Felipe González y Alfonso Guerra, que ya estaban enrollados para secarse, enterrarse u olvidarse, como cigarros, momias o pergaminos, están teniendo una segunda vida con Pedro Sánchez. Sánchez les ha vivificado, les ha desenterrado con su gran vocación de desenterrador, y ya no son jarrones chinos en los salones, que decía González, ni son ficus amarillos en las poltronas de las eléctricas, cobrando por hacer la fotosíntesis a través de sus ojales de viejo o algo así, supone uno. Sánchez está dándoles una segunda vida a los ex y a los muertos, que hasta los ex y los muertos, con su escueta sabiduría expresada en filas de runas y de hormigas, parecen mejores políticos que él. González y Guerra podían salir antes como reliquia, extravagancia o curiosidad, como se saca a veces una tartana o un coche de los de bocina con perilla, pero ahora se les pide la opinión política como opinión docta o casi opinión de emergencia, se les piden explicaciones y remedios para lo que está haciendo Sánchez con España y con el PSOE. Es como si ya sólo quedara recurrir a los brujos, descartadas la lógica y la ciencia.
Felipe González y Alfonso Guerra parecen ya hombres tortuga, hombres libro de Ray Bradbury o ancianos de La fuga de Logan, hasta tal punto han llegado la infantilización, la ludificación o el vaciamiento de la política alrededor del sanchismo. Hay morbo cuando a González o a Guerra, que inventaron el socialismo, la partitocracia y casi España, se les pregunta por Pedro Sánchez, porque lo tratan como si hubiera llegado a presidente Shin-chan. González bromeaba el otro día con eso que ahora le digan que se ha hecho de derechas, y remataba: “Lo que no he sido nunca es una izquierda funcional a la derecha”, o sea útil a la derecha. En realidad, es una izquierda útil más bien a una persona. González y Guerra, que inventaron la derechona y el dóberman, claro que no se han hecho de derechas, es que Sánchez ya no es izquierda, ni es PSOE, ni es un programa ni es un proyecto, no es nada salvo él mismo flotando en la barcarola de su colchón.
Lo que ha cambiado es que estos viejos padres fundadores aún tenían ideología, convicciones objetivos...
No han cambiado los partidos, que siguen siendo piramidales y morrocotudos, y tampoco han cambiado tanto los métodos (Guerra niega haber dicho eso de “Montesquieu ha muerto”, pero el felipismo inventó la caza de jueces para quitarles las alas de mosca, igual que inventó lo de meter el partido en cada saloncito de las instituciones y del poder, de la banca al patio de vecinos). Lo que ha cambiado es que estos viejos padres fundadores aún tenían ideología, convicciones, objetivos, un mapa de gobierno o de país, más o menos enturbiado por errores y abusos, eso sí. El PSOE pasó del marxismo al pragmatismo y de la pana a la gominilla del pelotazo, pero las leyes aún eran leyes, no se iba por ahí diciendo que las turbas o los sentimientos están por encima de ellas, como los socios de Sánchez, eso que González llama “selva”. Ni se pactaba con Bildu que la democracia tuviera de repente a las herriko tabernas como templo de la memoria (que “la memoria se convierta en desmemoria”, como advertía González).
Alfonso Guerra, el viejo zorro amigo y enemigo, el factótum detrás del fenómeno fan de Felipe, que era un Felipe de la zarzuela La revoltosa o así, también definía la coalición como una cosa “surrealista” en la que hay “un Gobierno contra su propio Gobierno”, y hasta veía al PP ofreciendo más estabilidad que el PSOE. También calificaba de “bluf” a Yolanda Díaz, cosa que uno ve una opinión muy de izquierdas en realidad. Quiero decir que a uno le parece que en eso del bluf hubieran estado de acuerdo igual Carrillo que Anguita, al que me imagino espantando o explotando a papirotazos de “programa, programa” todas las maripositas o globos de palabras de Yolanda. Yolanda no tiene programa (se lo tienen aún que susurrar los pajarillos, las fuentes y los deshollinadores de su musical), ni tiene rumbo, sólo su nombre y su carroza, o sea que es el perfecto reflejo de Sánchez al otro lado de la izquierda. El bluf de Yolanda es el mismo del sanchismo, y es lo que venía a decir Guerra cruel y tranquilamente, ya como un sabio de taberna más que de biblioteca.
Felipe González y Alfonso Guerra parecen viejas estrellas de Cinemascope con la calza y la muñeca flojas, de las que sólo aparecen en festivales y homenajes para recoger el trofeo de su propia ceniza o de su propio pañal. Pero Sánchez, el advenedizo sin ideología, sin programa, sin escrúpulos, sin palabra, los ha convertido de nuevo en referencia, en cátedra, en moda, en héroes vintage, como héroes del rock contra una política reguetonera. No ocurre como con Zapatero, a quien yo creo que preguntan para reírse de él, como hacía Cárdenas con Carlos Jesús. Es más bien como si en el PSOE, arrasado por Sánchez, ya no quedara nadie a quien recurrir para las grandes preguntas, salvo los últimos brujos, ellos dos, y quizá algún barón cabañuelista.
Felipe y Guerra no vienen contando anécdotas ni batallitas, sino recordando los rudimentos de este sistema que ya parece que hemos olvidado como hacer fuego con palitroques. Ni siquiera el PSOE de Felipe podía permitirse ser sólo Felipe diciendo una cosa y la contraria sin más que mantener el deje y los morritos. En realidad no ganaba Felipe, ganaban “las cuatro letras”, que decía el propio Guerra. Ahora, esas cuatro letras son sólo un monograma del guante de guantera de Sánchez, y de ese robo del partido y de su tradición, robo antiguo como el de una diligencia, quizá sólo se pueden dar cuenta los más viejos.
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