En la Moncloa están eufóricos porque Sánchez se ha vuelto a la izquierda justo cuando el votante está huyendo de la izquierda, o sea que uno no entiende nada o es que han decidido estar eufóricos por no estar simplemente muertos. Yo creo que Sánchez está con un subidón como de chocolate, se ha metido unos billetes de tren gratis y unos impuestos de capa y antifaz a los señores de los puros como el que se mete un kilo de helado con tropezones de lágrimas, y ahora es el rey del mundo en su sofá de peluches, lamparones y clínex. Quiero decir que nada ha cambiado desde las últimas elecciones o encuestas, en las que Sánchez cae porque se le ve como un travoltín que monta discotecas y tómbolas en los apocalipsis y que es capaz de decir una cosa y la contraria con la seguridad de un meme de Julio Iglesias, y en las que la izquierda de las alarmas antifascistas y de Florentino como un funko en tanqueta vuelve a la marginalidad del grafiti y el cóctel molotov. Sí, lo único que ha cambiado es que Sánchez ha decidido sentirse eufórico por no hundirse dentro de sus zapatillas de conejito.
No ha cambiado Sánchez, no han cambiado sus socios y no ha cambiado la manera de afrontar la ruina con anuncios sobre anuncios, calderilla sobre calderilla y piñatas sobre piñatas. No se han frenado ni se frenarán los precios ni las apreturas (la propaganda no combate las crisis, como tampoco combatió el virus), y el españolito pronto verá que ese abaniqueo de tonadillera de Sánchez en el Congreso no le llega ni le sirve, sólo se queda en los periódicos como una lejana boda de Lolita. Yo creo que Sánchez, después de las elecciones andaluzas, se ha estado hinchando a bollos y a autoayuda y ahora anda intentando convencerse de que la actitud y la confianza lo son todo, como un calvo. Ha decidido salir con la sonrisa escayolada, ha decidido que hay que volver a bailar, a hacer footing y el saludo al sol, y es como un divorciado fondón queriendo volver a la vida.
Sánchez no es que haya encontrado ahora la izquierda, que le ha estado acompañando siempre, desde aquel primer insomnio hasta esta azotaina a los bancos y al muñeco del Monopoly. Tampoco es que haya encontrado ahora la receta de la gobernanza ni de la seducción, que nunca ha tenido otra que la de su presencia y su supervivencia. Sánchez lo que ha encontrado ha sido un día de guapo subido que le ha animado, y yo creo que fue en la cumbre de la OTAN. En la cumbre de la OTAN, Sánchez se vio por fin dentro de los mapas como un querubín de los vientos, dentro de los bailes como un Ceniciento, dentro del barroco de los cuadros como un cuerno de la abundancia, dentro de los imperios como un galeón, y dentro del musical del instituto como un gafotas. Joe Biden, que antes lo rehuía por los pasillos como si Sánchez lo persiguiera con la máquina enceradora, de repente era un colega que se agarraba con confianza a la Primera Dama (también nos nació Primera Dama, no sólo Mayordomo de Occidente). Así que Sánchez llegó al debate sobre el estado de la nación como al final de Betty la fea.
Después del chute de geopolítica o de ballet sobre hielo, el siguiente chute no podía venir sino de la izquierda, que Sánchez no tiene otra sitio al que girar
De alguna manera, Sánchez resucitó con la cumbre de la OTAN, casi como Händel resucitó con El Mesías (lo cuenta bella o quizá sólo tupidamente Zweig), así que su euforia es la del renacido, o sea total y algo engañosa. Yo creo que a Sánchez no sólo le había gustado ese chute de lámparas de araña y de Biden en el cielo con diamantes, sino que ese mirarse y gustarse en los espejos volvía a parecerle provechoso y rejuvenecedor. Si había reconquistado a Biden podía reconquistar al españolito, que ya lo estaba intentando olvidar como se olvidan los malos mundiales de fútbol. Sólo es cuestión de confianza, me lo imagino diciéndose ante el espejo, con la pajarita deshecha y la Primera Dama como un ángel de la guarda o como una lady Macbeth vestida para desayunar en Tiffany.
Sánchez está eufórico, seguramente porque sólo le quedan la euforia o la depresión. Es una euforia decidida y es una euforia necesaria, algo así como el único camino de supervivencia, y Sánchez siempre ha sabido escoger el camino de la supervivencia. Después del chute de geopolítica o de ballet sobre hielo, el siguiente chute no podía venir sino de la izquierda, que Sánchez no tiene otro sitio al que girar. Sólo volviéndose hacia la izquierda le seguirían aplaudiendo como en sus fantasías de instituto, y tampoco es tan difícil contentar a la izquierda simbólica y viñetista, bastan unos billetes de tren y sacarle la tarjeta de la cárcel del Monopoly a esos tíos de los puros con monóculo de orzuelo. La verdad es que si esta clase de política tuviera éxito, Pablo Iglesias sería presidente del Gobierno en vez de influencer de perroflautas, o Yolanda Díaz estaría arrasando con su nuevo Planeta Imaginario. Pero yo creo que Sánchez piensa que eso ahora da igual, está entusiasmado con que su propia seguridad arrastrará al final al pueblo, como ocurre en la mesa de los dados con la chica de la peli, y ha ordenado atacar como el que apuesta con un guiño y sopla hacia el futuro.
Sánchez está eufórico, desesperadamente eufórico. Sigue animándose él, sigue animándolo el sotanillo de la Moncloa y sigue animándolo la prensa del Movimiento, pero esa euforia no se basa en nada, sólo en la propia necesidad de euforia, retroalimentándose como una adicción. Apenas la torpeza de Cuca Gamarra, que uno cree que no sirve para portavoz ni para leer cartas a los corintios porque duele escucharla leer; apenas el cepillado de los columnistas de tocador, que dicen lo de siempre; apenas el Ibex bajando como el termómetro de la derechona, apenas el tibio beneplácito de Yolanda Díaz y de su pequeño poni, apenas el recuerdo de un zapatito de cristal en noches de escalinatas y cucharas grandes y estilizadas como arpas… Sánchez está eufórico aunque no hay nada, ni ha cambiado nada, ni parece que vaya a cambiar nada, al menos a mejor. Sánchez está eufórico ante su cubo de chocolate por no estar rendido ante la realidad y el pánico. Sánchez está eufórico o estaría simplemente muerto, claro.
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