La Fiscalía Anticorrupción ha archivado la causa de las mascarillas, la causa de Ayuso, la causa del hermanísimo enésimo en esta España que da hermanísimos igual que da conejos. Ayuso ha salido enseguida como con un pañuelo gitano, a proclamar su honra de sábana hervida y beso en el pulgar y a decir que en Madrid no hay corrupción (no tiene nada que ver, pero tocaba desahogo). A mí, la verdad, la cosa me sigue interesando más como guerra que como causa judicial, que ahí ya sólo mandan los empollones. Antes de ser causa, con su denuncia en romería y su cartapacio de boticario (la justicia parece hecha por boticarios antiguos, con su bata ceremonial y su balanza para polvitos), fue sobre todo la batalla del PP, impresionante, pavorosa e irreal como una batalla naval en mitad de Madrid. Ayuso no sé si pide ahora actos de desagravio a los denunciantes, pero es normal que la oposición denuncie, acuse y monte escándalos y romerías. Lo que no era normal era que lo hiciera el propio PP.

La causa se ha quedado en un cartapacio archivado, atado con gomilla floja, subido a los altos de armarios de doble cuerpo, como esas radiografías sucesivas y un poco arqueológicas que guardan los abuelos. Es cierto que todavía queda la Fiscalía Europea, que será raro que el europeo, o lo europeo, o el español que va de europeo, vestido de raya diplomática como si se vistiera de reloj de columna, no le ponga pegas a lo español español, así que ya se verá. Pero lo que quiere uno remarcar es que esto no se pensó para que terminara en los juzgados, sino en una mesa de tres, como la brisca final de Viridiana. O sea, Casado, Egea y Ayuso, y los papeles del hermano tirados a la cara, como fotos de detective de alcoba, buscando la rendición de la presidenta madrileña. De todo lo que ha pasado después, lo menos interesante y literario es que las denuncias de la oposición se hayan quedado en la papelera o en los periódicos. Lo más interesante y literario es que aquel farol de Casado / Egea no funcionó, y por eso está ahora Sánchez montando consejos de ministros de tres pistas, con trapecistas, tragafuegos y foca.

La política no se judicializa ni más ni menos que la industria, el fútbol o la vida de Rociito

Mientras la guerra a muerte en el PP atronaba, la oposición se iba a hacer su denuncia con mucho escándalo y exageración, como una denuncia de vecinos (para eso está, a ver si Ayuso se va a poner como Sánchez, que cree que la oposición tiene que arrojarle nardos por los pasillos). La trama se dividió, pues, entre el lawfare y los navajazos que sonaban a cuchilladas de violín por Génova y por las radios, y aquí ya uno puede tener sus preferencias. El lawfare, o judicialización de la política, a uno le parece un término aciago y estúpido. La política no se judicializa ni más ni menos que la industria, la literatura, el fútbol o la vida de Rociíto, o sea que todo el mundo tiene derecho a hacer uso de la justicia y la justicia intervendrá cuando tenga que intervenir. En todo caso, que los tribunales puedan estorbar a la política me parece especialmente deseable, dada la tendencia de ciertos iluminados a situarse enseguida por encima de las leyes (recuerden siempre a Cicerón). El lawfare, o la justicia sin más palabras con dientes tenebrosos, ha terminado en archivo, de momento, pero la guerra aún sigue teniendo consecuencias, que es a lo que yo iba.

Casado y Egea se la jugaron en el farol de esa mesa a tres, farol porque no creo que vieran en el asunto mucho recorrido judicial, como parece que va a ser. El asunto judicial fue colateral, fue la primera consecuencia de que la jugada del hombre muerto no saliera bien. El muerto, o sea Ayuso, tenía que salir callado de la habitación, como todos los muertos. No tenía que haber denuncia, ni un fiscal con gafas de coser, ni un juez así como trapezoidal en una lejanía kafkiana, ni mucho menos la publicidad de todo este oscuro movimiento bajo las faldas de una mesa camilla. Pero Ayuso no salió muerta. Es más, fueron Casado y Egea los que salieron muertos, tanto que ya no podrían resucitar ni aunque llegaran unos alguaciles negros para prender a Ayuso como si fuera Mariana Pineda. La causa está archivada o podría estar viva, pero Casado está como en su Silos o en su Tíbet, Egea anda metido en las tragaperras del bitcoin como el que se consuela en el bingo, Ayuso ya es presidenta del PP madrileño, el PP arrasa incluso allí donde Felipe González era como un torero nacido en el pueblo, y a Sánchez sólo le falta repartir billetes o motos de agua por las calles.

El archivo, carpetazo, cerrojazo o cajonazo de la causa podría parecer un final vulgar para tan salvaje guerra, algo así como el final de la primera de Indiana Jones, con el arca guardada en un almacén o limbo inquietante (a mí me recuerda siempre a ese limbo o almacén de las cabinas de Antonio Mercero, que igual es el mismo). Como digo, la trama leguleya era la menos literaria y la menos sangrienta. Pero aquella guerra no ha terminado en una gaveta de fiscal como una gaveta de marino, ni ha terminado en el gregoriano de Casado ni en los ojos de dólar de Egea brillando como el Candy Crush de Celia Villalobos. Ni siquiera ha terminado en Feijóo, ni en Moreno Bonilla, que ahora hará de poli bueno mientras Ayuso hace de poli mala, toda cuero y chicle. No, aquella guerra ha empezado a terminar cuando hemos visto a Sánchez, pálido, convocar el Consejo de ministros en sábados y fiestas de guardar, y arrearlo como un coche de bomberos tirado por caballos, ardiendo ya por las crines y las ruedas. Casado y Egea nunca lo imaginaron así, ni siquiera con ellos ahí, que con seguir perdiendo les bastaba. Pero así salen las guerras, crueles, torcidas y, a veces, hasta bien.

La Fiscalía Anticorrupción ha archivado la causa de las mascarillas, la causa de Ayuso, la causa del hermanísimo enésimo en esta España que da hermanísimos igual que da conejos. Ayuso ha salido enseguida como con un pañuelo gitano, a proclamar su honra de sábana hervida y beso en el pulgar y a decir que en Madrid no hay corrupción (no tiene nada que ver, pero tocaba desahogo). A mí, la verdad, la cosa me sigue interesando más como guerra que como causa judicial, que ahí ya sólo mandan los empollones. Antes de ser causa, con su denuncia en romería y su cartapacio de boticario (la justicia parece hecha por boticarios antiguos, con su bata ceremonial y su balanza para polvitos), fue sobre todo la batalla del PP, impresionante, pavorosa e irreal como una batalla naval en mitad de Madrid. Ayuso no sé si pide ahora actos de desagravio a los denunciantes, pero es normal que la oposición denuncie, acuse y monte escándalos y romerías. Lo que no era normal era que lo hiciera el propio PP.

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