Ayuso, ya preiluminada como el árbol de Navidad de la Coca-Cola en agosto, ha dicho que Madrid no se apaga, que la luz apagada produce inseguridad, pobreza y hasta tristeza, como el sexo de los puritanos, imagina uno. Parece que vamos a ahorrar en luz y en tela mientras perdemos en negocio y hasta en alegría, que también es negocio, y uno lo que se pregunta es qué saldrá más a cuenta. Eso, si acaso nuestros gobernantes han hecho las cuentas, que quizá sólo están apagando las luces por evitar la lujuria de los ojos o por agrandar la modestia del presidente, que practica el sincorbatismo como otros practican el coito con camisón largo y avemaría. Por ejemplo, a Sánchez lo vemos sin corbata incluso al aire libre, como si también pudiera ahorrar en sol o en abanicos. Se va a ver al rey con su corbata protocolaria y casi salomónica, luego se la quita para salir a hablar con los periodistas, y uno no sabe qué ha ahorrado con eso. Quizá sólo se ahorra explicaciones, o tener que gobernar de verdad.
De nuevo, en el fin del mundo, volvemos a hablar de Ayuso, ahora como vestida con el traje de luces de las luces de Madrid, y volvemos a hablar del particular que tiene que sacrificarse y solidarizarse, porque todo es cuestión de que el personal se sacrifique y solidarice, no de que los gobernantes tomen mejores decisiones, discurran mejores soluciones y planifiquen mejores alternativas. Volvemos a hablar de Ayuso, maquinando entre las luces de Madrid como en la casita de chocolate de una bruja, y volvemos a hablar de los particulares o los tenderos que tienen su dedo temblón sobre su ventilador antiguo de barbero antiguo, sobre su aire acondicionado agónico, sobre su puerta guillotinera, sobre su neón con letras de náufrago, como si tuvieran el dedo sobre el botón nuclear. Hablamos de eso, con lo que no hablamos del Gobierno, que ya hace todo lo que se puede hacer, o sea desabrocharse un botón, dar ruedas de prensa que parecen pícnics de pintores del XIX y mandar sufrir a los demás por solidaridad. Más o menos igual que en los fines del mundo anteriores.
Ayuso acecha desde fuentes iluminadas y paganas, como el Neptuno furioso y futbolero de Madrid; quiere prender todas las luces como pequeñas bombas con mecha, como manzanas luciferinas, como bengalas de fiestas del fin del mundo, que yo creo que éste es su papel siempre, el papel que espera Sánchez también, la animadora del fin del mundo, entre dineros, negocietes y borracheras de casino. Frente a ella, Sánchez descorbatado al sol, ahorrando sombra y gaseosa, decretando una cuaresma en el mundo, en la mesa y en la cama; Sánchez que se baja de su gran helicóptero o su gran avión con el cuello desnudo y negro como el pie de un franciscano o de un aborigen, un helicóptero o un avión que su presencia mágica ha convertido en simple molinillo de viento o pompa de jabón. De nuevo es el guiñol de la luz contra la oscuridad, ahora quizá con las teas cambiadas; la comedia del vicio y la virtud, como nuestro eterno Siglo de Oro político, algo que conviene a Sánchez y a Ayuso pero que Sánchez busca con más necesidad, más inventiva y más iniciativa (Ayuso sólo responde como un confesionario con eco).
Ayuso ha dicho que va a dejar las luces de Madrid encendidas, como si fuera su Disneylandia de Blancanieves perversa
Mientras los monjes descorbatados y las vestales luciferinas luchan por los interruptores y los termostatos como por una espada flamígera o el mando de la tele, uno sigue creyendo que el españolito podría apagar la luz en su tienda, en su salón y hasta en su alcoba, incluso con gusto, si no sintiera que otra vez está solo en el fin del mundo y que, en ese mismo fin del mundo, le siguen tomando el pelo. Me refiero a este Sánchez que exhibe su cuello amazónico al sol mientras nos asfixian sus decisiones sobre Argelia, las nucleares, la exploración de hidrocarburos, el fracking, la minería de uranio (prohibidos estos tres últimos por ley) y, además, 22 ministerios como 22 Babilonias de fiesta. Y me refiero al españolito que no puede permitirse elegir apagar la luz o dejarla encendida, instalar o no instalar puertas nuevas que sean como las de la nave Enterprise, subir la temperatura para darle gusto a Sánchez o bajarla para que no se le derrita la parienta o el cliente como un pingüino con frac de pingüino; me refiero al españolito, decía, que no puede permitirse elegir igual que Sánchez se permite elegir entre dejar la corbata o dejar el helicóptero, que en todo caso él se baja del helicóptero fresquísimo, como si se bajara de su colchón.
Ayuso ha dicho que va a dejar las luces de Madrid encendidas, como si fuera su Disneylandia de Blancanieves perversa. Al otro lado, Sánchez anda enfocado en ahorrar en corbatas y sombrillas lo que por lo visto no puede ahorrar en ministerios, chiringuitos, asesores, almohadones de avión y, en general, política económica y energética que no sea de viñeta. Vamos a ahorrar gas para Alemania o vamos a perder lo único que tenemos, luz y vida, todo porque a Sánchez no se le ocurre otra cosa que cerrar los grifos, como con el bicho no se le ocurrió otra cosa que cerrar las puertas. Uno apagaría la luz en casa, en la calle y hasta con la señora, pero no sé si las medidas de Sánchez salen a cuenta, sobre todo estando a las puertas de la recesión, del infierno económico además del infierno climático. Eso, si acaso Sánchez ha hecho las cuentas y no está apagando las luces como el que se tapa, otra vez, los ojos.
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