Los barones socialistas humean detrás de sus torreones de azur y sus encinas heráldicas y empiezan a renegar de Sánchez, al que ya no ven como líder sino como gafe. “Que no venga por aquí”, ha confesado alguno a este periódico, y uno se lo imagina como un viejo capitán de barco prohibiendo subir a bordo flores, ataúdes, paraguas o conejos, que dan mal fario en la mar. Mientras Sánchez convertía la Moncloa en un castillo de cumpleaños y al PSOE en una franquicia con su cara de coronel del pollo frito estampada, era en las autonomías donde se guardaba ese otro socialismo de pan, queso y padrenuestro, a veces tan rancio como la derechona, pero que no tiene nada que ver con ese estilo discotequero de Sánchez, que no respeta nada con tal de ligar. Aun con pullas y reparos, los orgullosos barones de cayado y cabezudo han soportado a Sánchez cuando ganaba, pero ahora el PP le saca en Andalucía números que parecen de cuando Felipe González enamoraba con su labia de clavel reventón. El castillito de Sánchez empieza a ser inasumible para el PSOE.
Sánchez ha sido capaz de destruir el socialismo andaluz, el más poderoso y soberbio, impermeable a Madrid y a sus propios presidentes o santones (el único sitio donde no entró el zapaterismo fue Andalucía). Andalucía no sólo era, como se decía con la boca enharinada, el granero de votos socialista, sino la máquina perfecta del socialismo, la Arcadia del socialismo que el resto sólo soñaba con imitar en su simplicidad y efectividad clásicas. Javier Arenas llegó a ganar las elecciones, pero eso no servía para nada porque la máquina perfecta, el perpetuum mobile, agrupaba las izquierdas y el PSOE seguía gobernando. Década tras década, con el PSOE o el PP en la Moncloa, las elecciones andaluzas eran como meras fiestas de la vendimia y el PSOE lo controlaba todo en una cadena de poder que iba sin discontinuidad de la presidencia de la Junta a los coros de amas de casa. El PP sólo podía gobernar con una mayoría absoluta, cosa que en aquellos tiempos hacía reír al chapoteante y hegemónico PSOE. Pues bien, ahí está la mayoría absoluta, y en la era del multipartidismo. Parece un milagro y seguramente lo es: el milagro de Sánchez.
Sánchez está acabando con su propio partido, está acabando con toda la izquierda en la que apoyarse, o simplemente está acabando con la política
A los barones del PSOE, que nunca llegaron al trono de nenúfar de Chaves ni al trono de barquichuela rociera de Susana, les tiemblan el gañote y los calzones al mirar la Andalucía que ha quedado tras este 19-J. Ahora el PP gana hasta en los feudos cretomicénicos e intocables del socialismo, como Dos Hermanas, y en todas las provincias, incluida Sevilla, que es como si la Macarena ganara en Triana. Y no hay que olvidar que es un PP que aún tiene a Vox a la derecha, y un PP con Moreno Bonilla al frente, que tampoco es que sea el Alejandro Magno de la política. El destrozo es total, no sólo en el PSOE sino en esa izquierda alternativa, subalterna y más o menos constante que el socialismo andaluz utilizaba a cambio de dejarle presidir ferias de la tapa y consejerías carteleras, al menos hasta que llegó Juan Marín, que se dejó utilizar por Susana gratis.
Los barones del PSOE, que nunca soñaron con ser esa cosechadora monstruosa de poder y gente que fue el partido en Andalucía, estarán pensando, además, que Andalucía ha sido el gran experimento de sanchización total de una autonomía, sin contar la excepción sociológica y democrática que es siempre Cataluña, claro. Juan Espadas fue puesto con el mando a distancia de la Moncloa, ese mando como un bastón con dedito para rascarse, con la certeza de que lo importante era vengarse de Susana, y que ya se encargaría Sánchez de ganar, también con mando a distancia, las elecciones. Pero Sánchez ya no gana con mando a distancia ni apareciéndose con holograma de Elvis. Es decir, que los barones ya se están viendo como Susana, obligados a meterse a monja de sí mismos, o como el próximo Espadas, teledirigidos hacia la irrelevancia, hacia el desastre político y quizá hacia la ruina personal.
Los barones socialistas humean y crujen en sus sillerías de colegiata porque se están dando cuenta de que Sánchez acaba con todo lo que toca, incluso el PSOE andaluz, que parecía una dinastía de faraones con abanico. Sánchez está acabando con su propio partido, está acabando con toda la izquierda en la que apoyarse, o simplemente está acabando con la política, sustituida por una bola de discoteca. Y lo peor es que el sanchismo no hace nada, sólo mandar a Lastra a que le cante al presidente una saeta gloriosa, rendida, lastimera y quizá guasona, como si fuera Martirio, ahí desde su balcón rojo pasión, rojo muerte o rojo güisquería. Sánchez está acabando con todo, sólo va a dejar derecha y barbecho, y los barones y los que no son barones creo que empiezan a pensar que ni el PSOE ni el país pueden asumir mantener el castillo y el cumpleaños de Sánchez. A los barones me los imagino como reyes godos afilando ya el reojo y el espadón, como los naipes que eran los reyes godos. O como viejos capitanes de barco pensando en pasar por la quilla o por la plancha al gafe.
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