Pedro Sánchez se ha puesto a cambiar su partido, ya que parece que no puede cambiar mucho más en España. A Sánchez le llueven las guerras, le comen los virus, se le apaga el quinqué en un hemistiquio de la vida como a los poetas tiesos, se le queman en las manos los billetes y los bosques como el que se le quema la tostada, qué podría hacer él. Pero al PSOE sí puede cambiarlo, que eso da alegría al menos, saber que uno puede cambiar algo y no limitarse a citar el destino aciago, como un bardo ciego, o a remitir a Putin como al hombre del tiempo. Cambiar el partido cuando hay crisis en el país es como cambiar el apartamentito cuando hay crisis de pareja, pero a veces funciona. Colocar a María Jesús Montero de número dos es como colgar una máscara tribal en el salón, que ya te convierte en aventurero y en fauvista. Y poner a Patxi López de portavoz, alguien con quien uno no puede enfadarse ni tropezando con él, como el abuelo o el galgo viejo y triste de la casa, es como comprar un perro o mandar a por la parejita. Aunque quizá cambiar a Lastra por María Jesús Montero no es simplemente cambiar un cactus por otro cactus ni una chunga por otra chunga.

Sánchez abandona la tarea de gobernar un país o un mundo ingobernables, que ya saldremos adelante a base de billetes de tren y del esfuerzo de todos, eso que suele decir Sánchez siempre más descansado que nadie. Abandona esa tarea de gobernar, decía, para preparar con el partido su resistencia, su supervivencia, rodeado de los más fieles, los más fuertes, los más correosos y los más alborotadores, como una de esas películas de comandos. Lastra, chunga desde lejos como una lancha patrullera, no acababa de encontrar sin embargo presencia y éxito mediáticos, ni cuando decía sus enfáticas barbaridades así como poniendo velas negras. Además, parecía que la habían puesto ahí para hacer el papel de chunga, como un papel en un anuncio sobre estreñimiento. Al contrario, María Jesús Montero lleva la chunguería como exitosa carrera desde los tiempos de Chaves, que parecen tiempos ya de Antonio Molina.

María Jesús Montero tiene la carrera de chunga, de lianta, de ditera, de técnico de la cuenta de la vieja o de la cuenta del Gran Capitán, de zurcidora de papelotes y presupuestos como si fuera la zurcidora del emperador, además de su carrera de médico, que le da una cosa de Dr. House de la administración del Estado. María Jesús Montero es la mejor para embarullar, para enmendar, para remendar, para marear, para regañar, para ronear, para hacer croquetas o picadillo con lo que haya o para hacer desaparecer los ratones muertos o coloraos de los legajos o las trascocinas. Aprender en el socialismo andaluz da mucha carrera, muchas tablas, muchos recursos, mucha picaresca y mucho pellejo gordo para aguantarlo todo, que así acabó Chaves, con una presencia de tortuga conchuda y pantanosa. Yo creo que Sánchez se ha dado cuenta de que puede aprovechar a Montero no sólo en el Gobierno y en el Congreso, ahí enredando las cuentas en sus retruécanos o los retruécanos en sus cuentas, sino que puede hacerla la gobernanta del PSOE, gobernanta con la gran experiencia, el gran baúl y la gran carta de recomendación de esa casa de Windsor que fue el PSOE andaluz.

Cambiar el partido cuando hay crisis en el país es como cambiar el apartamentito cuando hay crisis de pareja, pero a veces funciona

María Jesús Montero, de sintaxis y cuentas arácnidas pero sabiduría megalítica y piel política paquidérmica, parece que es lo que necesita el nuevo PSOE de Sánchez, o sea el nuevo Sánchez, que ya está organizando la defensa de su colchón con una formación en testudo, como las legiones romanas. María Jesús Montero no va a ser como Lastra, que cuentan que ya pensaba en el postsanchismo (ese futuro sin Sánchez no es tanto el sueño de Feijóo como el de mucho PSOE). Montero tiene mucha más longitud en la mira política, sabe adaptarse y no juega a dar matarile de lejos y con prisa. Igual que fue fiel a Susana incluso en aquel derribo a Sánchez, luego supo hacerse sanchista, sanchista conversa, que siempre los conversos son los mejores. Sánchez, en realidad, ha cambiado a una meritoria con malas pulgas, Lastra, por una profesional no sólo con maña y munición, sino con código de honor.

Sánchez, que ha reducido la gobernanza a repartirle a la gente monedas de chocolate con su cara de príncipe de paquete de galletas, se centra en cambiar su partido, que es una cuestión de motivación pero también de supervivencia. Sánchez anuló al partido porque se veía capaz de ganar todo sólo con su presencia de rey de corazones. Se limitó a conseguir la fidelidad de la tropa para que no le montaran otro golpe o envenenamiento y creyó que bastaba el sotanillo de la Moncloa con estafetas territoriales. Ahora quizá se da cuenta de que necesita al PSOE, que la tropa le gane las guerras que él ya no gana saliendo de la tarta sin más. Pero el PSOE está descolocado, desmoralizado, impotente, sólo está Sánchez, como estaba previsto, que ahora tiene que hacer de saltimbanqui por el Prado o volverse a la izquierda para que le echen aplausos o una manta.

María Jesús Montero es más que cambiar un cactus por otro cactus o una chunga por otra chunga. Es la prueba de que Sánchez necesita al partido y alguien que mande en el partido como hasta ahora no se mandaba porque no hacía falta, porque mandaba él, o mandaba su póster. Un ama de llaves severa con maletín de médico del Oeste o de destripador o de Groucho Marx, eso es María Jesús Montero. A su lado, Patxi López, poli bueno para salir en el telediario; Iceta, para seguir siendo catalanistas oscilantes pero devotos; Pilar Alegría, de enlace con la planta de abajo; Isabel Rodríguez, como el gato de Cheshire que aparece y desaparece dejando una turbadora sonrisa de propaganda y mal fario; y Félix Bolaños, personólogo de Sánchez, curandero o vidente íntimo que le habla desde el espejo o tras la palangana. Esta gente con espíritu como de submarino, todo esfuerzo, miedo, asfixia y promiscuidad, va a ser el nuevo sotanillo de Sánchez. Es como si Sánchez recurriera a ese reclutamiento y a esa desesperación del Equipo A. Sánchez está preparando su resistencia, su última batalla, y quizá lo está haciendo en un garaje. Podría estar gobernando, pero su vida está en juego y no está la cosa para perder el tiempo en tonterías.

Pedro Sánchez se ha puesto a cambiar su partido, ya que parece que no puede cambiar mucho más en España. A Sánchez le llueven las guerras, le comen los virus, se le apaga el quinqué en un hemistiquio de la vida como a los poetas tiesos, se le queman en las manos los billetes y los bosques como el que se le quema la tostada, qué podría hacer él. Pero al PSOE sí puede cambiarlo, que eso da alegría al menos, saber que uno puede cambiar algo y no limitarse a citar el destino aciago, como un bardo ciego, o a remitir a Putin como al hombre del tiempo. Cambiar el partido cuando hay crisis en el país es como cambiar el apartamentito cuando hay crisis de pareja, pero a veces funciona. Colocar a María Jesús Montero de número dos es como colgar una máscara tribal en el salón, que ya te convierte en aventurero y en fauvista. Y poner a Patxi López de portavoz, alguien con quien uno no puede enfadarse ni tropezando con él, como el abuelo o el galgo viejo y triste de la casa, es como comprar un perro o mandar a por la parejita. Aunque quizá cambiar a Lastra por María Jesús Montero no es simplemente cambiar un cactus por otro cactus ni una chunga por otra chunga.

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