Nuestros secretos oficiales pasarán a partir de ahora por Félix Bolaños, que ya tenía algo de catador de Sánchez y ahora tendrá algo de sexador de secretos para Sánchez. No hay manera de que a Bolaños se le quite esa cosa suya de ministro que se encarga de desplumarle los pavos al presidente, o de desplumarle la actualidad, o de deshuesarle la política, o de matarse por él ante la copa con veneno, ante el jabalí furioso o ante la cámara de televisión. Que los secretos oficiales sean competencia de Defensa, como hasta ahora, le parece a uno más serio y lógico que no que sean competencia de un secretario o mondahigos. Pero ahora España es presidencialista, es sanchista, es un poco imperial incluso, de esos imperios que caben en un camarín y en una consola como un collar de Gran Duquesa. Todo pasa por Bolaños, los espionajes y las salsas, los secretos y las pantuflas, porque todo viene a ser lo mismo, equipaje imperial, el manejo imperial del país como el cuidado de un bigotón de káiser. Yo creo que los ministerios y la política sobran, basta Sánchez en bata y sin corbata, y Bolaños con palangana y brocha de cerda de tejón.
El Gobierno de la transparencia también tiene secretos, y tan altos que se va a encargar de ellos el deshollinador imperial, que es lo que parece Bolaños. Todos los países tienen secretos, y hasta servicio secreto, salvo quizá la España sanchista, que cuando nos espían se va a los juzgados como el que se va por una cuestión de lindes del melonar. En el caso Pegasus, el mayor secreto a guardar era precisamente que nos habían espiado, que un espía disfrazado de lagarterana o de macetero había llegado hasta el propio Sánchez, quizá cuando se hacía selfis en toalla. Sin embargo, Bolaños lo contó todo enseguida, en una comparecencia en la que parecía Messi. Luego, procedió a descabezar públicamente al CNI sin cambiar su cara de mayordomo del algodón, de pasar el dedo por las repisas y las teteras. Lo importante no eran los secretos o las vergüenzas del país, por supuesto, sino la necesidad de contentar a los indepes. De Bolaños dependía también la seguridad del móvil presidencial, en el que se metió el espía vestido de Fu Manchú o de Monchito. O sea, que no sabe uno si fiarse mucho del tino de Bolaños con estas cosas secretas, a menos que todo esto no vaya de proteger los secretos nacionales sino los de Sánchez.
Nuestros secretos oficiales pasarán a partir de ahora por Bolaños, con su cosa de camarlengo sedoso, de sastrecillo de la falacia
La nueva ley de secretos oficiales quizá debería llamarse ley de secretillos de Sánchez, una vez que le han dado a Bolaños el llavín de los secretos como el llavín de un cinturón de castidad o quizá sólo como el llavín del armario de las corbatas. No sólo se trata de cambiar un ministerio por otro, ese ministerio trafalgueño de Defensa por ese ministerio de almidonar cuellos que es Presidencia; sino sobre todo de cambiar a la todavía funcionarial e institucional Margarita Robles, que casi parece una infanta velazqueña con miriñaque en el peinado, por el servil y pegajoso Bolaños, que es como un cura del Palmar de Troya de Sánchez. Dicen que el cambio se debe a una cuestión de coordinación, que eso es el ministerio de Presidencia, una cosa como ferroviaria que lleva el ferroviario Bolaños entre ministerios carboneros o aduaneros, coordinándolo todo con un farol de factor, como se hacía antes. Pero a uno le parece que es un cambio de perspectiva, de paradigma y casi de régimen, porque se pasa de la funcionalidad y la utilidad para el Estado a la funcionalidad y la utilidad para Sánchez.
Nuestros secretos oficiales pasarán a partir de ahora por Félix Bolaños, con su cosa de camarlengo sedoso, de censor de comedias, de sastrecillo de la falacia, de bañadora de marquesito y de desplumador de ocas presidenciales. Que algo pase por Bolaños sólo significa que se pasa por el pasapuré antes de que llegue a Sánchez, que en realidad es como un emperador enfermito que ha terminado convirtiendo en verdadero Gobierno a su círculo de barberos, lacayos y confiteros. Con esto de los secretos oficiales, o secretillos sanchistas, se ha hecho toda una ley, pero uno diría que todo pasaba ya por Bolaños, o sea por el pasapuré, el torno de discoteca o la antecámara de Sánchez sin tanta formalidad legislativa. Todo aquí, ya, es como una audiencia con Sánchez mientras él se baña en una bañera con patas de león o se prueba pelucas de rigodón. No hay PSOE, no hay administración, no hay funcionariado, no hay Gobierno, no hay Estado, sólo está Sánchez en batín de paramecios o de flores de lis, recibiendo como un príncipe o un vidente, y Bolaños dando la vez como para la partera.
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