El Gobierno está de zafarrancho, Pedro Sánchez está de zafarrancho, repartiendo monedas gordas con su cara de Marco Antonio, leche en polvo para un pueblo como otra vez poliomielítico y parches para la economía como parches para los codos o para los ojos. Sánchez no deja de palear ayudas y millones, planes anticrisis sobre planes anticrisis igual que zurcidos sobre zurcidos, que siempre nos atropella uno nuevo sin que hayamos visto las bondades del anterior. Es como si Sánchez presumiera de rumboso con un banquete circular que sólo se nos hace pasar por delante, en procesión de platos, sin que podamos catarlo y cada vez con más retortijones de hambre y frío. Los economistas discutirán si las medidas son efectivas o sólo efectistas, pero a mí lo que me hace sospechar es la motivación. Quiero decir que las nuevas medidas hemos visto que no son una reacción a la crisis mundial sino a la crisis del PSOE, y por tanto el objetivo no es salvar al país sino salvar al PSOE. Cueste lo que cueste y quede España como quede, hecha un hospicio o hecha unos zorros.

La nueva crisis, o sus nuevos remedios, o sus nuevos planes, o sus nuevos millones, sólo se materializaron después del desastre de las elecciones andaluzas

La crisis que ocupa a Sánchez es la propia, o la de toda la izquierda, que en realidad la izquierda es sólo el sistema solar del PSOE, una estrella de poder orbitada por chatarra histórica y mundos gaseosos hinchados e inhabitables. Nos cuenta aquí Cristina de la Hoz, siempre con la antena bien orientada, que el PSOE anda preocupado o acojonado por la desmovilización, desmotivación o desinflamiento de la izquierda, o sea del propio PSOE y su corte meteorítica o joviana. Moreno Bonilla, con su vaca de tarrina de mantequilla y su torrija heredada, le ha dado más miedo a Sánchez que Putin con sus cosacos a pelo y sus ojivas autoeróticas, y más que todos los grifos y graneros del mundo cerrados igual que supermercados sin papel del váter. La nueva crisis, o sus nuevos remedios, o sus nuevos planes, o sus nuevos millones, sólo se materializaron después del desastre de las elecciones andaluzas, en un par de días, como una boda con bombo que se materializa en un fin de semana. O sea, con soluciones engañosas, copiadas, improvisadas, desesperadas, deslumbrantes, ahuecadas, sólo a medio hilvanar y sólo a medio santificar.

Sánchez está de zafarrancho, convoca consejos de ministros en sábados de paella o de after hours, despertando al personal con campanazos de bombero o de campamento y llevando a los ministros y al dinero, legañosos, como de pesca. Y no es porque le hayan sorprendido la inflación, la guerra, la amenaza de estancamiento o incluso de recesión, que eso ya se sabía, sino porque le ha sorprendido la derecha o derechaza, que le gana en su terreno o lo deja sin terreno y cerca su colchón de agua como se cerca un bello atolón. Sánchez está de zafarrancho, quiere meter mano en el CGPJ, en el TC y en Indra; convoca al jefe de Prisa como un arcángel radiofónico, como un senescal con trompetilla, y aún dice, arropado por toda la prensa del Movimiento (Makinavaja dixit) que su Gobierno resulta “molesto para algunos intereses económicos”. Y no es porque todo esto le ayude con los precios, con la energía o con el trigo, sino porque le ayuda con la realidad, que es su mayor enemigo.

De esa carpetita salieron medidas y millones ad hoc, como salen ahora, y ni entonces eran para Andalucía ni ahora son para España

La crisis mundial que nos llega a estos decretos ley, tras madrugones de mal estudiante y migajadas de mal político, sólo es la crisis de Sánchez, quemado a la vista de todos, día tras día, lenta y espantosamente, como su bella estatua de cera. Yo creo que el final de Sánchez tiene incluso un documento de rendición o de filiación, el de esa carpeta transparente que Yolanda Díaz enseñó por detrás de todas sus otras transparencias ideológicas y feéricas: ese documento que nos descubría que el Gobierno no se ocupaba de la gobernanza de la nación, sino de los problemas particulares de los partidos de la coalición, en este caso la desmovilización de la izquierda ante las elecciones andaluzas. A uno le parece uno de los documentos más relevantes, reveladores, descorazonadores y vergonzosos de nuestra historia democrática, que no nos dice que uno ha trincado o que otro ha abusado, sino que nos dice que el gobierno no existe, sólo existen partidos que se apropian del Estado para lo suyo. Efectivamente, de esa carpetita salieron medidas y millones ad hoc, como salen ahora, y ni entonces eran para Andalucía ni ahora son para España.

El Gobierno está de zafarrancho, Sánchez está de zafarrancho, reparte duros de señorito, gachas de pobre, trapos de parroquia, latas desecadas como si fuera un sonriente, folclórico y chocante Eisenhower mariachi. Reparte todo lo que no es suyo, que es siempre más barato, así nos deje tiritando y endeudados, que es como nos va a dejar. No es la crisis mundial la que apura al Gobierno, sino la crisis de Sánchez, y lo sabemos porque el mago de la propaganda aun nos deja confesiones en los documentos y en los hechos. La crisis de Sánchez no tiene que ver con que la izquierda se desmovilice o se quede dormida en su zócalo, ni con un PP que resulta súbitamente invencible sin más que dejar de pelearse o sin más que poner a un señor con calculadora de manivelita, o sea Feijóo, o a otro señor que va a las elecciones como a examinarse de yerno, o sea Moreno Bonilla. Tiene que ver con que Sánchez sigue siendo Sánchez y ya todos lo conocen, venga bailón, venga trágico o venga con longaniza.

El Gobierno está de zafarrancho, Pedro Sánchez está de zafarrancho, repartiendo monedas gordas con su cara de Marco Antonio, leche en polvo para un pueblo como otra vez poliomielítico y parches para la economía como parches para los codos o para los ojos. Sánchez no deja de palear ayudas y millones, planes anticrisis sobre planes anticrisis igual que zurcidos sobre zurcidos, que siempre nos atropella uno nuevo sin que hayamos visto las bondades del anterior. Es como si Sánchez presumiera de rumboso con un banquete circular que sólo se nos hace pasar por delante, en procesión de platos, sin que podamos catarlo y cada vez con más retortijones de hambre y frío. Los economistas discutirán si las medidas son efectivas o sólo efectistas, pero a mí lo que me hace sospechar es la motivación. Quiero decir que las nuevas medidas hemos visto que no son una reacción a la crisis mundial sino a la crisis del PSOE, y por tanto el objetivo no es salvar al país sino salvar al PSOE. Cueste lo que cueste y quede España como quede, hecha un hospicio o hecha unos zorros.

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