La democracia británica ha dejado este histórico 7 de julio algunas lecciones extraordinariamente valiosas. La primera de ellas, la fundamental, es que la mentira en política, como en la vida en general, es inadmisible. Mostrarte ante las Cámaras Legislativas, ante tus correligionarios, y ante el conjunto de la ciudadanía como un líder que no ofrece fiabilidad no es, ni mucho menos, recomendable. Y se acaba pagando caro tarde o temprano. La mentira tiene las patas muy cortas y cuando se descubre coloca al líder inmediatamente fuera del tablero de juego. Si el mandatario no se aviene a razones, se encastilla en su posición y se aferra a su cargo es su propio sanedrín el que debe marcarle la salida.
Westminster ha sido implacable con Boris Johnson. Ni sus ministros ni los notables de su partido mantienen la confianza en él y no le han dejado otra alternativa que la de retirarse. Tras más de 50 dimisiones en el Gobierno en tan solo tres días, el primer ministro ha comparecido para anunciar que el proceso para elegir un nuevo líder "debe comenzar ahora". La hoja de ruta de este proceso se conocerá a lo largo de la próxima semana, mientras tanto, se trabaja ya en la designación de un nuevo gabinete provisional que gestione el ejecutivo hasta la entronización de un nuevo líder.
En su despedida Johnson sólo dijo una verdad: que estaba triste por dejar 'el mejor trabajo del mundo'
La comparecencia pública de Boris Johnson ante decenas de periodistas y retransmitida al mundo entero frente al 10 de Downing Street no ha sido precisamente un ejemplo brillante de retórica política. Tras casi siete minutos de perorata, Johnson se limitó a glosar sus éxitos y no reconocía un solo error. Lejos de ello insistió, una vez más, en que su histórica mayoría absoluta en las elecciones de diciembre de 2019 le daba un claro mandato para seguir al frente del timón. El excéntrico líder se ha reconocido "orgulloso" del acuerdo con la Unión Europea (UE) acerca del Brexit, de su gestión de la pandemia y del apoyo a Ucrania desde la invasión rusa. Boris Johnson se planteó convocar elecciones anticipadas, pero el ultimátum lanzado desde sus propias filas no hacía esta opción precisamente lo más aconsejable. Los suyos, a pesar de darle la espalda, le han brindado la oportunidad de salir de forma airosa para no someterse a la humillación de pasar por una nueva moción de confianza en la que muy pocos le habrían respaldado.
En su corto discurso, que más bien ha sido un monumento al despropósito político que una pieza oratoria digna de ser recordada, Boris Johnson sólo dijo una verdad: lo triste que está por tener que abandonar lo que ha calificado como "el mejor trabajo del mundo". No dudamos que debe serlo porque, a pesar de la enorme responsabilidad que soportan los dirigentes políticos, muy pocos se van de la poltrona de buen grado.
Las últimas horas previas a este anuncio que a nadie sorprendió, convirtieron en insostenible la situación del que ha sido premier británico durante casi tres años. Sus mentiras acerca del responsable de disciplina de su formación, Chris Pincher, fueron la gota que colmó el vaso. Un tipo al que llamaban 'El tocón' o 'El manoseador', al que lejos de apartar, respaldó y ascendió.
Bruselas respira aliviada
En los cuarteles generales de la Unión Europea no se han hecho comentarios, aunque es de suponer que los responsables de la Comisión y del Consejo han respirado aliviados. Boris Johnson se había convertido en una pesadilla en Bruselas por su activismo 'antiBrexit'. Es curioso porque la capital belga es un territorio familiar para un Johnson: por su condición de hijo de un funcionario comunitario residió allí desde los 9 años y trabajó allí otros cinco como corresponsal -hay que recordar que él es periodista de formación- del prestigioso Daily Mail.
Su vida laboral desde sus inicios fue algo accidentada, presagiando ya su atípica carrera política. Ya como redactor de The Times fue despedido por inventarse una cita. Años después, se rehizo y llegó a convertirse en el periodista favorito de Margaret Thatcher tras firmar un célebre artículo acerca del 'Plan Delors'. Fueron años en los que el joven Boris se fue forjando un personaje como azote de la burocracia europea. Mentiroso compulsivo desde el principio hasta el final.
En política nadie es imprescindible"
"Sin comentarios", han expresado como única respuesta los portavoces comunitarios preguntados por el anuncio de la marcha de Boris Johnson.
Como ya ocurrió con la caída de Theresa May, la renuncia del premier no desencadena elecciones generales de manera inmediata. Boris Johnson dimite como líder de los 'tories' pero seguirá siendo primer ministro hasta después del verano, cuando sus conmilitones elijan a un nuevo líder que, de manera automática, se convertirá en el nuevo primer ministro. El problema es que, en el momento presente, los conservadores no tienen una alternativa clara de liderazgo. Rishi Sunak, ex ministro del Tesoro, era uno de los claros favoritos pero tras verse salpicado por varios escándalos -el último de ellos el de un presunto trato fiscal favorable a su esposa- su estrella se ha apagado casi por completo.
¿Podríamos volver a ver a Theresa May al frente de los destinos de Gran Bretaña? Nada es descartable en este loco circo de la política británica y mundial. Lo único cierto es que, como ha dicho el extravagante Johnson, "en política nadie es imprescindible". A ver si en España algunos se van aplicando el cuento.
La democracia británica ha dejado este histórico 7 de julio algunas lecciones extraordinariamente valiosas. La primera de ellas, la fundamental, es que la mentira en política, como en la vida en general, es inadmisible. Mostrarte ante las Cámaras Legislativas, ante tus correligionarios, y ante el conjunto de la ciudadanía como un líder que no ofrece fiabilidad no es, ni mucho menos, recomendable. Y se acaba pagando caro tarde o temprano. La mentira tiene las patas muy cortas y cuando se descubre coloca al líder inmediatamente fuera del tablero de juego. Si el mandatario no se aviene a razones, se encastilla en su posición y se aferra a su cargo es su propio sanedrín el que debe marcarle la salida.
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