Hemos culminado, un año más, un nuevo curso político. Suelo considerar, y así lo repito, que a pesar de que el año, tradicionalmente entendido, comienza el 1 de enero, en realidad se inicia, en todos los órdenes, el primero de septiembre. Es por ello un buen momento para, antes de disfrutar -quien pueda hacerlo- de unos merecidos días de descanso, hagamos balance de nuestro curso político y nos preguntemos si, estando como están las cosas, nuestros representantes públicos merecen vacaciones.
¡Por fin ha llegado el verano! ¡Y ha llegado para todos! Para los ciudadanos, a los que cuesta cada vez más sudor y preocupaciones llegar a fin de mes, para las grandes estrellas, del deporte o del espectáculo, para los grandes líderes empresariales… y también para nuestros representantes políticos, desde el primero, que por su rango es el presidente del Gobierno, hasta el más humilde concejal o diputado provincial.
Un año horrible… ¡otro más!
El año ha sido terrible. Una crisis económica galopante, que anticipa un otoño recesivo y que no sólo afecta a España sino a todo el mundo, es tal vez el más inmediato de nuestros desvelos. Superada la pandemia, que nos ha deshecho la vida durante dos largos años, parecía que la recuperación se había vuelto a instalar cómodamente entre nosotros… hasta que llegó la maldita guerra. La brutal crisis de suministros, que ha generado una desbocada inflación -un 10,8 por ciento ya en España- algo atípica puesto que su origen no está en la demanda sino en el estrangulamiento de la oferta, unos precios de la energía disparados, un mercado laboral que a pesar de que va recuperándose no ha llegado aún a su momento ideal, y unos salarios en torno a un 2,5 por ciento mientras los excedentes empresariales rondan el ocho por ciento y la inflación está ya, como he dicho, en dos dígitos, son sombras que pueden quedar aparcadas, pero que en septiembre volverán con toda su crudeza.
Los ciudadanos están bastante ‘mosqueados’, y con mucha razón. El que en estos siete meses se hayan quemado ya 220.000 hectáreas puede ser culpa de algunos desalmados y de una amenaza climática que, a pesar de los negacionistas, está frente a nosotros en toda su crudeza, pero el manejo de la crisis económica depende, en buena parte, de las decisiones de los políticos. Y hay muchos electores que, independientemente de su filiación ideológica, no están seguros de que hayan estado acertados en su gestión y en sus decisiones. Si a esto unimos las noticias de corrupción política que, a varias bandas, día sí y día también nos sobresaltan, algunas de ellas con sentencias increíblemente lentas acerca de hechos que ya son historia lejana, obtendremos una mezcla que no es la ideal para el bienestar de una ciudadanía que ya había sufrido lo indecible por los efectos sanitarios y sociales que conllevó la pandemia.
No me cabe duda de que, a determinados niveles de gobierno y de representación política, el concepto ‘vacaciones’ es más bien virtual que real. ¿Alguien concibe que el presidente o sus ministros, que los portavoces de la oposición o los presidentes de las Comunidades Autónomas vayan a tener sus móviles inhábiles durante las próximas semanas? Obviamente no. Pero, aunque casi todo el mundo que tiene capacidad ejecutiva siga operativo, funcionalmente hablando, es lógico pensar que el ritmo, necesariamente, va a decrecer. ¿Son eso vacaciones? Hombre, en cierta medida sí.
¿Deben cobrar los políticos durante este período?
En el ámbito privado hace ya mucho tiempo que es norma la percepción de emolumentos por objetivos. ¿Debe ser igual en el ámbito público? Tendría razones para sostener una tesis y la contraria, pero reconozco que es difícil explicar, por ejemplo, a un autónomo y en España hay cuatro millones, que mientras que sí él se pone enfermo o se coge unos días de descanso no cobra, un diputado, un secretario de Estado o un ministro sí que lo hacen, aunque haya varios períodos de sesiones inhábiles al año en los que sólo permanece ‘de guardia’ la diputación permanente, en el caso por ejemplo de las cámaras legislativas.
La necesidad de disfrutar no está vetada a nadie... ¡tampoco a los políticos!
Dicho esto, como entrenador de líderes y políticos al más alto nivel, siempre explico que el descanso es necesario para todos. Si para un trabajador por cuenta ajena, emprendedor o madre de familia, es imprescindible ‘resetear’ la cabeza, para alguien que debe decidir sobre la gestión y el manejo de un presupuesto público de millones de euros, ni les cuento. La necesidad de disfrutar, al menos durante unos días, de familia y amigos, y de ser felices, no está vedada a nadie… ¡tampoco a los políticos!
El líder lo es también por su capacidad de ser persona… de ser feliz.
Una de las cualidades más destacadas de un líder es precisamente esta última. De ahí la importancia que tiene este paréntesis veraniego. Yo he definido en ocasiones este período casi como obligatorio… aún más, como de auténtica urgencia. Física y psicológicamente.
Estas semanas que llegan deben ser propicias para desconectar. La desconexión implica también una cierta reflexión y un análisis que nos saque de nuestra zona de confort y nos proyecte a objetivos y retos más ambiciosos y estimulantes de cara al nuevo curso que llega en otoño. Es absolutamente imposible hacerlo sin tomar distancia, física y emocional. Como formador de algunos de estos líderes, siento cada vez más pánico ante aquellos que son incapaces de desconectar y de disfrutar. Respeto a quienes quieren seguir trabajando a tope -yo mismo soy hiperactivo- más si tienen la suerte de hacerlo en algo que les apasiona, pero el descanso es también importante porque ayuda a valora lo que se tiene.
¡Ojo a la vuelta!
Tras el descanso llega el retorno. Cuidado con el estrés postvacacional y con la desaparición -es sólo una cuestión de tiempo- del efecto balsámico de este reposo estival. Ojo con el malhumor y frustraciones impropias de quienes, en muchos casos disfrutan de una privilegiada posición, pública o privada, cuando hay millones de personas condenadas a unas condiciones precarias para poder subsistir o mantener a sus familias y otras tantas que ni siquiera pueden hacerlo porque carecen, aún, de empleo. ¡Evitemos poses ficticias de cabreo y ‘cuñadismos’ de oficina contando batallitas playeras! Seamos respetuosos.
No perdamos jamás de vista que el trabajo no es, ni más ni menos, que una forma de ganarse la vida, amén de un desempeño personal, pero que no nos debe ir la propia vida en él.
Lo importante, al final, es vivir.
¡Os deseo unas muy felices vacaciones!
-.-
Hemos culminado, un año más, un nuevo curso político. Suelo considerar, y así lo repito, que a pesar de que el año, tradicionalmente entendido, comienza el 1 de enero, en realidad se inicia, en todos los órdenes, el primero de septiembre. Es por ello un buen momento para, antes de disfrutar -quien pueda hacerlo- de unos merecidos días de descanso, hagamos balance de nuestro curso político y nos preguntemos si, estando como están las cosas, nuestros representantes públicos merecen vacaciones.
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