De lo que se decide en la cumbre de la OTAN nos estamos enterando poco, que sólo nos enseñan cenas con coraceros, escalinatas de encaje de bisabuela, museos con los caballos sacados de los cuadros para hacer de poncheras, y paseos por jardines esproncedianos de señoras con el sombrero volado o por volarse, como musas de pintor de estanque. Yo creo que aquí no estamos en guerra, estamos de excursión. O nuestras guerras son excursiones, de ésas con cometa, cestillo de quesos y una novia en bicicleta o en barquita, con todo el Mediterráneo helenista llegándole sólo al tobillo. La reina Letizia incluso se llevó a las damas o a los acompañantes de los prebostes atlantistas no a ver tapices, sino a ser ellos un tapiz de Goya, una gallinita ciega, un columpio galante, una caza de jabalíes de cojín. Hay una guerra y en Madrid nos preparamos para el Nuevo Orden, no digo que no, pero parece que a las grandes maquinarias de la guerra lo que les gusta, antes de armar la guerra mundial o la que toque, es montar en el tiovivo de Mary Poppins como soldados que se montan en un tiovivo.
Mientras la guerra va o viene, los señores de la OTAN se miran las vitolas y las señoras se miran y se comentan las cintas del pelo y de los zapatos, así con pose de vaso griego. Yo creo que a la reina Letizia, a la que sólo le ha faltado salir con delantal y galletitas, la hemos visto más que a Biden, del que sólo queríamos ver su coche, esa bestia que es casi más submarino que tanque, porque Biden tampoco tiene mucho más que ver. Joe Biden, por cierto, llamó al Palacio Real “facility”, o sea “instalación”, seguramente porque era el único que esperaba encontrarse un hangar o una acería, y no ese Versalles de coco. Yo creo que nosotros le enseñamos a Biden el Palacio Real como si fuera el único portaviones que tenemos, incluso más que un portaviones, una especie de portaángeles. Quiero decir que todos estos minués que han precedido o tapado a la cumbre no son culpa de la OTAN, sino de España, que no tiene más ejército que el de los camareros y los funcionarios ni más poderío militar que el que sale en las pinacotecas, todavía de garrochas y percherones, y es lo que quiere enseñar.
Como no tenemos ni dinero ni poder, sólo podemos impresionar con cultura congelada, elegancia del bisabuelo y una lentísima ceremonia lo mismo para subir escaleras que para sorber la sopa
A la OTAN y a Biden no podemos impresionarlos con letalidad ni con dinero, pero sí podemos impresionarlos con muchos escalones (ser recibido por el rey Felipe VI era como ser recibido por el Dalai Lama en un Himalaya de moqueta), con mucho trono con los espejos y terciopelos en llamas (esa gloria de bombonera vacía que nos queda) o con cenas austrinas rematadas con relleno imperial aovado (el fabuloso plato aparece en las andanzas de Estebanillo González y no lo voy a explicar aquí por concisión y prudencia). La cena en el palacio no era una cena, claro, sino una procesión de antepasados por los salones y una andanada de aljófares de lado a lado de la mesa. Como no tenemos ni dinero ni poder, sólo podemos impresionar con cultura congelada, elegancia del bisabuelo y una lentísima ceremonia lo mismo para subir escaleras que para sorber la sopa. Lo que ocurre es que, estando el mundo en guerra y en calzones (esos calzones de la mili que le imaginamos a Zelenski), es inevitable que este tipo de cultura, elegancia y ceremonia resulte más bien frívolo.
Decíamos ayer que detrás de la percha de Sánchez no hay nada, y que por eso es lo contrario de Biden. Biden es un señor que llega a un palacio más grande que Versalles pensando que es una “instalación”, que aquello, al final, tiene que servir para algo, si no de hangar o almacén al menos de oficina (él está acostumbrado a que todo tenga algo detrás). Pero nosotros, o España, o Sánchez, cogemos a los señores y señoras de la OTAN y los metemos en un palacio, en un plato sopero o en un museo, que son cosas todas con profundidad de espejo, justo porque no hay nada más detrás de eso. Al menos, nada que le interese a la OTAN. En todas las cumbres habrá cenas, etiquetas y hasta señoras haciéndose por los jardines fotos como con caniche, aun sin caniche. La diferencia es que, en esta nuestra, apenas hemos visto nada más que cenas, etiqueta y caniches enredados en los tronos como en alhajas.
De esta cumbre saldrá el Nuevo Orden, o saldrá un recuerdo de Toledo para guiris, o saldrá el primer príncipe que ve en la vida una señora de Detroit, o saldrá el crush de una primera dama con una tienda de alpargatas. No es que estemos de excursión cuando el mundo se va a pique, ni que les demos a los soldados la última cena y el último beso. Lo que pasa es que algo había que vender aquí, y ya que no podíamos vender influencias, geopolítica ni portaviones, hemos vendido cotilleo del Hola, que toda esta cumbre lo que ha parecido ha sido un fin de semana de Pitita. En la cumbre se decidirá lo que se decida, pero la Segunda Guerra Fría, ahora mismo, parece sólo un consomé servido por el chef José Andrés en sopera de caza, sopera de Goya, sopera de Victoria Eugenia o algo así.
De lo que se decide en la cumbre de la OTAN nos estamos enterando poco, que sólo nos enseñan cenas con coraceros, escalinatas de encaje de bisabuela, museos con los caballos sacados de los cuadros para hacer de poncheras, y paseos por jardines esproncedianos de señoras con el sombrero volado o por volarse, como musas de pintor de estanque. Yo creo que aquí no estamos en guerra, estamos de excursión. O nuestras guerras son excursiones, de ésas con cometa, cestillo de quesos y una novia en bicicleta o en barquita, con todo el Mediterráneo helenista llegándole sólo al tobillo. La reina Letizia incluso se llevó a las damas o a los acompañantes de los prebostes atlantistas no a ver tapices, sino a ser ellos un tapiz de Goya, una gallinita ciega, un columpio galante, una caza de jabalíes de cojín. Hay una guerra y en Madrid nos preparamos para el Nuevo Orden, no digo que no, pero parece que a las grandes maquinarias de la guerra lo que les gusta, antes de armar la guerra mundial o la que toque, es montar en el tiovivo de Mary Poppins como soldados que se montan en un tiovivo.
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