Euforia en Moncloa. Euforia en Ferraz. El presidente ha logrado su objetivo en el debate del estado de la Nación: cohesionar a la izquierda, dar un nuevo impulso a la coalición, recuperar para el PSOE la bandera progresista. "Hemos vuelto a la socialdemocracia clásica", me dice satisfecho el diputado José Zaragoza.
Los diputados socialistas sacan pecho por lo bien que lo ha hecho el presidente en el debate: empático, sólido, duro cuando ha sido necesario... Todo son piropos. Pero, el enfrentamiento Sánchez/Gamarra no ha alcanzado la altura de otros cara a cara parlamentarios. Ahora se ve por qué es una rémora que el líder de la oposición no sea diputado. Feijóo ha tenido que decir en la radio lo que no pudo decir el martes en el Congreso. En el PP queda una sensación agridulce, porque su portavoz hizo lo que pudo, pero eso no es suficiente: el debate iba de economía, no de ETA. Sánchez no perdió el control en ningún momento porque Gamarra se aferró a un guion preestablecido que no preveía el giro anunciado por el presidente.
En clave interna, a Sánchez el debate le ha salido bien. Pero ese efecto no durará: la cuestión es que la mayoría de los ciudadanos vivirá peor
Ahora bien, ¿qué efectos van a tener las medidas en la vida de los ciudadanos? ¿Puede esperarse del debate un cambio significativo en las encuestas, que dan al PP una ventaja de más de cuarenta escaños sobre el PSOE? ¿Significa esto que en sólo unas horas Sánchez ha desinflado el efecto Feijóo?
Los hechos son testarudos, decía Karl Marx. Y tenía razón. En los próximos meses vamos a vivir peor que lo que hemos vivido hasta ahora. Las previsiones de la Comisión Europea -que se harán públicas hoy- apuntan a un menor crecimiento y más inflación. Aunque el segundo trimestre en España estará dopado por el buen comportamiento del turismo, el tercer y cuarto trimestres llevarán el crecimiento casi al cero. Hasta el propio Sánchez tuvo que reconocer en su intervención ante la Cámara que los próximos meses iban a ser peores de lo que el Gobierno tenía previsto.
La luz, la gasolina, la fruta, la carne,... todo será más caro. Y eso sin contar con que muy probablemente haya restricciones de calefacción este invierno por el corte de gas de Rusia, que ayer mismo insinuó Gazprom.
Los nuevos impuestos a la banca y las compañías energéticas pueden dar gusto a los votantes de Podemos, pero no van a mejorar la vida de la gente. La forma más eficaz de amortiguar el impuesto que supone la inflación sería deflactando la tarifa del IRPF o reduciendo el IVA. Pero a eso no está dispuesto el presidente, no porque esas sean propuestas del PP, sino porque esos ingresos extra (más de 15.000 millones en la primera mitad del año) le dan margen al Gobierno para hacer cosas electoralmente muy rentables, como, por ejemplo, subir las pensiones al mismo nivel que los precios.
El PP no ha estado a la altura en el debate del estado de la Nación. Eso parece evidente. Pero dudo mucho que ese error vaya a modificar sustancialmente el cambio de ciclo del que ya hemos hablado en estas páginas.
Más aún, medidas populistas como subir impuestos a eléctricas, petroleras y bancos, pueden sonarle muy bien a los militantes de la izquierda, pero producen pánico en los mercados. No son la mejor propaganda para reclamar inversión extranjera. Ni tampoco una buena noticia para los pequeños accionistas.
Ni la luz ni los créditos van a salir más baratos, sino todo lo contrario.
Sánchez ha utilizado el debate en clave interna y puede que le haya salido bien. La cuestión es que, para la mayoría de los ciudadanos, eso significa que a ellos las cosas les van a ir peor.
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