Al final, la OTAN, yendo al Prado como a las carreras de caballos de sus cuadros, va a conseguir más que Putin montando osos o tanques a pelo. Putin quería recuperar el viejo imperio ruso, grande como la nieve, una cosa que decidió solo, locamente, en pijama de emperador, ante la bola del mundo de un huevo pasado por agua. Occidente, en cambio, quizá sólo necesitaba volverse a encontrar en los palacios y en los museos, allí donde acabaron ya todas las guerras y se guardó todo el bronce cañonero en los cajones; quizá sólo tenía que contemplar cómo un día fueron igual reyes enemigos que repúblicas inspiradas unas a otras, para recordar la tarea común. Es lo que no tiene Putin, tarea común con nadie, sólo el capricho de un huevo pasado por agua o de una naranja china en una soledad de inmensas camas de hielo. Sánchez, por su parte, sólo quería presumir, por supuesto, enseñando los cuadros de los Borbones como si fueran su familia, igual que enseña los cuadros de la Moncloa como si fueran de su sobrinito. Pero puede que al final no haya salido mal el farde.
Europa se fundó en la tarea común, fuera Roma, fueran las catedrales, fueran las revoluciones o fueran, claro, las guerras. Pero Putin no tiene nada parecido
España tiene poco que aportar a la OTAN, ya lo decíamos ayer, pero es como una Grecia gitana de memoria y arte en Europa. Sánchez seguro que pensaba en sus excursiones de hacer amigos, con Madrid más como una piscina de bolas que como un safari de mármol, pero todas esas actividades de damas pastel y de señores de esgrima con el cubierto iban haciendo alianza y Occidente mientras Sánchez y Begoña jugaban a Downton Abbey. Pasando por los espejos del Palacio Real algo así como las alas alegóricas de las naciones, cenando a la espalda de reyes belfones, de gráciles anunciaciones, de mitologías enroscadas; escuchando el coro de los esclavos de Nabucco (a mí no es que me guste mucho Verdi, que es un compositor de organillo, pero ahí supo hacer patria incluso en Babilonia), y hasta dejando que alguna Gracia de Rubens bajara a que Biden le rodeara la cintura como a una enfermerita; así, en fin, la gran historia iba pasando por los políticos pequeños y los bellos escudos iban pasando por las guerras feas, o sea se iba haciendo conciencia y tarea común.
Europa se fundó en la tarea común, fuera Roma, fueran las catedrales, fueran las revoluciones o fueran, claro, las guerras. Pero Putin no tiene nada parecido, su Rusia mitológica, que llega así como a las nieves de los mamuts, no deja de ser una gran cueva de tribu. Putin sólo tiene el imperio de su persona y de todos esos rusos que parecen copiados de él, como pinturas de Van Eyck (algún chistoso que no recuerdo dijo una vez que todos los que pintaba Van Eyck, incluso las mujeres, se parecen a Putin). La Gran Rusia es un sueño medieval de un personaje medieval con cerrojos medievales y escrófula medieval, y diría que la historia ya no ayuda a esta gente con el medievo en la cabeza como una tiara y el imperio en el huevo como una hernia (como les pasa a los indepes).
Hay quien clama que Rusia también es Occidente, cómo no van a serlo Dostoyevski, Shostakóvich o Kandinski… Quizá pudo serlo, pero no lo es, y es así precisamente porque no hay esa huella de tarea común, sólo su empeño histórico en extender su alfombra particular de Europa a Asia. Sobre todo, no hay huella de una tarea común especialmente significativa en Occidente: el pensamiento, las confluencias y hasta los errores que llevaron a la democracia liberal. Ni la Gran Rusia ni la de verdad conocen la democracia liberal, pasaron del feudalismo a la dictadura comunista y luego a ese invento del estado mafioso, entre negocio y secta. Pero, sobre todo, es el mismo Putin el que habla de Occidente como el enemigo, el Otro, y lo declara débil y decadente mientras él baila con un oso, o se masajea las tetas con nieve, o masacra países por la gloria del huevo pasado por agua o del huevo herniado, u otras cosas igual de prometedoras para la civilización humana.
Mientras Putin sigue desayunando el huevito bulboso de su imperio soñado o el sebo de caballo de los salvajes de la guerra, Europa se une, la OTAN se fortalece y se amplía, y los líderes atlantistas se reencuentran en los palacios y museos de Madrid, que no son balnearios de estatuas sino un lugar vivísimo donde pueden ver los reyes que odiaron, los oros que perdieron, los imperios que combatieron, los lujos que envidiaron, y aun así, o por eso mismo, reconocerse. Pedro Sánchez enseñaba Las Meninas como si fuera la piscina del chalé y Begoña Gómez hacía como de Cleopatra de Porcelanosa, pero lo que fue planeado como una excursión, ahora que lo pienso, pudo haber servido como invocación. Era Occidente contra un emperador solitario con huevito traslúcido y felpudo de oso, era el Prado contra Putin.
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