la ultraizquierda se ha hundido hasta tal punto que sus propios votantes no la encontraban entre la ensalada de papeletas y de siglas; si Vox se despeña por Despeñaperros como por Cuelgamuros; si el PSOE acaba de encontrar un sotanillo por debajo del fracaso de Susana, es porque, además, o sobre todo, la gente se ha cansado del sanchismo. El voto útil también ha sido contra el Frankenstein de Sánchez, que por supuesto incluye a Vox como fuerza de choque o como chicha de sostén.
Espadas no era un buen candidato, con su cosa de bedel llamado para barrer el susanismo, ni le ayudaron el orgullo rojales de Sánchez, ni la exaltación chavesiana de Zapatero, ni el grito de Tarzán feminista de Adriana Lastra. Olona, folclórica de esqueje, andaluza de tablao pero floja de discurso, no ha hecho buena campaña y, además, el personal ya se va dando cuenta de lo que hace Vox cuando gobierna, que es nada aparte de decir burradas y achiringuitarse todavía más que la izquierda. La ultraizquierda, divida en sectas incomprensibles o indistinguibles, ha dicho lo de siempre, entre la canción de cantautor y el arreglo floral, pero con la novedad de que ya conocíamos todo el recorrido podemita, de la esperanza al esperpento. No es que hayan estado muy finos, pero semejante sopapo a todos, y a la vez, es, sobre todo, un sopapo al sanchismo.
El PSOE insistirá en que no se pueden extrapolar los resultados, cuando yo creo que el andaluz ha salido de su casa hoy con la sombrilla y la maquinita de extrapolar, precisamente, como si fuera el mechero. Quizá, a la vez, vuelvan a pensar en llamar a Susana, en su tercera o cuarta vida, como una mala de Viernes 13 o como el mismo Sánchez. Pero el fracaso es de Sánchez, todo lo que ha tocado lo ha vuelto una marca indeseable y tóxica. A su propio partido lo ha convertido en jardincito de sus rosas de galán, a la izquierda alternativa la ha quemado como socio, y, de tanto mentar a la ultraderecha, la gente ya piensa que la ultraderecha era también su socio, su infiltrado. Sánchez, por supuesto, intentará resistir. Cambiará ministros que ya son intercambiables e indistinguibles, como su izquierda colchonera, y aún aguantaremos mucho a ese Sánchez zombi, entre estertores bailones y ochenteros. Su única posibilidad sigue siendo Yolanda Díaz, que le haga otra muleta u otro colchón, bien desde su nueva neoizquierda, tan parecida a las otras, o bien desde el propio PSOE. Moreno no es mal político, pero el monstruo arrollador e imparable, el causante de todas estas explosiones de vísceras en los partidos, como en España, ha sido Sánchez. Lo llaman cambio de ciclo, pero es casquería. Y aún veremos más.
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