La Fiscalía Anticorrupción ha archivado la causa de las mascarillas, la causa de Ayuso, la causa del hermanísimo enésimo en esta España que da hermanísimos igual que da conejos. Ayuso ha salido enseguida como con un pañuelo gitano, a proclamar su honra de sábana hervida y beso en el pulgar y a decir que en Madrid no hay corrupción (no tiene nada que ver, pero tocaba desahogo). A mí, la verdad, la cosa me sigue interesando más como guerra que como causa judicial, que ahí ya sólo mandan los empollones. Antes de ser causa, con su denuncia en romería y su cartapacio de boticario (la justicia parece hecha por boticarios antiguos, con su bata ceremonial y su balanza para polvitos), fue sobre todo la batalla del PP, impresionante, pavorosa e irreal como una batalla naval en mitad de Madrid. Ayuso no sé si pide ahora actos de desagravio a los denunciantes, pero es normal que la oposición denuncie, acuse y monte escándalos y romerías. Lo que no era normal era que lo hiciera el propio PP.
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