De lo que se decide en la cumbre de la OTAN nos estamos enterando poco, que sólo nos enseñan cenas con coraceros, escalinatas de encaje de bisabuela, museos con los caballos sacados de los cuadros para hacer de poncheras, y paseos por jardines esproncedianos de señoras con el sombrero volado o por volarse, como musas de pintor de estanque. Yo creo que aquí no estamos en guerra, estamos de excursión. O nuestras guerras son excursiones, de ésas con cometa, cestillo de quesos y una novia en bicicleta o en barquita, con todo el Mediterráneo helenista llegándole sólo al tobillo. La reina Letizia incluso se llevó a las damas o a los acompañantes de los prebostes atlantistas no a ver tapices, sino a ser ellos un tapiz de Goya, una gallinita ciega, un columpio galante, una caza de jabalíes de cojín. Hay una guerra y en Madrid nos preparamos para el Nuevo Orden, no digo que no, pero parece que a las grandes maquinarias de la guerra lo que les gusta, antes de armar la guerra mundial o la que toque, es montar en el tiovivo de Mary Poppins como soldados que se montan en un tiovivo.
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